Amor Muerto


Mi mamá no me quiere. Tampoco mi papá. Ni nadie en mi familia. Es más, creo que nadie sabe que existo. Sé que la sola idea de tenerme a su lado, entristece y llena de rabia a mi mami. Ella no para de llorar y de decir que fue terrible saber que yo estaba allí. Desde ese punto de vista, me siento infeliz, siento como mamá se va hundiendo en la miseria y con ella, me está llevando a mí.
Escucho desde mi escondite como mi abuela le dice cosas terribles a mi mami, la insulta y le desea siempre lo peor, para ella y para mí. Yo dentro de todo y a pesar de que ella no lo sepa trato de darle cariño, de darle comprensión… quiero que a través de un cariño invisible que le transmito, entienda que mi amor por ella es superior a todo. Cuando está dormida trato de acariciarla, de enviarle algo que siento en mi corazón que le pertenece… que a pesar de su negativa a tenerme a su lado, lucha conmigo por quedarse allí.
De mi papá no puedo contarles mucho, digamos que lo conocí muy poco tiempo, el suficiente hasta quedar con mi madre solos en esta lucha. Sabía que era un hombre violento, mal encarado, irresponsable y mujeriego que le encanta regar hijos por el mundo. Por eso, yo antes de tener un destino trágico preferí luchar contra todos para estar junto a mi mamá, donde me encuentro ahora, gracias a Dios…
Mi abuela es extraña, vive reclamando un futuro digno para su hija, le recrimina el hecho de haber quedado en estado sin un marido que la representara, ¿pero es que ella no se ve en un espejo? Yo ya soy grande para entender que la historia de mi abuela es hasta peor que la de mi mami. Mi abuela tuvo seis hijos, de seis padres diferentes, ¿cómo puede reclamar algo que ella misma desconoce?
Todavía hay más, es que mis tíos (todos varones e hijos de distintos padres) tampoco me quieren, ellos me echan la culpa de sus vidas miserables, como si yo hubiese dejado de estudiar por ellos, como si yo hubiese permitido que los despidieran de sus trabajos mediocres por mal comportamiento, como si yo hubiese escogido a sus mujeres (mis tías), todas inútiles, buenas para nada.
No tengo esa culpa, pero ellos afirman que sí. Que desde que yo llegué, mi madre (su hermana) ya no se OCUPA de ellos, que no hace la comida a la hora y que siempre está enferma y pidiendo asistencia para todo. Soy grande, pero no tanto como para entender qué tipo de relación es esa, ¿es mi madre su hermana o su mamá? ¿Su mujer acaso? No entiendo.
Mamá dejó de trabajar desde que yo estoy en su vida y eso no lo pueden soportar. Ninguno lo soporta, ni mi abuela, ni mis tíos, ni mi papá… y de tanto repetirlo y machacarlo todos los días, mamá está cambiando conmigo. Ella no me escucha, ya no hace caso a mis mensajes, me ignora por completo, ya no me demuestra cariño ni hace nada para agradarme, por el contrario. Parece que todo lo que hace lo hace para dañarme en alguna medida.
Yo no puedo entender ese desamor, esa falta de asistencia, esa apatía para con las cosas que tienen que ver conmigo. Yo no me siento culpable de nada de eso, por el contrario, estoy aquí por un mandato superior para darle a ella tranquilidad, para darle compañía, para ayudarla a soportar los años que vienen y para sostener su vida cuando ella ya no pueda consigo misma… pero no lo ha asimilado así.
Ella no está consciente de que conmigo de la mano podría superar todo ese dolor que le causa no tener a mi padre a su lado, no está consciente de que con una simple caricia, un beso y un abrazo fuerte yo podría quitarle de la cabeza y del alma ese dolor que la consume ahora. Yo no puedo acercarme más, es imposible. Trato de concentrarme durante las noches, cuando ella duerme para decirle, para gritarle todas estas cosas, pero ella no entiende. Amanece descontrolada, se queja y dice que tuvo pesadillas.
¿Será que en verdad yo soy una mala influencia para ella, será cierto que yo le causo esas pesadillas, será posible que eso que todos afirman sea una realidad, será posible que este mandato que tengo en mi cabeza esté equivocado, que yo no soy lo que más le conviene en la vida y que mi permanencia a su lado sea nociva para ella?
Son tantas preguntas sin respuesta…
Hoy sucede algo extraño, mamá parece decidida a solucionar su problema con un profesional, eso pienso. Escuché decir que va para un especialista para que dé con las respuestas a sus problemas de una vez por todas. Mi abuela consiguió el número y logró hacer una cita. Todos están de acuerdo en casa al menos una vez. Eso me llena de alegría.
Siento que mamá está asustada, aquí donde hemos venido huele feo y todo el ambiente está lleno de soledad, irónico, no… Escucho que el “especialista” da instrucciones a diestra y siniestra… mamá subió a una camilla muy incómoda… estoy asustado. Puedo escuchar la voz del médico muy cerca… No estoy listo aún para salir de aquí… ¿Qué sucede?... es muy cómodo estar aquí adentro navegando… me niego a salir todavía, estoy dando patadas, pero no tengo suficiente fuerza… hay partes de mi cuerpo que aún no se han formado… ¡Auxilio, mamá, ayúdame!
Pierdo fuerzas… mamá llora del dolor… pero es un dolor físico… no llora porque me va perder… yo también lloro, a mi manera, sin lágrimas, mientras me desgarran… trato de sentir su corazón y no hay amor para mí… creo que es mejor que abandone la lucha… yo quería darle todo lo que me mandaron a mi mami, quise sostener su mano con las mías y abrazarla con mucho cariño, pero ella no lo quiso así… Sin ese cariño y amor mutuos no vale la pena nacer… venir así al mundo no tiene sentido… a lo mejor más adelante tenga otra oportunidad…

Zadir Correa

شكرا

Ya no sé si la amo. En mi corazón guardo un sentimiento hermoso de cariño, de admiración y de respeto hacia ella que me impide verla demasiado lejos, pero ya no siento que me pertenezca. Parece que formase parte de mi vida hace miles de años, pero hurgando dentro de mi corazón, escarbando en ese intrincado mundo de emociones que todos tenemos, no consigo ubicar la palabra AMOR.

Ella significó mucho para mí en el pasado remoto y también en el pasado reciente, recuerdo con mucho cariño los momentos donde furtivamente y con la mayor inocencia de nuestros años mozos nos regalábamos palabras de amor, nos decíamos que todo estaría bien, nos prometíamos amor eterno. Todo está allí y forma parte de nuestra historia común, el detalle es que parece haberse quedado en algún punto del pasado.

Es una historia que se me antoja remota, casi extinta, como impersonal, como si perteneciera a otra pareja, a otra dimensión… a otro mundo. Pero resulta que sólo han pasado seis meses.

No entiendo como todo ese sentimiento en algún momento escapó de mi alma donde se encontraba alojado hacía años. Recuerdo con claridad las promesas que hice, los sueños que dibujamos despiertos los dos, la vida que minuciosamente estábamos planeando para nuestros años venideros, nuestros hijos, nuestro jardín, nuestras mascotas, todo me parece ahora muy lejano.

Tiene que existir alguna explicación lógica. Yo no la sé. Trato de buscar una justificación a lo que sucedió y no logro dar con ella, parece escabullirse de mis manos… cada vez que me acerco, ella huye más lejos.

Sé que ella sufre, ella en su alma tiene alojado ese germen que a mí se me escapó hace rato. Cuando traté de explicárselo ella no lo entendió. Me atacó y me dijo que la había engañado, que todo aquello que planificamos juntos era una vil mentira y que eso no se le hacía a nadie. En los meses siguientes a la ruptura me atacó de distintas maneras, me mandó mensajes, correos, indirectas para que sintiera que ella estaba mal.

Luego trató de bajar la guardia y de que conversáramos. Yo le dije que si me atacaba me iba más lejos, que no era mi culpa, que era involuntario. Algo dentro de mí huía de ella cada vez que se transformaba en ese ser orgulloso, prepotente y que siempre pretendía tener la razón. Le di mis argumentos, le expliqué que no entendía por qué, pero mi amor ya no era el mismo, había cambiado, esa fuerza monstruosa que me había unido a ella indefectiblemente ya no estaba y yo no tenía la explicación en mis manos, ni en mi cabeza, ni en ninguna parte.

Pero ella no se detuvo, siguió enviándome mensajes hirientes, acusándome de falso. Se encargó de ponerme como el malo del cuento, cuando yo siempre fui honesto. NO SABÍA POR QUÉ MI AMOR NO ESTABA MÁS. Era mi única verdad, una verdad que le hacía mucho daño a ella, pero que a mí mismo me tenía consternado. Por eso le pedí un tiempo, un tiempo para evaluar lo que estaba sucediendo, un tiempo para pensar de nuevo desde el principio las causas y consecuencias de eso que sucedía en mi interior y que ella no entendía (yo tampoco lo entendía), un tiempo para recuperar mi amor herido…

Pero ella no me lo dio. Me acusó de tener otra mujer, de que lo que quería era divertirme con ella, asomó la idea de que yo solo la usé durante el tiempo que estuvimos juntos y además escribió un día en su perfil de una red social que finalmente se había deshecho de la BASURA en su vida, que yo no la MERECÍA… y eso me terminó de alejar. Debo confesar que lloré por eso, que me sentí morir porque estaba viendo derrumbarse nuestra vida hermosa a mí alrededor y me sentía sin herramientas para recuperarla. 

