Vargas de un Zarpazo, ¡POR AMOR!

La fecha escogida, no era la más idónea: 23 de enero. Pero para una aventura que se antojaba de lo más divertida, no sólo por la fecha y las movilizaciones de lado y lado que deberíamos sortear, sino por la tan agradable compañía, era más que suficiente. Todo era justificable: aquel reencuentro había esperado unos largos 12 años, durante los cuales cada quien había hecho una vida, se había enamorado (o lo habíamos intentado), se había separado, se había vuelto a contentar, en fin, cada quien había VIVIDO; y había llegado el momento para darnos una oportunidad: vernos las caras y a través de una traviesa y furtiva escapada de fin de semana sacar cuentas, evaluar y decidir si aquella (para muchos cuando se enteren, descabellada) idea de VOLVER había sido la más correcta. Ya el fin de semana decidiría eso.
De este lado de la historia, con una vida tan agitada, con tantas responsabilidades y altibajos económicos o por simple excusas, me había negado a sucumbir a la “malvada tentación” de dejarme ver en una especie de Luna de Miel o algo que se pareciera siquiera a pasar un fin de semana desconectado del mundo laboral y entregarme de cuerpo y alma a CUPIDO (ya dije por qué arriba).
Del otro lado, algo más de atrevimiento, arrojo y esa iniciativa que hoy aplaudo de querer llevar las cosas adelante a pesar de quien sea y de lo que sea y no importando si los recursos están recortados, si aumentó el pasaje, si llegó el azúcar o si se fue, si expropiaron o no alguna cadena de supermercados o si el dólar ayer estaba más barato o más caro. No importaba nada. Había que ir y en eso andábamos.
Como dije al principio la “aventura” fue tal cual. No hay cómo describir los pasos dados hasta la parada del bus que correspondía y que se había “movido” de sitio gracias a las movilizaciones de gente de lado y lado que describí al principio. La nueva parada: lúgubre, sucia, aguas negras, puestos de comida ambulante, algunos fritos, otros hechos “a mano”, en fin: anarquía total. Con mucha información por todas partes: “este sale pa’ La Guaira”, “véngase, pá’ Caraballeda”, “A la OLDEN los FRECOS, agua y CHUPIS”, “Mi pana, este va pá’ Macuto?, “!!lleva las CHOLAS!!”. En medio de aquel BERENJENAL, pudimos exprimirnos y después de batallar con los más vivos que querían COLEARSE, subimos a una unidad que en principio (y gracias a Dios así fue) prometía sacarnos de aquel mini infierno caótico en el que nos encontrábamos, sorteando toda clase de obstáculos cual película de guerra: Buses atravesados, peatones atravesados, policías atravesados, vehículos atravesados y todo cuando pudiera hacer más lenta aquella travesía, atravesado.
En el camino descubres (al menos en mi caso particular) que hay otra gente viviendo en la misma ciudad que tú y que a lo mejor jamás en tu vida vas a toparte de frente y menos a intercambiar un saludo cordial tipo “Manual de Carreño” con ellos. Casas improvisadas con ventas de: cauchos, pinturas, empanadas, aceite para carro, comino, sal, pan, palmeritas, trajes de baño y un sinfín de artículos más; sin contar con las caras de algunos, dibujando en algunos casos desasosiego, dolor, vejez, calor, alegría todo revuelto. Para mí que evalúo la energía del aura humana, fue bien emocionante tratar de meterme en las cabezas de esas personas y “sentir” lo que pasaba dentro de ellas. La aventura contó además con una ocasión en la que hubo que descender todos del BUS para atravesar UNA ISLA de la autopista y poder salir de aquel congestionamiento atroz y bochornoso de mediodía en que incluso un robo múltiple era de esperarse. Afortunadamente eso último no pasó.
Vargas nos dio la bienvenida prácticamente con las “PIERNAS ABIERTAS”. Toda la gente estaba subiendo a Caracas para sumarse a su movilización civil, mientras nosotros, como dos “apátridas insensibles y desertores” escapábamos de toda aquella vorágine para cobijarnos en aquella quietud del mar y su cercanía. Las calles solas, los restaurantes solos, los hoteles solos… ¡Excelente!
El almuerzo glorioso, la habitación más y es de suponer que la intimidad, que bramaba desde hacía rato por verse consumida fue más gloriosa aún. Nuestras pieles pedían urgentemente encontrarse otra vez, necesitaban demostrarse una a la otra que el amor seguía allí vivo y que sólo hacía falta tocarnos para darnos cuenta de que esos doce años en los que se sumaron experiencias de lado y lado habían dejado intacta aquella llamarada violenta que se encendió cuando nos vimos por vez primera. Fue el momento del encuentro, del diálogo adulto, de la sinceridad y desnudez no solo corporal sino de las almas. Una vez agotadas las palabras y saciadas la lujuria y el deseo había que salir a conocer. Era tarde.
Allá no había mucho qué hacer: playa y sol habían perdido encantos con la noche, sólo quedaban la arena irresponsable que se esparcía con los vientos y algunos locales abiertos. El lugar escogido: UN REMATE DE CABALLOS.
De esas cosas que nunca has hecho, pero que siempre has tenido las ganas de probar; en mi caso particular, una era esa: estar en un local de aquellos para ver qué tal.
