Ella y él

Su perfume natural te está embrujando desde mucho antes de venir al mundo. Te invadió por completo la existencia. Allí, en esa estancia calurosa y húmeda en la que te permitió desarrollarte por nueve meses te transmitió su amor, su cariño infinito y ese agradecimiento eterno que te tiene por permitirle alzarse con un rol social importantísimo que ha desarrollado y perfeccionado a lo largo de los últimos años: ser madre.

Tal vínculo afectivo, ese amor que durante algunos meses te prodigó con absoluta honestidad y ternura pasaste a vivirlo en tu día a día. Su cuidado y dedicación muy a pesar de las distintas tareas a las que debía someterse diariamente, no cesaban. Te transformaste sin saberlo en el motor de sus sueños, de sus anhelos, de su progreso, de su vida. Fue capaz de sortear cualquier situación sólo para que ni tu educación, ni tus sentimientos, ni tu alimentación, ni tu infancia se vieran afectadas por agente externo alguno.

No hubo tormentas, no existía el peligro, no había imposibles si la tarea final era darte tranquilidad, alimento y paz. Fue, es y será capaz de enfrentar la precariedad, la escasez, la súplica, el hambre e incluso la soledad carnal con tal de que tú estés bien. Se convirtió en tu abuela, tu tía, tu vigilante, tu confidente, tu maestra, tu ejemplo, tu himno, tu bandera y en tu amiga.

Ella buscó incansable, caminó horas bajo el sol y la lluvia, dejó sus proyectos personales, peleó con quien se le enfrentó, durmió poco o nada, trabajó y sudó como nadie por entregarte un poco de felicidad, de buenos momentos, de juegos de infancia, de ejemplos que te sirvieran para algo en la vida, de carácter, de sensibilidad para cuando estuvieras en edad de enfrentar el camino por ti solo. No quería que te sintieras orgulloso de ella, ni buscaba un reconocimiento especial, sólo quería hacer de ti un hombre de bien. Eso siempre te lo dijo.

No creas que lloraste solo cuando te dejó en la escuela aquel primer día, no. Ella con actitud guerrera y con temple de acero te sonrió y se dio la vuelta mientras tu pataleabas furioso, confundido porque no entendías las razones que te alejaban de aquel ser a quien habías visto desde el día uno de tu existencia. Ella también lloraba. Lloró como nunca y ese día postergó sus actividades para poder espiarte por la reja mientras te calmabas. Sus lágrimas se deslizaron tibias y desordenadas por sus mejillas y humedecieron la pared donde se recostó para que no la vieras. Nunca te lo dijo, pero esa mañana su maquillaje quedó impregnado de aquel pañuelo que te regaló varios años más tarde y que aún conservas al fondo de aquella gaveta, olvidado por el tiempo.
Ella sufrió cuando comenzaste a tener amistades, a socializar, a acudir a las fiestas de tus amigos y sufrió mucho cuando aquella tarde llegaste con la noticia de tu nueva relación con la vecina. No es que sea una suegra malhumorada, ni que no quiera que te relaciones, no. Siempre quiso lo mejor para ti. Temía perderte y lo más grave: perder tu amor.

No tienes idea de cómo sufrió esa noche de locura que decidiste no llegar a casa por quedarte con la vecina. Estabas enamorado, tenías en tu cuerpo y en tu corazón algo que nunca habías sentido. Aquella piel, aquel cabello, aquel olor nuevo hicieron que se te olvidara que ella también estaba allí. No quería ser melindrosa ni entrometida, ni tampoco tenía achaques, lo único que requería de ti era que la escucharas, que le dijeras aquello que siempre habías dicho antes y que ahora ni mencionabas. Quería que compartieras tu vida con ella como habías hecho siempre. No entendiste.
¿Acaso no recuerdas ya los juegos en aquel jardín que improvisó para ti? ¿Las veces que hizo las tareas escolares contigo? ¿Cuándo dejó de ir a trabajar para que prepararas tus exposiciones? ¿Cuándo te caíste del árbol y ella fue a tu auxilio para decirte que todo estaba bien? ¿No recuerdas tampoco el día de tu graduación? ¿Te contó ese día al salir (cuando fuiste corriendo a los brazos de la vecina) que había llorado tanto como aquel primer día en el kínder? ¿Recuerdas sus palabras aquella vez? ¿Recuerdas lo que le dijiste (o gritaste) cuando te fuiste definitivamente de casa a raíz de aquella discusión inútil?

Es tiempo. No dejes que sea tarde para demostrarle que estás allí. Dile a la que ahora es tu esposa que te acompañe. Esa cama fría donde está durmiendo sola la consume cada día. Sus pensamientos la atacan y le recriminan a diario que no supo hacer bien su trabajo. Cree erradamente que todo ese cariño que depositó en ti está perdido y que no valió la pena esforzarse tanto. Recuerda los sacrificios personales que hizo para poder dedicarte su vida. Ahora, llegando al final del camino se siente desamparada. 

Aprovecha que aún está allí!! Ve corriendo a contarle, como cuando lo hacías de niño, tus aventuras, tus conquistas, tus fracasos, tus sueños. Ella sabrá abrazarte con la fuerza y el calor necesarios para que vuelva a ti aquel perfume apaciguador que sentiste al nacer y la sensación de protección que sentiste guardado en su vientre desde el primer día de tu gestación.

A todas las madres y a sus hijos
Zadir Correa