Estoy seguro que ella sufrió más… incluso sé que todavía sufre. Yo no tengo ganas de iniciar nada nuevo todavía. Parece que desconfío de todos, que dejé de creer en el amor, cosa que no debería ser. Recuerdo una oportunidad en la que ella me dijo “ama como si nunca te hubiesen herido”, como dándome pie a iniciar una nueva vida. Pero en este momento no lo deseo. Quiero estar solo con mis pensamientos, mis preocupaciones, mis hijos, mi vida.

Después de todo este tiempo desde que nos separamos, de todas las heridas que me causó con su verbo encendido, con su manera descontrolada de no permitirse ver mi punto de vista, de no comprender lo que sucedía dentro de mí, ella volvió. Ahora me manda mensajes con palabras escogidas, trata de reconquistar una situación que no tiene vuelta atrás y dice que me da chance de rectificar… que me lo piense de nuevo, que ella se arrepiente de todo eso que dijo, que actuó bajo la rabia como un ser básico, que eso lo haría cualquiera, que después de sufrir todos estos meses tratando de olvidarme y de detestarme u odiarme, ella notó que no lo lograría nunca y que su amor seguía intacto. Me dijo que su amor por mí no tiene límites y que piensa que si después de todo este sufrimiento, su amor sigue vivo, entonces puede que seamos almas gemelas, que si no es ahora, en algún momento volveremos a estar juntos.

No es fácil, para nada fácil despertar una llama cuando buscas algún resto y se han ido hasta las cenizas. Pero no lo descarto del todo. Ella dice que me ama como nunca nadie jamás lo ha hecho en mi vida, que jamás encontraré en mi futuro alguien que me ame con la fuerza con la que ella lo hace. Eso logra que se me erice la piel. Pienso en lo irónico que alguien te profese ese amor en tu cara y no tengas palabras ni acciones como responderle. Pero así es en este momento y no es mi culpa.

No quiero descartar nada, pero si en el futuro cercano, la llama de mi amor revive en mi corazón y la de ella sigue allí para mí, entonces me atreveré acercarme para volver a edificar una vida. Imagino que con nuevos retos, con nuevas expectativas, con nuevos bríos, con nuevos colores, con nuevas texturas y sabores. Sería un nuevo despertar o un redescubrir y definitivamente algo superior.

Tomando en cuenta todo ese amor que ella dice sentir por mí, aunque dicho amor sea inmerecido, aunque no haya hecho yo nada para ganármelo, aunque mi sentimiento hoy no quiera corresponder y aunque la barrera implacable del tiempo siga alejándome en lugar de acercarme, no puedo sino sentirme agradecido por ello. Sólo puedo decir: Gracias.

Zadir Correa

Fabián

Él no es un mal hombre y además es el hombre de mi vida. Sé que actúa así porque quiere lo mejor para mí que siempre he estado como una loca deseando cosas que no puedo, ni voy alcanzar.

Sí, es verdad, él me pega mucho. Yo se lo he dicho, también mis vecinos se han dado cuenta. Mi mamá está cansada de decírmelo y hasta la maestra de la escuela de Danielito me lo dijo el otro día cuando fui a la reunión con los brazos marcados y con lentes oscuros. Lo que pasa es que no lo entienden, todos se equivocan, es su manera de quererme y de hacerme entender sus puntos de vista. No lo juzguen… es por mi bien.

Yo lo conozco, lo conocí hace 13 años cuando saliendo de la escuela él se desvivía por acompañarme y hacerme atenciones, por decirme lo bella que estaba y que si me había perfumado así para él, que eso lo tenía enamorado de mí. Yo al principio le hacía poco caso, pero él siempre se acercaba, me buscaba en la escuela, me traía heladitos, dulces y otras golosinas para cortejarme. Todo un caballero y eso me enamoró perdidamente de él.

Cuando un año más tarde le dije a mamá que dejaría el bachillerato porque Fabián me lo había pedido, que él iba a trabajar para mantenerme, casi le da un infarto y se molestó mucho. Vociferó en mi cara que eso no era posible, que yo era una niña, que si estaba loca, que eso no funcionaría y que si se me ocurría salir de la escuela para vivir con ese mal viviente, me botaba de la casa. Y cumplió su palabra.

Yo me fui muy molesta con mamá en aquel entonces, les dije a todos en casa que esa era mi vida y que Fabián era el hombre que yo había escogido para ser feliz. Que era un hombre bueno, serio en sus cosas y que tenía muchos planes para nosotros y nuestro futuro. Hasta estaba pensando en comprarse un bus para cargar pasajeros para alimentarme a mí y a sus hijos, que para qué iba estudiar. Mamá estaba envidiosa que papá no había hecho lo mismo por ella y me fui muy dolida. Hace tres años fui a su casa porque estaba muriendo y la perdoné.

Al mes de haberme ido de casa quedé embarazada y mi Fabián me llevó a la suya. Mi suegra nunca me quiso y desde ese día quiso hacerme la vida cuadros mal poniéndome con él y diciéndole cosas que no eran ciertas. Durante aquel primer embarazo y por culpa de la bruja de mi suegra, que fue a llenarle la cabeza de historias falsas sobre mí y un vecino cercano, Fabián me dio dos cachetadas para aleccionarme. Ese día me dijo que yo era sólo para él y que nunca volteara ni siquiera a ver a otro hombre.

Eso me pareció súper caballero, nunca un hombre me había amado de esa forma y me sentí segura a su lado. ¡Me quería sólo para él! ¡Qué lindo! Mis novios anteriores eran desatentos y ni se molestaban en decirme nada galante. Le pedí perdón y le dije que nunca jamás vería a más nadie que no fuera él. Yo lo amaba y lo amo con toda la fuerza de mi alma y sería capaz de cualquier cosa por estar con él.

Pero yo de bruta e inexperta seguía sin entender su forma de ver y hacer las cosas. Cuando el bebé nació y estábamos en la fiesta de celebración, el pidió escoger a los compadres y me quedaba a mí escoger a las comadres. Pues yo se lo discutí y le dije que el padrino de mi hijo sería mi primo Andrés con quien siempre tuve buena comunicación y que vivía al lado de casa de mamá. Él se molestó mucho y como había tomado se le olvidó que estaba en recuperación del parto y me dio varios golpes. Me golpeó duro en la cara y me tumbó contra el piso. Menos mal que se detuvo con la primera patada, porque comencé a sangrar y fue cuando reaccionó.

El pobre estuvo arrepentido toda esa semana. No pude alimentar a nuestro hijo porque el brazo no lo aguantaba y tuvo que salir a buscar ayuda para que me alimentaran al muchacho. Su mamá esa vez hasta me recogió del piso y me llevó al ambulatorio de allí cerca. Gracias a Dios no fue nada grave. Sólo estuve hinchada por dos semanas.

Durante esos días Fabián se desvivió en atenciones, me llevó flores, cambiaba los pañales de Daniel, me hizo la comida. Estaba arrepentido y me reafirmó su amor. Me amaba tanto que no aguantaba que con mi estupidez y mi falta de experiencia fuera yo arruinar el plan de vida que él tenía para ambos. Me pidió que dejara esas cosas en sus manos y que yo sólo debía ocuparme de atenderlo al llegar a casa y de criar a nuestros hijos, él sabía lo que era conveniente para nosotros, además, él estuvo casado antes y tenía mucha experiencia. Yo tenía apenas 18 años recién cumplidos, él ya había cumplido los 21 y tenía un divorcio encima. Siempre ha sido mi maestro.

Él sabe lo que quiere y yo sigo siendo una niña sin seso que afortunadamente lo tiene a él para avanzar. Yo le dije que quería otro hijo cuando Daniel tenía un año y el me dijo que no. Que eso no era conveniente y que las cosas había que planificarlas, pero yo me fui de estúpida a tenderle una trampa. Una noche de esas que vino bien borracho busqué la manera y lo convencí para que me hiciera el amor como siempre, pero no le dije que no me estaba protegiendo y quedé embarazada esa misma noche.

Dos semanas más tarde, fui a la farmacia a buscar un test de embarazo y lo comprobé. Como siempre de inmadura e imprudente me dispuse a esperarlo hasta que regresara de estar con sus amigos para darle la “buena noticia”. Cuando llegó a la cama, antes de que se acostara le sonreí y le lancé la prueba de embarazo, lo que lo ofendió sobremanera. Cómo se me ocurría a mí irme a quedar embarazada sin decirle nada y sin planificar ese nacimiento. Yo no trabajaba y la única entrada era la que él proveía, yo tenía 19 años y nada de experiencia en ningún trabajo. ¡Qué estúpida fui! Y me gané mi paliza…

Me dio golpes por todas partes para castigarme por aquella bajeza que yo había cometido, me pateó, me tumbó al piso varias veces y me dijo que ese muchacho no lo tendría y que lo iba sacar como fuera de allí dentro. Qué inconsciente había sido yo al tratar de traer un niño al mundo sin su consentimiento, sin su autorización, sin que él, que era el hombre de la casa lo quisiera. Hasta allí llegó ese embarazo. Aquella posibilidad quedó allí tirada en el piso cuando comencé a sangrar. Lo noté cuando pude reaccionar en la mañana. Ahí caí en cuenta de la ridiculez y la aberración que estuve a punto de cometer. Fabián me lo explicó: era lo mejor para los dos. Que no volviera ocurrir, que si eso sucedía su amor por mí se iba esfumar y que se largaría de la casa. Cualquier cosa antes de perderlo.