La sensación inicial es como cuando entras en una sala de juegos de azar (bingos, casinos), huele a LUDOPATÍA y a dinero BOTADO A LA BASURA (o a los bolsillos de alguno?), pero no dejaba de ser interesante estudiar las caras de los jugadores metidos de cabeza en sus “gacetas” y vociferando de cuando en cuando con otro de los “clientes”, que si QUEEN MAGIC es favorita, que si MÉTELE A NIGHT FEVER, los más cautelosos CUIDADO CON ESA!!! VA SER UN BATACAZO!! o los resignados EN ESTA NO VOY, TRÁEME DOS MÁS!
Fuera de todo, era muy divertido escuchar los REMATES de boca de un señor con pocas dotes de locutor que hacía el trabajo satisfactoriamente, desempeñándose como lo había aprendido: A LOS COÑAZOS: “SALE QUEEN MAGIC EN 1000, A LA UNA, A LAS DOS (en eso alguien levanta su mano en señal de apuesta, en lo que el mismo grita de nuevo) ¡DOS MIL! (y otra mano) ¡TRES MIL A LA UNA! (otra mano) ¡CUATRO MIL… CINCO MIL (cada vez que aparece una mano aumenta el “remate”) DIEZ MIL… DOCE MIL… QUINCE MIL… VEINTE… VEINTICINCO A LA UNA… TREINTA MIL… TREINTA Y CINCO (aquí la euforia es máxima) CUARENTA MIL A LA UNA, CUARENTA A LAS DOS, CUARENTA… A LA MESA 15. Es ese momento en que todas las miradas se centran en ubicar al objetivo: Al infortunado que tendrá que pagar CUARENTA MIL (de los fuertes) gane o no!
En ese punto era preciso huir del lugar, imaginen que las carreras en desarrollo hacen que el humor de los jugadores cambie al ganar o perder y la euforia en la sala se desata arrancando a los apostadores de sus asientos. Se colocan frente a las pantallas como si fuesen ventanas a través de las cuales gritan tanto al jinete como al caballo para que escuchen sus alaridos y súplicas para de esa manera adelantar de forma mágica (gracias al chasquido de sus dedos y los ruidos producidos con las gacetas golpeándolas contra las palmas) para complacerlos y obtener la victoria. Muy fuerte para mí y no quería ser testigo de aquel despelote.
Nos fuimos. Había que apertrecharnos para pernoctar y preparar la ida a la playa a la mañana siguiente. Todo estaba muy bien hasta ese momento. Fue interesante sumar ese breve capítulo al fin de semana. Le dio brillo y algo gracioso y diferente qué contar.
La playa fue amable con nosotros, nos abrió sus aguas y arenas e invitó a tumbarnos en nuestras sillas para aprovechar y espantar el horrible “bronceado apio caraqueño” de nuestras pieles y renovar con ello no sólo el color y la vitalidad, sino los votos por una relación que llevaba perdiendo tiempo desde hacía años y que gritaba por reencontrarse. Allí, los tragos, la arena, los niños jugando, los vendedores de TORREJAS y los demás usuarios del balneario desaparecieron y sólo quedamos dos almas que en realidad luchaban por ser una, fundidos en una energía de ternura y comunicación que sólo dos seres adultos pueden llegar a alcanzar. Ese fue uno de los momentos más sublimes de aquella aventura alocada de fin de semana que terminó siendo la primera vez de muchas cosas para ambos.
El tan odiado retorno a Caracas sólo prometía algo: la vuelta a la realidad. Aquella burbuja que inflamos por un par de días estaba a punto de llegar a su punto máximo y explotar. Y así fue.
La parada del BUS que nos traería de regreso ofrecía el mismo panorama del día anterior: Anarquía. Sólo que aquí se sumaban: monóxido de carbono, gente con algo más de color (natural y auto infligido), conductores ebrios, caras ya descompuestas por el alcohol, el sol y a lo mejor alguna que otra droga, además de una sensación desagradable de inseguridad, que jamás se hizo realidad.
Finalmente el bus partió y nos fue separando cada minuto y cada kilómetro de lo que había sido nuestro “NIDO DE AMOR”, DE NUESTRA LUNA DE MIEL, pero dejándonos en la memoria y en la piel que todo aquello que sucedía a nuestro alrededor no importaba, que allí había dos almas que se habían estado esperando, deseando y anhelando por mucho tiempo, y que por más desoladora que pudiera ser aquella circunstancia real: la gente con caras de pocos amigos, el humo de los camiones, las bocinas de los vehículos desesperados por llegar a su destino, los ronquidos involuntarios de algunos otros y el vallenato a full volumen del chofer, era justo allí que deseábamos estar, abrazados, unidos, fusionados con una energía que nada ni nadie en este mundo iba ser capaz de separar nuevamente; firmemente decididos a defender con gallardía y con la vida si fuese necesario aquello que estaba de nuevo en nuestros corazones, quemándonos por dentro, batallando por permanecer encendido, inextinguible. Una llamarada que ninguno estaba tratando de apaciguar. Algunos escritores por allí se dan a la tarea de llamarlo AMOR, yo sólo sé que se siente una vez y que arde tan fuerte que produce un placer morboso y sádico que jamás esperas que se apague. Seguro estoy que nada jamás fue más acertado que volver a estar juntos y ese fin de semana y aquella Luna de Miel lo comprobaron completamente, no importaba quien pudiera estar de acuerdo. Nosotros lo deseábamos y eso era suficiente.
Zadir Correa