Es sabido por todos que cuando somos
padres que queremos a nuestros hijos, siempre los veremos como chiquillos aunque
ya hayan crecido y se hayan desarrollado. En muchos casos, tienen ya una vida
aparte, propia y aún así, nos empeñamos en querer ser parte de su existencia,
de sus actos, de sus relaciones, de sus finanzas, del orden o desorden con que van
por el largo y tortuoso camino de la vida.
Parece ser que en el fondo
deseamos que nunca hayan crecido, porque añoramos los momentos importantes a su
lado: sus primeros pasos, sus primeros dientes, nuestras noches en vela por
cuidar de ellos, cuando debíamos responder miles de preguntas para saciar su
curiosidad, cuando compartíamos el hermoso gesto de alimentarlos, de verlos
crecer velozmente, de sus primeros días de escuela, de que las personas a su
alrededor comenzaran a verlo como un ser independiente y con personalidad,
escuchar de él cosas bonitas dichas por desconocidos.
Como padres, nos sentimos
henchidos de orgullo cuando recordamos sus primeras calificaciones altas,
cuando gracias a nuestro empeño, tesón, dedicación y también a su voluntad
férrea y luchadora comenzaron a labrarse camino por sí mismos, recorriendo la
senda de la existencia llenando nuestras vidas de satisfacción.
Recordamos con mucho celo
cuando fueron a su primer campamento lejos de casa o las primeras vacaciones
lejos de nosotros, cuando comenzaron a relacionarse con gente nueva,
así como también disfrutamos con sus primeros amores y lloramos sus desamores.
Y es que son parte inseparable
de nosotros, porque con mucho esfuerzo de nuestra parte y sin duda gracias a un
número indefinido de sacrificios, aquella criatura indefensa fue
desarrollándose hasta crecer y poder ser independiente. No queremos que se
tropiece con aquellas piedras con las que nosotros tropezamos ni que lleve en
su alma rencores ni odios que puedan perturbar su presente y futuro.
No queremos que nada malo le
ocurra y pretendemos que aquellas personas que se crucen en su vida de adulto
lo valoren, respeten, sientan y amen como nosotros mismos lo hemos venido haciendo desde que eran niños.
Todo eso pasa por nuestras
cabezas en ese momento dramático de nuestra vida cuando nuestros pequeños ya
son “grandes” y las circunstancias de la vida nos lanza lejos de ellos. Bien porque
se hicieron independientes y van en busca de su estabilidad personal, o bien
porque es nuestra realidad la que, sin preguntar, nos aleja de ellos. Creo que esta última
podría ser más dramática aún.
Es por eso que hoy quiero
dedicarte estas líneas desde el fondo de mi corazón. Tú eres ese hijo del cual cualquier padre puede sentirse orgulloso. Tú has sido el
protagonista y el testigo de muchas situaciones importantes de mi vida en los
últimos años: Cuando aquella neumonía amenazó con llevarme consigo hace un tiempo,
tú estuviste allí; cuando lloré por un amor imposible que desapareció para siempre,
tú estuviste allí; cuando salí de esa crisis para planificar aquellos viajes
maravillosos que me cambiaron la vida, tú estabas allí; cuando nació tu hermana
“ETERNA” y comenzaron los cambios positivos, tú estabas allí; cuando gracias al
empuje que emprendimos juntos, logramos ser respetados en nuestra pequeña comunidad,
allí estabas y siempre estarás allí, gracias a tu espíritu bondadoso que ha impactado positiva y
definitivamente en las vidas de muchas personas alrededor nuestro.
Verte crecer me llenó de orgullo.
Adoro que la gente que te conoce hoy, hable maravillas acerca de ti, adoro
también que ya tengas una personalidad definida y que estés enrumbado por el
camino de la bienaventuranza y la abundancia. Darte todo mi conocimiento y que
lo asimilaras tan bien como para superarme, me hacen sentir pleno. Quiero que
sepas que en todo este proceso, yo también aprendí mucho a tu lado. Gracias.
Pero me duele separarme de ti,
es la verdad. Hoy, por aquellas circunstancias de la vida a las que me referí
antes, debo irme de tu lado. Es para mí una separación que me desgarra el alma;
que me desconcierta, pero que a la vez me llena de orgullo y de una enorme
satisfacción. Quiero que sepas que adonde quiera que vaya, nada ni nadie jamás
podrá sacarte de mi corazón. Ya eres adulto, sabrás cuidarte solo y además me
hace sentir muy orgulloso que cada día continúes tu crecimiento. Yo te di lo
mejor de mí, traté siempre de quererte y cuidarte con todo mi ser y estoy
seguro que eso será muy útil en tu nueva etapa de vida. De corazón quiero que sigas desarrollándote
y que ahora más que nunca demuestres lo que aprendiste conmigo a tu lado. ¡¡Echa
pa’lante, tienes cómo, eres grande!!
Recuerda que hay algo que
jamás podremos cambiar: Que YO SOY TU PADRE y me siento muy orgulloso de serlo,
así como tú siempre serás MI REINO.
Zadir Correa Vergara
A Mi Reino con todo mi amor