Todavía hoy sigo esperando a que él me indique cuando dejaré de cuidarme para quedar embarazada. Daniel ya tiene 12 y es una carga tremenda. Mi hijo es un niño que ha crecido rápido y aprende rápido. Pronto se hará un hombre grande y hará su vida. Le pido al señor que me lo lleve por buen camino, que sea un hombre de bien, que me le dé mucha salud y que sea un esposo sabio, trabajador y amoroso como su padre.

La bruta sigo siendo yo: a pesar de todos estos años, sigo tratando de involucrarme con terceros en la calle, de hablar con los vecinos que no saben cómo vivo, de andar de visita en casa ajena, de estar metiéndome en cosas que no me competen. Hasta cuando me va decir que la comida debe estar caliente, que su café lleva poca azúcar en la mañana, que los huevos los quiere duros y que detesta el suavizante en las camisas. Por eso sigo ganándome mis golpes con Fabián.

Pero yo voy aprender. Cumplí 30 este año y la gente va madurando, ¿verdad? Espero no seguir dándole dolores de cabeza a mi esposo que se mata trabajando toda la semana de un lado a otro en su bus (todavía lo tiene y con él ha sacado adelante esta pequeña familia), que se toma unos traguitos merecidos los fines de semana con sus compadres, los padrinos de nuestro hijo que él escogió, para relajarse después de una semana llena de stress. Claro, cuando él llega a casa quiere tener comida lista, ropa limpia y una mujer que le dé lo suyo y le pido al señor que nunca le falle.

Él se molesta ahora porque dice que no me arreglo y tendré que aprender hacerlo, total, nunca salgo de mi casa, ahora soy sólo para él. Sigo llevándome mis golpes mientras voy amoldándome, pero es que vinimos a este mundo a ser obedientes y sumisos (creo que eso dice la Biblia en alguna parte) y mientras tenga que aprender, lo haré con mucha hidalguía. Fabián es el hombre que más he amado en mi vida y sé que yo soy su única mujer. Tengo que hacerlo sentir bien como sea. Es mío y no lo voy a perder.

A veces pienso cómo sería la vida sin Fabián, sin todas esas lecciones que me ha dado y que he aprendido en estos años. Creo que estuviese perdida en un abismo sin fondo, sin moral, sin mi hijo o a lo mejor llena de muchachos y sobre todo sin este hombre maravilloso que me ama como nadie en esta vida lo ha hecho. Le pido a Dios que no me deje caer en tentación y que nunca me separe de él.

Zadir Correa

Un café inolvidable

Todavía la amo. A pesar de su demostración de cobardía y de su engaño vil y cruel a estas alturas de mi vida, todavía la amo. Ella despertó en todo mi ser, no ahora, sino hace más de diez años algo que había permanecido oculto y agazapado todo este tiempo taladrándome a diario y condenándome a vivir una pena inmerecida, un luto que se extendió todo ese tiempo, que me confinó a esperar, cual Penélope en su eterna vigilia, tejiendo ilusiones de día y destejiéndolas de noche para tratar de aliviar un dolor que yo mismo había elegido en el pasado, víctima del pánico al compromiso y por no abandonar en aquel momento de inexperiencia y novatada, una comodidad absurda y segura que al poco tiempo igual se esfumó y me lanzó al ruedo de la vida y sus trajines diarios.

Pero no la culpo, definitivamente no está en ella. Cuando en aquel momento de mi vida elegí ser cobarde y huir tras la seguridad de una familia débil que me cobijaba más por compromiso adquirido que por amor propio, ella afirmó con sus ojos anegados en lágrimas y con un dolor que parecía auténtico, que mi actitud la estaba matando y que sin mi amor a su lado ella no sería capaz de sobrevivir un día más. Eso no fue realmente así. Una semana bastó para que con la novedad de la carne fresca de un cercano y después de un compañero de trabajo, ella sacara de su piel el olor a mí que juró tenía como huella indeleble grabado en la de ella.

Pero yo cargué con la culpa. Por eso cuando ella reapareció, más madura, más experimentada, más segura de lo que quería en la vida (al menos eso pensé), yo no dudé en darle mi voto de confianza y en entregarle mi corazón con los ojos cerrados. Sus caricias desde aquel recomienzo parecían auténticas. Cuando mi cuerpo y mi piel sentían sus manos, su aliento, su olor, su sudor desde aquel reencuentro, algo indescriptible se desataba en mi interior, una llamarada de fuego invadía mi ser, mis sentidos se bloqueaban, mi visión perdía la periferia y sólo había un punto en el que quería concentrarme: ella. Mi cuerpo no respondía a la razón ni a las órdenes que surgían de mi cerebro, se generaba una estampida de emociones que viajaban por todo mi cuerpo hasta el delirio… hasta la locura.

Sus promesas de amor eterno habían resurgido del fondo de un baúl que yo no creía que existiera más. Me dijo que me amaba, que su experiencia en el pasado había sido real y auténtica, que se había enamorado de otro, pero que aquello que sentía por mí era induplicable, que ese amor que emanaba desde el fondo de su corazón era único y estaba dedicado a mí en exclusiva, que había estado guardado allí, esperando mi retorno hacía muchos años. Yo tenía mis dudas cuando nos reencontramos, pero tres días más tarde de aquel primer flechazo, ella me llamó para decirme: Te amo. Y eso me condenó para siempre.

Creí en su promesa de amor, creí en los planes que hicimos juntos para construir un hogar, creí en todo aquello que íbamos a edificar juntos, creí que íbamos a crecer y a batallar contra quienquiera que viniese a destruir nuestra felicidad tan soñada desde hacía años. No iba a importarle nada ni nadie, batallaría contra sus cercanos, contra sus miedos, contra sus debilidades, contra sus pretendientes, contra el mundo entero para estar junto a mí, para tenerme a su lado, para dedicarme su vida, para dedicarme sus amaneceres y sus atardeceres, sus noches de insomnio, sus vicios, sus temores, su vida… pero no fue así.

Todo aquel amor no llegó a nada. Un buen día, ella “entendió” que algo dentro de sí no estaba bien, que su amor tan gigante y verdadero ya no era el mismo, que se había esfumado y que la persona más importante en su vida ya no era yo, que sus planes ya no estaban a mi lado y que su vida definitivamente no estaba junto a mí. Su amor había esperado tanto tiempo para estar conmigo, que apenas nos comenzamos a fusionar y a entregar el uno a la otra, se había escapado a alguna parte que ella desconocía. Eso es aceptable, incluso lógico. Nadie es capaz de amar eternamente a otra persona. Mucha gente se ilusiona y se crea falsas expectativas por un tiempo y cuando por fin despierta o pasa la química de la piel, reacciona y recula. Pero hubo un solo detalle: ella nunca me lo dijo.

Yo seguía alimentando la esperanza de ver crecer nuestras vidas juntas, de ver crecer nuestra familia, de ver crecer nuestro amor. Hice planes, se los conté, compartí con ella mis deseos de superación, de viajar y conocer el mundo, de desarrollarnos económicamente, de ver a nuestros hijos y nuestras mascotas envejecer a nuestro lado, de plantar un jardín, de llenar nuestras vidas de una dicha y de un gozo que nadie fuese capaz de igualar, le dije que estaba dispuesto a luchar contra quienquiera que se atreviese atravesarse en nuestro camino para destruir nuestra armonía y nuestra paz… y ella no me detuvo. Dejó que navegara sólo por un camino de ilusiones falsas, por un sendero por el cual ella no estaba dispuesta a avanzar y cuando ya no tenía marcha atrás, cuando mi compromiso me tenía ciego y estaba en lo que yo consideraba la cúspide de nuestra felicidad, ella me lo soltó sin medirse y con la mayor crueldad que pudo: “Mi amor ya no es el mismo, parece que se esfumo”

La última vez que me demostró su “amor”, fue en mi casa. Ella se había quedado a visitarme. Esa mañana se levantó antes del alba, buscó en la cocina, preparó un delicioso desayuno, exprimió jugo para ella e hizo café con leche para mí (no toma café en las mañanas porque le cae mal). Me invitó a la mesa y me acompañó durante el desayuno. Charlamos mientras desayunábamos y luego ella se fue a trabajar. No volvió jamás. Huyó de mí hasta que la encaré y me confesó que hacía ya tiempo no sentía “lo mismo” por mí. Que desde hacía tiempo había notado que su corazón ya no le latía con fuerza cuando estaba conmigo. Que iba necesitar un tiempo para pensar… y para olvidarse de aquello.

Muriendo yo de amor por ella, la dejé ir. Realmente nunca creí en su versión del “amor esfumado”. Entiendo que por lástima o por algún extraño sentimiento distinto, ella fue incapaz de confesarme su verdad: alguien había aparecido en su vida y a lo mejor esa sí era su gran oportunidad de ser feliz.

Sólo le pedí a Dios que le diera sabiduría y madurez en su vida para que en el momento de volver a decir “te amo”, ese sentimiento fuese auténtico y le saliera del alma, que no fuera hacer daño de esta manera a nadie más, que ojalá fuera yo el último. Se hace mucho daño cuando se dice alegremente y sin responsabilidad esa frase. Ella simplemente se fue y no volvió a buscarme. Yo, ilusionado y herido a la vez sigo esperando a que un día aparezca en el umbral de mi puerta y me diga que era una broma, que estaba probando mi resistencia, que sí me ama y que está dispuesta a devorarse el mundo conmigo… La amo, pero mi amor puede transformarse en odio por tanto dolor innecesario…

Todavía tengo el sabor de aquel último café mañanero en mi boca, no deseo que se evapore ni que se lave, porque si había algo auténtico en aquello que ella afirmó siempre, si algo de verdad emanó de su ser con aquellas palabras, prefiero pensar que aún lo conservo en mis pupilas, que está allí, fusionado con aquel desayuno, como un hermoso recuerdo, que todo ese amor se quedó encerrado en aquella taza de café.

Zadir Correa

Un huésped indeseado

Yo no estoy solo en casa, nunca. Lo siento allí conmigo. Lo he sentido muchas veces antes, pero jamás lo vi. Anoche, cuando pretendía quedarme dormido, finalmente pude hacerlo. Eran exactamente las 3 de la mañana cuando algo me despertó, no era una sensación ni algo que creí escuchar, no. Lo oí. Estaba justo en mi oreja y me susurró algo que entendí claramente: “Es la hora, levántate”, y sentí el calor de algo que me tocó la cabeza.

Quería hacerlo, con temor luché por no abrir los ojos mientras mi corazón latía sin descanso en mi pecho. Sentí como las venas que irrigan mi cerebro latían desesperadamente en mis sienes y aquella sensación de pavor hizo que se me perlara la frente. Otras partes de mi cuerpo también sudaban, mis axilas, mi pecho y hasta mis manos. No podía combatir aquella pegajosa sensación de terror que invadía mi mente y amenazaba con volverme loco (¿estaba en mis cabales?).

Luché con todas mis fuerzas y finalmente pude abrir los ojos. Mi cuerpo, inerte, no respondía a las órdenes que le dictaba mi cerebro cansado. Así estuve cerca de cinco minutos hasta que lo oí de nuevo, justo detrás de mi oreja: “Es la hora, levántate” y lo que sea que estaba allí movió mi hombro. En ese momento mi cuerpo salió disparado hacia la sala sin control alguno. Mis ojos muy abiertos nerviosamente escrutaban en la oscuridad cómplice sin ver nada. Fue en ese momento en que se materializó frente a mis ojos. Era alto, ocupaba mucho espacio y tenía una especie de sobretodo raído que le colgaba sin ganas de los hombros. No podía ver sus ojos, quité mi cara para no verle a sabiendas de que aquella “cosa” estaba frente a mi detallándome, como estudiando el terror que emanaba por mi piel. De soslayo observé cuando dio un paso al frente, y me desmayé.

Eso fue anoche. No sé cómo, pero amanecí en mi cama (¿lo habría soñado?). Cuando desperté muy entrada la mañana sentía un gran peso en mi cabeza y una sensación de lucha interna: una parte deseaba levantarse y salir corriendo, la otra luchaba por quedarse refugiada entre aquellas sábanas como si aquel cobijo fuese suficiente para alejar a aquel espectro que había visto ayer (¡no vi nada, fue una pesadilla!). Me levanté y salí de la casa con ganas de no regresar. Sabía que había algo allí. Mi soltería y la soledad de mi vida estaban jugándome una mala pasada. ¿Me estaría volviendo loco estar solo?

Hoy tuve que regresar y apenas llegué decidí ponerme a escribir. Hacer catarsis a través de la escritura a veces alivia mi turbada mente, los problemas se disipan y mis pensamientos suelen descansar para dirigirse a un solo punto: el final del texto.

Pero creo que no podré terminar, se está haciendo de noche y mi soledad está invadiéndome nuevamente. Siento que no estoy solo aquí. Encendí las luces de mi pequeño apartamento. Con tres interruptores ya todo está iluminado, no hace falta más. El terror volvió a entrar en todo mi ser cuando, sentado aquí en mi computadora, sentí que se apagó la luz del cuarto. Luché con mi mente para que se calmara, para que entendiera que era posible que la bombilla ya necesitaba cambio (¿y el ruido del interruptor?) No. No había escuchado nada. Me iba levantar en este momento a verificar eso. No había nadie allí (¿estaba seguro de ello?), pero la sensación de ahogo que acudió a mi garganta como un rayo no tiene nombre. Me puse de pie y accioné el interruptor del cuarto: la luz encendió.

Aquello hizo que recorriera mi cuerpo un escalofrío intenso que me hizo levantar todos los vellos de mi cuerpo (no era posible), a lo mejor la había dejado mal accionada (me obligaba a creerlo) y la misma se había accionado sola (todo tiene explicación)… ¡No estaba volviéndome loco!

Desencajado y presa del pánico me asomé a la ventana, llovía copiosamente. Volví la mirada alrededor de todo el espacio y no vi nada. Mis ojos estaban alertas, buscando algo que sabían que estaba allí, pero que no podían atisbar. En ese momento volvió la voz, salió de todas partes y de ninguna a la vez, era ensordecedora y a pesar de taparme los oídos desesperadamente no lograba dejar de oírla… Me repetía una y otra vez “aquí estoy, yo no me iré”. Corrí enloquecido hasta la puerta, accioné el pomo y no pude abrirla, le di golpes una y otra vez (estaba atascada, seguro), traté de gritar por auxilio y la voz no salió. No podía emitir sonido alguno, mi garganta se había secado y mi respiración se hacía cada vez más densa. Cuando giré sobre mis talones comencé a ver sombras por todo mi apartamento y a escuchar otras voces, también escuché cadenas y gemidos de dolor ahogados (era mi imaginación), en mi oído escuché la respiración de alguien o algo que no lograba ver, pero que sabía que estaba allí (no era posible, mi mente estaba creando esos sonidos presa del terror, debía calmarme).

Entonces ocurrió… Aquel espectro que había visto anoche apareció de nuevo, se materializó frente a mí con una mueca espantosa de risa en su cara. Sus ojos eran negros, profundos e inexpresivos y mi corazón sentía que la energía que emanaba de aquello no era de la buena… Me aceleré, mi corazón latía desbocadamente y un silencio sepulcral se apoderó de mi apartamento a punto tal que me era posible escuchar los latidos de mi propio corazón. La lluvia que caía sin pudor fuera de la ventana tampoco sonaba, parecía que me había sumergido repentinamente en una burbuja y todo contacto con el exterior era lejano, imposible.

En ese momento me habló nuevamente, pero no cambió su mueca espantosa ni abrió la boca. Su mensaje simplemente entró en mi cabeza directamente y sus palabras me helaron la sangre. Sonaba como metálica y amenazante: “De ahora en adelante, mis amigos y yo vendremos cada noche a divertirnos aquí. No queremos que intervengas, este es nuestro espacio y tú no eres bien recibido. Te lo hemos querido hacer saber hace tiempo, pero no querías escuchar. Ya no queremos seguir enviando señales. No hay nada que puedas hacer para sacarnos. Todo esto nos pertenece y sabremos cuando trates de sacarnos. Vendremos nuevamente si sabemos que hiciste algo y vendremos de muy mal humor, ¿entiendes? Regresaremos más tarde a verificar que te quedó claro".

Lo entendí perfectamente. Acto seguido y después de escuchar una risa infernal que emanaba de todas partes y de ninguna a la vez, desaparecieron todos. Quedé con esta sensación de impotencia y de atadura que no me deja pensar ni actuar… ¿Aquello que acababa de experimentar era producto de mi imaginación o había sucedido realmente? Pude comprobarlo al acercarme a mi cama: había un cuchillo que no pude reconocer como mío sobre mi almohada. ¿Qué puedo hacer? ¿Luchar? ¿Cómo, contra quién?

¡No estoy volviéndome loco, verdad! ¿Hay alguien que pueda ayudarme?
Zadir Correa

Un gran amor de mentira

Hace unos años, ambas se conocieron en circunstancias que todavía están frescas en sus mentes. Lo recuerdan como si hubiese sido ayer. Cada una había sido protagonista de una vida diferente, cual caleidoscopio, sus vidas, tan parecidas, se habían desarrollado totalmente diferentes.
Ruth se enfrentaba en aquel entonces al auto reconocimiento y la aceptación de ser quien era. Sus padres habían criado a su niña de modo que la misma llegara a ser exitosa en cualquier campo donde se desarrollara. Creían en su criterio, en su forma idónea de hacer las cosas, en su determinación para tomar grandes decisiones que le abrieran grandes puertas y de esa manera desarrollar un mejor futuro. Pero nunca aceptarían su condición sexual. Ella estaba clara en eso.
Ingrid era mayor y su familia, muy ortodoxa en sus costumbres, no llegaría jamás aceptar una situación como aquella. Sus hermanos desdeñaban de todos los vecinos que tenían dicha condición, se burlaban de ellos y hacían chistes crueles de los cuales se reían a mandíbula batiente. Ingrid, temerosa de caer en aquellas lenguas y de que su reputación se viera opacada por algo parecido, se unía a aquello y a pesar suyo también se reía y hasta creaba sus propias maneras de burlarse de la situación. Todo antes de verse mezclada con algo parecido.
Cuando se conocieron por primera vez, ambas creyeron que sus vidas cambiarían definitivamente, porque las dos habían visto a su alma gemela en la otra. Pero había un detalle: ninguna estaba dispuesta a arriesgarse a perder el status social que tenían, ni a luchar contra la sociedad en ese momento.
Aquello devino en una separación forzada y cada una se volcó a vivir una vida que no era la que quería. Ruth se dedicó a crearse una mascarada rodeada de amistades falsas, fingiendo ser feliz con eso, tuvo sus novios y se desarrolló profesionalmente en su campo laboral. Por su parte Ingrid se buscó un novio, se embarazó y después se separó, con la esperanza de que aquella imagen (la de madre) pudiera ser suficiente para que su familia ya no la señalara más. Con aquel hijo, Ingrid pensó que ya se había resuelto el problema. Con el tiempo se dedicó a mantener una relación inconstante con un compañero de trabajo, a quién no soportaba, accediendo incluso a ser su amante, cuando éste tenía crisis dentro de su matrimonio. Todo para tapar su condición.
Aquellas vidas de mentira, tan cercanas y distantes a la vez no iban a soportar el peso del tiempo ni de la verdad. Así fue.
Cada una durante unos cuantos años, a hurtadillas, sin que sus familias y cercanos se enteraran se dedicaron a mantener furtivamente relaciones con otras mujeres de su entorno. Buscaban personas que no fueran a delatarlas y que estuvieran del mismo lado del juego: Ocultas de todos.
Pasaron varios años hasta aquella tarde de enero. Ruth, ya más abierta en su forma de ver la vida, se había cansado de experimentar situaciones escondidas y fugaces. La hacían sentir vacía y de mentira. Con algunas personas mantenía su imagen de “muchacha pura y casta”, pero con muchas otras había abierto el juego y se había sorprendido de que la hubieran aceptado tal cual era. Sin mentiras, sin máscaras y sin pretender ser quien no era. Estaba más libre cada vez. Sólo le hacía falta alguien en su vida que estuviera dispuesta a comerse al mundo y enfrentarse a todo junto a ella.
Ingrid, después de varios años de no verla, veía aquel encuentro futuro como una simple jugada del destino. Una amiga que alguna vez estuvo muy cercana. Su vida se estaba debatiendo entre varias personas en ese momento y no había en aquella cita ninguna expectativa.
Pero el encuentro finalmente se dio. Ruth e Ingrid se vieron después de muchos años esa tarde de enero. Parecía que la vida las había colocado una frente a la otra para que se vieran y reconocieran una en la otra a esa alma gemela, a ese gran amor que una vez habían reconocido. Lo supieron de inmediato: La vida les había colocado una nueva oportunidad de luchar contra la sociedad, contra sus propias familias, contra todo aquel que desaprobara su unión.
Ruth aceptó el reto. Tendría que luchar contra todo aquel que se opusiera, incluso si ello implicaba batallar contra su propia familia. No le importaba. Quería romper todas las barreras que le negaban la posibilidad de ser auténticamente feliz. Ella deseaba con todas sus fuerzas estar unida a Ingrid muy por encima de quienquiera que se opusiera. Con aquel encuentro quedaron las bases sentadas de una nueva relación, más madura, más formal, más fuerte.
Ruth se ilusionó, cambió sus planes de vida, dejó de lado a sus antiguas amigas fugaces, se separó de todo cuanto significara mentira y se centró en su vida con Ingrid. Deseaba por sobre todas las cosas ser feliz y no le importaba el costo que eso llegara a tener. Planificó mudarse juntas, planificó nuevas metas, nuevos viajes, nuevos proyectos y dejó de lado todo aquello que pudiera alejarla de su objetivo. En algún momento del pasado reciente había pensado irse al extranjero para “nacer” de nuevo, pero el hecho de haberse reencontrado con su viejo gran amor la hicieron deshacer aquellos planes y vivir cada día con más vigor su renovado amor.
Ingrid se mostró feliz al principio, ya había experimentado situaciones fugaces en el pasado y deseaba colocar un punto a ese desorden de su vida de una vez por todas. Prometió amor eterno, se prometió a sí misma luchar contra cualquier obstáculo para no permitir que éste le destruyera de nuevo su vida. Planificó también vivir juntas y adelantó algunas cosas a ese respecto. Pero su familia seguía allí. Su vida de mentira seguía enterita. Sus compañeros de trabajo, sus jefes y todas las personas que la conocían jamás se esperaban lo que ella estaba a punto de iniciar: Su propia vida.
Tenía que ser muy valiente para poder enfrentar a toda su falsa vida: sus amistades de la infancia, todos casados y con hijos, sus comadres y compadres, sus hermanos y hasta su propia madre. Todos seguían allí ejerciendo presión. Ninguno iba dejar de hacerlo nunca. La guerra se basaba en ser quien era y ser feliz por encima de quien fuese, incluso de su propio hijo.
No se atrevió. Varios meses más tarde comenzó a evaluar el nivel de compromiso que una vida con Ruth iba significar para ella, el hecho de que si alguna vez sus familiares preguntaban, se acercaban o simplemente la visitaban, lo iban a notar de inmediato. Su jefe, ¿qué diría de ella? Que siempre hacía chistes malos acerca de las personas de ese género. Estaba atrapada dentro de su propio mundo de mentira. Se había hundido tanto en su falso mundo que no iba soportar abandonarlo o ponerlo en riesgo cuando Ruth dijera que iba a buscarla o cuando salieran a algún centro comercial. ¿Qué dirían sus compañeros si la veían caminando en cualquier boulevard con Ruth? Ruth no sabía disimular su amor y no le importaba. Cuando la veía su temperamento cambiaba y el mundo entero se extinguía a su alrededor. Ella estaba dispuesta a todo por su amor. Ingrid no.
Fue así como en medio de aquella disyuntiva, Ingrid comenzó a marcar su distancia para salir de aquel aprieto. No iba ser fácil, ella lo sabía. Ruth estaba dispuesta a dar la vida por ella, a presentarle a toda su familia, a sus amigos, a sus jefes y a todo aquel que se atravesara, lo que a Ingrid le daba temor. Le producía temor que ese amor desenfrenado no tuviera raciocinio y perdiera el control de su tan organizada vida.
Aquel momento iba ser único. No se repetiría una oportunidad de deshacerse de aquello tan fácilmente. Ruth sufrió un pequeño accidente laboral y fue remitida varios días a un reposo absoluto. Su columna corría el riesgo de quedar lisiada de por vida si se descuidaba. Debía estar en cama. Ruth estuvo sola en aquel cuarto de hospital, su familia estaba fuera del país y necesitaría toda la ayuda de alguien que la atendiera.
Ingrid estuvo allí el primer día. Se despidió con la promesa de volver aquella tarde a verla y no regresó jamás. El primer día dijo estar muy cansada por su trabajo, luego al día siguiente lo mismo. Al tercer día y cuando Ruth le reclamó su falta y su cariño en ese momento tan importante para ella, ésta prometió irla a ver esa tarde seguro. No fue. Pasaron así los días con distintas excusas que agotaron la paciencia y el amor de Ruth. Todavía, el fin de semana después de haber discutido la noche anterior, ésta se atrevió a llamarla para decirle si iba a verla para conversar. Ingrid dijo: No hay nada que conversar. Esto llegó hasta aquí. Adios.
Ruth no se lo explicaba, no iba poder entender aquello, se hicieron muchas promesas de amor, se juraron amor por toda la eternidad, se prometieron el cielo mismo, se prometieron cambiar sus vidas luchando contra quien fuera. Sólo había exigido un poco de atención en un momento especial en que lo requería, eso era todo. Ella terminó con su corazón roto y cerrándolo definitivamente. 
Ingrid por su lado se quitó un peso de encima y pudo continuar con su vida tal cual era: de mentira y haciendo felices a otros en lugar de ser feliz ella misma. Quizá en otro momento, ahora no.
Zadir Correa

YO SOY ASÍ… ¿Y QUÉ?

Desde pequeño siempre se metieron conmigo, todos. Desde los maestros hasta mis compañeros. Me colocaban apodos o se mofaban de mí. Yo nunca me traumaticé ni tampoco me sentía menos por eso. Recuerdo a los flacuchentos del salón, muy estirados ellos, siempre luciéndose en la hora del recreo para ver quien corría más o quién aguantaba más bajo el sol. Nunca me ganaron. Ellos creían que diciéndome ballena o neverita me insultaban. A veces prefería esos motes a que me llamaran por mi nombre de pila: “Justino”, me hacían un favor. Yo simplemente me divertía con aquello y les replicaba: lombriz de tierra, patas flacas, peo ‘e culebra o pantera rosa.

No puedo quejarme de mi infancia, todo me lo tomaba como un chiste, incluso los regaños de mis profesores cuando me reclamaban que hablaba demasiado o que estaba comiendo en clase o cuando me dijeron una vez que dejara en paz a Pablito (a quien yo llamaba Pantera Rosa) porque vivía asustado por mis juegos poco delicados. En el patio, cuando con sus amiguitos los flacuchentos, se metía conmigo, lo perseguía hasta alcanzarlo, lo zarandeaba, lo sometía y me le sentaba encima… Es ahí cuando se parecía a la Pantera Rosa, se ponía colorado y cuando lo liberaba caminaba como de lado. Muy cómico. Todavía hoy lo llamo así.

Después en la adolescencia cuando me fui desarrollando pensé que iba a componerme (así decían todos), que a lo mejor con el desarrollo de mis partes y con el hecho de que ahora tenía vello en partes que antes eran lisas, yo iba a cambiar. Negativo.

A veces sentía que desentonaba. En todos los lugares: la universidad, las reuniones con los amigos, mis primeras novias, siempre me hacían ver como un desequilibrado, porque siempre estaba de buen humor y me reía escandalosamente, lo que hacía que muchos de mis compañeros (los estirados y larguiruchos) me vieran como gallina que mira sal: por encima del hombro.

Ni eso me inmutaba. Me gusta ser como soy y no hay nadie que pueda cambiarme eso. Además adoro comer. Ése es uno de los placeres mundanos más deliciosos que hay. Cómo disfrutaba y todavía disfruto sin tapujos un grande y delicioso helado de fresa y ron con pasas… es mi favorito; o de una paella de mar y tierra, una pizza crocante con todos los ingredientes que le quepan… ¡dígame la comida mexicana! La adoro…

No sé si mencioné a mis novias arriba, pero las retomo: Siempre he tenido novias… por poco tiempo, pero novias al fin. Los muchachos siempre me decían que con esta barrigota mía el miembro se hace ver más pequeño y debo decirles algo: es falso. Yo lo veo perfectamente y lo sé usar mejor que muchos de mis amigos los flacuchentos y atléticos.

Me he cansado de verlos entrar en la farmacia a buscar su pastillita azul para ayudarse Yo no la uso. Mis facultades masculinas están al mil por ciento y tengo muchas “amigas” que pueden dar fe de ello. No me hace falta además. La única razón por la que me dejan mis novias es por mi manera de vivir la vida. Sí, créanme, por mi manera de vivir la vida: con diversión y tomándome todo a la ligera. No me importa mucho ni me doy mala vida. Ya aparecerá alguien que me quiera así como soy.

Creo que eso puede significar un problema para mí más adelante. En mi carrera siempre fui de los mejores, ejerzo mi profesión con dignidad y cuando estoy en ello lo hago bien y me comporto profesionalmente. Por eso soy publicista. Me gusta mucho crear imágenes. Cosas nuevas. Pero en cuanto me deshago del traje de ejecutivo vuelvo a ser yo. Me gusta la playa, las parrillas en casa de mis amigos y respeto demasiado mi tiempo libre, adoro los lugares al descubierto, la playa, la montaña y hacer el amor como un loco.

Tomo poco debo decirlo, sólo bebo ocasionalmente (“socialmente” dirían mis amigos estirados) Mi gordura no es de borracho, no. La mía ha costado mucho trabajo, es como una gran inversión que protejo a capa y espada de quien venga atacarla. Es más, la disfruto, me gusta pasarle la mano encima, restregarla bien cuando me baño, asolearla cuando voy a la playa y me encanta que mis novias me la besen. Me siento como Rico Mac Pato en su piscina de oro cuando la toco. Soy feliz con mi barriga, es mía y hago lo que se me venga en gana con ella.

En cambio mis amigos viven reprimidos, los flacos se preocupan porque van a perder la línea (¡ay vale!), los otros rellenitos andan acomplejados y no salen de sus vidas monótonas y legalmente aceptadas: su mujer, un par de hijos, la mascota, una vivienda que están pagando, el mercado mensual y una montaña de deudas por todos lados: tarjetas de crédito, la cuota del seguro, la cuota de la pensión, el colegio de los “niños”, los regalos de diciembre para toda la familia, la mensualidad de la fosa del cementerio, el agua, la luz, internet y un muy largo etcétera.

No significa que yo no tenga estos gastos. Los tengo, pero no me sumerjo en ellos, no les permito que se apoderen de mi vida de un modo tal que me aten a la casa o la oficina, NO. Yo me rumbeo mis deudas, me río de ellas, me río de las adversidades. La verdad es que para mí no existen. La gente dice que soy un tipo con SUERTE y yo les digo que yo me lo he GANADO.

Todo depende de cómo veas los problemas. Ellos no deben ser más grandes que tú. Si tengo novia, bien, si no la tengo, también. Nada de sufrideras ni despechos. Yo me tomé muy en serio una frase que leí una vez: VINIMOS A ESTE MUNDO A SER FELICES. Yo lo soy.

Tengo amigos que se acomplejan porque en el momento de la cama no les funcionó, otros que sufren porque la mujer los engañó con otro, la Pantera Rosa (como le digo de cariño) vive en una sola quejadera porque es economista y según él: ESTO NO HAY QUIEN LO AGUANTE. Yo no. Si no se me levanta el niño en el hotel, agarro mis cosas y me voy. Si mi novia me engaña con alguien, la dejo y me busco otra. Si no tengo suficiente dinero, no gasto más de lo necesario. Digamos que soy práctico.

No sé si será inmadurez de mi parte o que no me dejo abrumar por esas circunstancias, pero yo veo las cosas de otra manera, desde otra óptica. Yo disfruto la vida tal como soy, no quiero cambiarme la nariz, ni el mentón, ni el cabello, ni la boca ni mucho menos quitarme mi barriga que tanto me ha costado. Si confieso que me depilo mis partes íntimas por higiene, pero jamás pretendería ser quien no soy por hacer feliz a otro. ¡Me gusta como soy chico! Y si tengo que pelear con quien sea, lo hago.

Que me digan ballena, neverita, lavadora morocha, gordo feo, deforme, cuerpo‘e yuca, todo eso es mejor que me vean en la calle y me griten mi nombre ¡Justinooooo!... ¡eso sí es espantoso! Pero es mi nombre y me lo calo, ¡qué más da! Ya te lo dije antes, SOY FELIZ COMO SOY, llámenme como me llamen. Yo sí soy GORDOOOOOOO… ¿Y qué?
Zadir Correa

La Carta de Amor

No iba poder entenderlo hasta que llegó el final. Ernesto estaba raro, su comportamiento comenzó a ser extraño desde aquel día, hace ya un año, en que aseguró, iba a una revisión de rutina donde su médico de cabecera. Yo tuve desconfianza desde aquel momento porque él no volvió a ser el mismo. Al regresar de aquella “cita médica”, Ernesto estuvo esquivo, huidizo, huraño e incluso a ratos, de mal humor.

Nosotros nos conocimos hacía seis años y, desde el momento en que nos vimos por primera vez, yo supe que él era el hombre que me acompañaría toda mi vida. Cuando nos vimos aquella tarde de febrero en aquel malecón ya casi al atardecer, él también lo supo: se iba enamorar perdidamente de mí y ese amor sería eterno. Cuando nos enlazamos formalmente y mi familia ya lo conocía me llevó al balcón de mi casa, allí, bajo una luna llena refulgente me dijo: “Te amo y quiero verte feliz toda la vida”.

Aquellos primeros años fueron maravillosos. Ernesto sólo vivía para mí y yo para él. Éramos como una sola persona. Yo me encargaba de su cuidado diario, de que saliera planchado y oloroso de casa cada mañana, de que se alimentara bien, de que su cabello estuviera adecuadamente cortado y que sus uñas siempre estuviesen impecables. Él por su lado traía detalles todos los días y de vez en cuando se aparecía con una botella de cualquier cosa para celebrar. ¿Celebrar qué?, preguntaba yo. “Celebrar que estoy contigo y que somos felices”, me respondía.

Cuando caí enferma con aquella bronquitis aguda que no me dejó ir a trabajar por casi dos semanas, él se desvivió en atenciones y en detalles conmigo. Me daba mi medicamento a la hora, me tomaba la temperatura, me mandaba preparar la comida, hasta contrató a una señora para los quehaceres de la casa para que no tuviera yo tanto trabajo.

Nos amábamos incansablemente, disfrutamos la vida que teníamos a plenitud, viajamos a Grecia, Egipto, Francia, Australia y hasta Brasil para disfrutar del carnaval hace dos años. Cuando me dijo que dejara de trabajar para que me encargara de la casa, me negué rotundamente, me resistía a la idea de ser una inútil. Me dijo: “Quiero que críes a nuestros hijos y los hagas a tu imagen y semejanza”. Como no los teníamos, aquella era la invitación formal a buscarlos. La maternidad cambió mi vida. Al año nació Ernesto José que hoy tiene cuatro años. No tuvimos otros hijos, aunque los buscamos.

Tal como me lo pidió, dejé mi trabajo y me dediqué a nuestro hogar, con la confianza que él me daba y con ese sólido amor que nos mantenía unidos indisolublemente.

Por eso me sentí tan mal cuando su comportamiento cambió desde aquella fecha. Todo aquel amor que me prometió parecía haberse ido a alguna parte, como si de repente se hubiese esfumado. A pesar de que después de aquello, él propuso nuevas reuniones, festejos y celebraciones por cualquier motivo, siempre lo vi extraño. Parecía ocultarme algo.

Sus amigos venían a casa y había celebraciones por cualquier motivo, cumpleaños de ellos, de sus hermanos, de los míos, el de Ernesto José, el de él mismo. Ya habían pasado unos seis meses desde aquella “visita médica”. En las reuniones Ernesto se mantenía como aislado y se negaba incluso a bailar o disfrutar conmigo. Me hacía bailar con sus amigos y sólo observaba prestándome poca atención. Al menos eso creía yo.

Cuando Carlos, su mejor amigo se me acercó más de la cuenta en una de aquellas reuniones, me estremecí. Ernesto había estado como lejano, ausente y muy pensativo en todo momento. Como en otro mundo. Carlos me tomó de la mano con una delicadeza tal que me hizo temblar las rodillas. Me puse nerviosa. No podía siquiera pensar en otra persona que no fuera mi esposo, quien tanto me adoraba y en quien yo tanto confiaba. Tuve miedo y me alejé.

Pero no terminó allí. La siguiente semana, en el cumpleaños de Carlos, Ernesto organizó el festejo en nuestra casa. Le dije que no estaba de acuerdo, que no quería a ese montón de gente en mi casa esa semana y no me hizo caso. Parecía que no me oía. Durante la celebración, Ernesto dijo que ya volvía, que se ausentaba un rato a buscar algo que faltaba. Carlos aprovechó para acercarse y disculparse por el roce y la electricidad de la otra vez, que eso no volvería a pasar si yo no lo deseaba... Pero yo sí lo deseaba. Hacía seis meses que con mi esposo las cosas estaban extrañas, mí intimidad con Ernesto era infrecuente y yo sentía que algo estaba pasando en su vida, algo que de seguro usaba faldas y tacones altos.

Carlos se mostró tan caballero aquella noche, incluso cuando Ernesto volvió, que cuando me llamó en la tarde el lunes siguiente para vernos a escondidas y conversar, acudí a su llamado rauda y veloz. Recuerdo que escogí cuidadosamente el atuendo que iba usar para el encuentro. Quería verme radiante, con mucha luz para él. Si iba nacer alguna propuesta, que fuera bien hecha.

Cuando traté de conversar con Ernesto sobre lo que estaba sucediendo con nuestra vida, el decía que no pasaba nada, que no me cohibiera de hacer mis actividades normalmente, incluso me dijo que me inscribiera en un gimnasio para mantener la forma. Siempre me respondía con evasivas y comenzó a ser muy permisivo. Se excusaba con el cuento de que iba a una “cita médica” por unos dolores de estómago que jamás comentaba. Nunca vi exámenes ni ninguna prueba de la fulana consulta. Era evidente que había alguien más en su vida y no quería confesármelo.

Yo, que me sentía desolada me dejé convencer con Carlos para vernos eventualmente a hurtadillas por las tardes. Decía que iba al Gym y nos escapábamos. Primero me llevó a conocer nuevos lugares, luego me colmó de regalos y un día, hace unas tres semanas, accedí a entregarme a él. Con Carlos el fuego de la pasión prohibida ardía fuertemente, cuando me tocaba, nuestra piel se estremecía, nuestros poros parecían quererse devorar unos con otros y hacer el amor con él fue una verdadera gloria.

Evidentemente me sentí culpable, Ernesto me había empujado a aquella situación, me había servido el juego. No dejaba de convocar fiestas por cualquier tontería y en todo momento hacía venir casi obligado a Carlos, quien ya más recientemente, acudía de muy buena gana a mi casa donde aprovechaba la distracción de mi esposo para cortejarme o hacerme juegos eróticos que subían nuestra adrenalina al mil por ciento.

Hoy, siento que mi amor por Ernesto es infinito y que por el resto de mis días voy agradecerle toda su abnegación y cuidado. El siempre me lo demostró. Hace un par de noches comenzó a quejarse por un dolor en el estómago y salí corriendo con él a la clínica. Casi muero de sorpresa cuando me entregó una carta manuscrita antes de entrar a emergencias. “Ábrela cuando esté dentro”, me dijo. La carta decía:

“Adorada Miriam, siento tener que decirte por esta vía lo que sucede conmigo. Te pido perdón de antemano porque sé que no va a ser fácil asumirlo así de repente. Nuestro amor es tan grande que no podía permitirme el lujo de dejar que se fuera al caño así como así o que pensaras que se había desvanecido o que había alguien más.

Si he tenido un trato evasivo contigo estos últimos meses ha sido por una sola razón. No pienses lo peor. No hay nadie en mi vida. No podría tener ojos sino para ti, lo sabes muy bien. Te lo prometí aquel día de los enamorados, recién conocidos. Iba amarte hasta más allá de mi propia muerte. Así lo he hecho. Siempre recuerdo aquellas palabras: “Te amo y quiero verte feliz toda la vida”.

Pero me parecía egoísta de mi parte simplemente desaparecer de tu vida y dejarte sola, desamparada y llena de culpas que no tienes.

Sé que has estado saliendo con Carlos y te confieso que al principio me pegó, pero supe que era lo mejor para todos. Cuando organicé aquellos templetes en casa, tenía la intención de que alguien apareciera en nuestras vidas, sobre todo en la tuya, que pudiera hacerte ver otras cosas, que te invitara a disfrutar la vida con plenitud, que disfrutaras de cosas que yo no podía darte y que pudieras rehacer tu vida en el momento en que lo inevitable llegara por fin.

Tengo un cáncer terminal de estómago. Fui varias veces a consulta para descartarlo y tratar de evadirlo, pero ya estaba desahuciado. Me lo dijo mi médico de cabecera hace aproximadamente un año. Estaba en mis manos someterme a la radioterapia o la quimio, lo que haría todo el proceso más largo y doloroso o dejar que la muerte me sorprendiera en cualquier momento. Decidí que fuera lo segundo, soy algo cobarde para estas cosas y no me gusta sufrir, lo sabes. Nací para ser feliz y hoy debo decirte que a tu lado siempre lo fui y todavía lo soy. No te dije nada antes porque odiaba la sola idea de hacerte sufrir. Perdóname.

Cuando ya no esté a tu lado, estaré tranquilo porque sé que estarás en buenas manos. Carlos es un hombre bueno, lo he estudiado y además se parece a ti. Sé que será un perfecto padre para nuestro hijo y un amante extraordinario para ti. El será la exacta continuación de mi amor desenfrenado.

Mi amor por ti es tan grande que no podía irme sin dejarte feliz. Gracias por darme los mejores años de mi vida, gracias por tus cuidados y por ser tú. Por favor, sé feliz. Yo lo sentiré adonde quiera que vaya.

Te amaré por siempre. Ernesto.

Ernesto no regresó. Murió aquella noche en la clínica.

Zadir Correa

UNA VENGANZA TRAUMÁTICA

Nadie tiene claro el porqué, ni desde cuando, ni tampoco de qué clase es, mucho menos qué lo produjo, sencillamente para todo aquel que lo llega a conocer, aunque sea un poco, cae en cuenta de ipso facto que él tiene gravemente perturbadas sus facultades mentales y que todo apunta a que lo sabe muy bien.

Y no le importa.

Siempre fue visto como un hombre extraño, retraído, con una personalidad esquiva y definitivamente desequilibrada. Huraño, poco sociable. Su familia lo desechó hace poco tiempo separándolo definitivamente de su lado. Sólo Indira, su hermana, lo trata con cariño. Hacía un tiempo se lo veía caminando solo por las calles, como meditando en silencio, con la cabeza agachada muchas veces, otros lo vieron con una altivez que se le salía por los poros y más recientemente lo veían bastante cambiado y muy serio.

El proceso fue corto, la transición fue para muchos imperceptible y a su vez impactante. Llegaron a decir que a lo mejor aquel joven educado y de buena familia que tanto se esperaba de él, había muerto, que había sido raptado por alguna secta satánica, que lo había abducido algún platillo volador por un día y lo había devuelto cambiado, que las drogas habían hecho estragos en él, que eso era la influencia maligna de sus “amiguitos” que eran “mala junta”. Otros dijeron que simplemente ese muchacho educado se había metido a marico.

Un año atrás Julián disfrutaba plenamente su noviazgo con Helena (así con H), una beldad de padres griegos, con una hermosa cabellera y un carácter muy dócil. Ambos se dejaban ver caminando de la mano por parques y plazas conocidos donde sus cercanos pudieran verles, cruzando la ciudad encantados de la vida el uno con la otra.

Helena, una joven toda sonrisas, muy ingenua, pero no tonta, comenzó a notar algo extraño en aquel comportamiento. Julián sólo deseaba realizar juegos extravagantes a la hora del sexo y en muchas oportunidades simplemente disfrutaba de verla alcanzar el orgasmo sin participar él de ninguna manera. Las alarmas se encendieron fuertemente cuando él propuso incluir a Michel (su mejor amigo) en sus juegos, situación ésta que fracturó mortalmente aquella joven relación de 2 años y medio que incluso tenía promesa de casarse en 3 meses.

Helena se limitó a contestar con evasivas hasta que un día tomó la determinación de enfrentarlo y decirle que no, que ella no se permitía ese tipo de actos, que eran pecaminosos y que si seguía con la insistencia dejaría todo hasta ese punto.

Mal hecho.

Él cambió radicalmente con ella, las veces que estaban juntos él solo quería humillarla, le gritaba, la maltrataba con la fuerza de su sexo. Pasó un buen día que por la negativa de ella a acceder a sus juegos maquiavélicos y retorcidos, la golpeó. Allí acabó todo.

Helena, humillada y herida en su interior fue a contarle todo a su familia. Su hermano Adonis rojo de la impotencia gritó de rabia y prometió venganza. Que cómo ese “maricón” le iba a meter a otro tipo en la cama, que qué se creía para golpearla o humillarla, que eso lo pagaría con sangre.

Una noche de copas, después de hacerle un seguimiento por varios locales nocturnos, Adonis puso en marcha su plan con unos amigos: debían entrar en el sitio, socializar para romper el hielo y acercarse a los dos para indagar en qué andaban Michel y Julián esa noche dando vueltas por la ciudad. Hicieron bien su trabajo. Querían persuadirlos de unirse a una súper fiesta que se estaba organizando esa misma noche en un apartamento cercano, que si se animaban podían sumarse al combo. Michel no veía con buenos ojos aquello y declinó, mientras que en medio de su ebriedad, tentado por los desconocidos y pese a la protesta de su amigo, Julián aceptó ir.

Michel no supo nada de Julián por un par de semanas. El lazo que los unía era muy débil, no había un vínculo fuerte que los uniera más que un simple encuentro ocasional, por lo que después de un par de intentos por saber de su suerte aquella noche y sin obtener respuesta, simplemente dejó de preocuparse. Las malas noticias se saben primero. Ya aparecería en cualquier momento.

El encuentro fue frío. Julián parecía cambiado. Era evidente que no había sufrido un accidente. No había huellas de algo parecido ni estaba cojeando, pero aquél no era el mismo de hacía dos semanas. No saludaba a nadie. Sus conocidos encontraron una barrera a la hora de abordarlo. Michel no volvió a salir con él. Decidió abrirse camino.

Su familia, encolerizada por lo sucedido con Helena y por los comentarios que habían surgido a raíz de aquel incidente decidió darle la espalda y echarlo de la casa con todas sus cosas. Era una deshonra tener un hijo así.

Todo aquello provocó que Julián se olvidara por completo de la que había sido su vida hasta aquel entonces, una vida llena de falsedades y mentiras salvavidas. Estaba cansado de vivir aquel infierno, debatiéndose internamente entre vivir su vida como deseaba o vivirla como la deseaban los demás. Se cansó de los comentarios a sus espaldas, de las amistades por conveniencia, de la sociedad hipócrita que se aprovechaba de él, de su educación y de sus capacidades. También estaba cansado de demostrar en el seno de su familia algo que no era. Aquella doble vida sólo lo atormentaba, generando en su cabeza y en todo su ser una explosión que lo llenaba de adrenalina y que había desembocado en aquella retorcida relación que vivió con Helena.

La situación se le fue de las manos. Una repentina libertad hubiese sido suficiente. La sola aceptación de sí mismo unos días antes no hubiesen sido tan traumáticos. No hubiesen desencadenado en su interior ese odio y rabia por la existencia de la vida misma. Odio que comenzó a permear su vida, que invadió todo su ser y que transformó a aquel “muchacho educado” en un ser vacío de sentimiento, de valores, de piedad, de remordimientos.

Cuando Michel lo vio aquel día parado en aquella esquina no pudo creerlo. Estaba más delgado, caminaba erguido, demostrando seguridad y con la frente en alto, con orgullo. Iba a reconocer esa figura donde fuera, había compartido con él muchos momentos de intimidad, esos ojos grandes, esa espalda… Pero ya no era el mismo.

Ahora Julián cobra por sus servicios. En aquella esquina espera a cualquier incauto para subir a su auto y cumplir sus fantasías más retorcidas. Hoy en día es de los que piensa que cualquiera tiene precio.

No hace sino recordar aquella noche cada vez que se detiene en la esquina, buscando reconocer alguno por sus ojos algún día.

Aquella noche había luna llena, el alcohol había hecho mella en sus sentidos y aquellos dos desconocidos de brazos fuertes lo ayudaron a subir al apartamento oscuro. La sorpresa se la llevó adentro cuando vio a tres hombres más en aquella sala que ya casi está borrada de su recuerdo. También había una mujer, pudo sentirlo. Todos cubiertos sólo con pasamontañas en sus cuerpos sudados y desnudos. Lo siguiente que recuerda es que despertó frente a su casa con una terrible sensación de vacío, de dolor físico y espiritual que seguramente no desaparecerá jamás.

Dice que sólo vivirá hasta el último de sus días para vengar aquel suceso que cambió al muchacho educado por este terrible ser a quien él mismo teme a veces. Gastará todas sus energías para hacer exactamente lo mismo de lo que él fue víctima aquella noche de locura y alcohol desmedido cuando fue violado en contra de su voluntad por aquellos cinco hombres y una mujer que se llevaron consigo su dignidad, su pudor… su vida.

Zadir Correa

Blanca

Tres meses y un día habían transcurrido desde mi último cumpleaños. Ya las celebraciones por un nuevo año de vida hacía tiempo que no tenían la importancia del pasado. A pesar de ello, llegaron las felicitaciones, demostraciones de afecto y de ese gran amor que toda mi familia siempre me demostró y que llevaré conmigo siempre. Porque así es el amor verdadero, cala hasta los huesos, se vive cada día a plenitud, se disfruta, se celebra, se siente tan adentro que puede llegar a doler cuando se rompe. No hablo del amor de la pareja, no. Ése es ajeno, extraño, efímero e inestable. Hablo del amor de familia, que es auténtico y puro. Al menos así me lo demostraron siempre todos los maravillosos seres que me rodearon.
Por eso me atrevo a comunicarme hoy, porque siento que han quedado algunos cabos sueltos y mucho dolor por mi partida. Sí, fue inesperada, lo sé. Debo confesar que a mí también me tomó por sorpresa. No estaba preparada y sentía que mi partida repentina iba dejar algunos lazos emocionales rotos, algunas lágrimas y mucho qué decir. Por eso luché con toda mi fuerza para no abandonarlos, no quería que pensaran que ese viaje sorpresivo había sido una decisión arbitraria de mi parte y que simplemente los dejaría como si nada.
En ese momento recordaba los momentos felices que vivimos juntos, las miles de oportunidades en que la alegría de la vida se apoderaba de nosotros y lo disfrutábamos intensamente. Todos juntos. Recordé también las oportunidades en las que los muchachos comenzaron a crecer y un buen día se fueron del hogar en el que se criaron, con sueños y muchas ganas de vivir intensamente sus propias vidas, de progresar y de aprender los avatares de esta existencia por sus propios medios, con sacrificios propios, con lágrimas y golpes propios. Ya volverían alguna vez por la puerta grande, ya aprendidos, a compartir eso que habían experimentado por fuera con nosotros. Así fue.
Fui feliz cuando jugábamos, cuando íbamos a la playa, cuando nos mudamos una y otra vez. Siempre me adapté a las vueltas que daba la vida. Estaba consciente de que así debían ser las cosas y estaba bien.
También en aquel momento recordé las veces en las que vivíamos errantes, cambiando de lugar como nómadas, sin acostumbrarnos bien a un lugar cuando, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad debíamos partir nuevamente.
Mi hermana mayor lo sabe mejor que yo, ella vivió muchas más situaciones extremas. Digamos que por ser la última me consintieron más. Además, fui la hija de una aventura que nació tan rápido como se acabó.
Era tan importante para mí decir estas cosas que no podía permitirme simplemente desaparecer sin dejar rastro. Era imperativo para mí expresarles mi eterno agradecimiento por las muchas veces en las que enfermé, que sentía como las fuerzas me abandonaban y ustedes siempre estuvieron allí, a mi lado, solidarios, acompañándome y cuidándome cada día. Espero haber sido lo suficientemente solidaria con ustedes en sus momentos de agonía. Nunca dije nada, pero allí, escondida y sin dejarme ver, los acompañaba en su pesar, en sus momentos difíciles, en sus enfermedades, incluso cuando sentía que la economía se balanceaba, que las reservas de alimentos estaban escasas, que tenían alguna baja emocional, estaba allí; traté muchas veces de alegrarles el día con un simple gesto o con un ademán. Algunas veces funcionaba, otras no. Estaban tan ocupados resolviendo sus cosas que no reparaban en mí. No los reprocho.
Algunas veces, cuando fue avanzando mi edad y la de ustedes, quise quedarme otro rato jugando, quise caminar por el parque otro rato, pero sus urgencias diarias y sus terribles quehaceres no se los permitía. Tampoco eso lo reprocho.
De hecho, no reprocho nada. Sé que siempre me quisieron y que en todo momento estuvieron velando por mi salud, por mi alimentación, por mi vida. Gracias de todo corazón.
Quería dejarlo claro. Les agradezco que hicieran los esfuerzos gigantes por aquella operación que requería. Que si bien no notaron a tiempo, tampoco me sentía yo tan mal como para quejarme. Cuando comencé a dejar de alimentarme debimos sospecharlo, pero ya estaba yo muy vieja para reparar en esos achaques. Ya se me pasaría. A lo mejor con un cambio de ambiente mejoraría todo. Resultó ser muy grave. ¿Cómo saberlo antes?
Agradezco de corazón a las manos benditas del médico que me operó. Me trató como debía ser. Una reina. También agradezco la gentileza de ustedes que me cuidaron tan bien esos días después de la operación, que me acercaron la comida, el agua, que soportaron limpiarme cuando no controlaba mis esfínteres. ¡Qué pena con el doctor cuando me vio así!
Les agradezco que me regalaran todo su cariño, sus atenciones, su vida.
Ese día estaba esperando yo que se desarrollara con normalidad pero no fue así. La invitación llegó de repente, como un relámpago, me asusté mucho, lo confieso hoy. No quería irme sin despedirme, sin decirles estas cosas que son tan importantes para ustedes como para mí misma. Por eso, sorprendida y presa del dolor por la insistencia de aquella invitación obligada a viajar, los esperé.
Quiero que sepan que cuando me encontraron allí en el piso con aquella mueca espantosa de dolor e impotencia, los estaba esperando; quería aferrarme desesperadamente a esos sentimientos que me mantuvieron firme toda mi vida. No quería iniciar aquella travesía que era desconocida y que siempre luchamos por que jamás se presente, pero había llegado la hora.
Los vi… fueron a mi rescate, les dolió verme así y lo sentí. Quise que lo supieran cuando moví la cola en señal de reconocimiento, primero a ti que fuiste como mi madre durante toda mi vida. Luego esperé a que todos estuvieran a mi lado para hacer lo mismo. Pensaba que así podría luchar, que podía quedarme, que iba rechazar la invitación que me había llegado. También pensé que con esa señal entenderían que les agradecía su amor, su cariño, su comprensión, su cuidado por todos esos años. Si no fue así en ese momento entiéndanlo ahora. No quiero que piensen que no comprendí su cariño, que no sabía que era parte importante de su vida. Siempre lo supe y sobretodo, dondequiera que vaya ahora, siempre lo tendré presente.
Adiós.
(Descansa en Paz Blanquita, siempre te quisimos y siempre te querremos. Ve tranquila)
Zadir Correa

Proyecto Ávila: El Proceso de Reforestación

Instituciones como Inparques y ONGs como Vitalis cuentan con viveros que funcionan como una guardería de árboles. En ellos, todos los años, se plantan semillas que crecen en condiciones benignas hasta alcanzar una cierta altura, de modo que estén listas para ser transplantadas en las zonas a reforestar al comienzo de la temporada de lluvias.
La reforestación debe ser llevada a cabo con criterio científico. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué especies? ¿A qué densidad? ¿Se va a enmendar el terreno o no? Son preguntas claves para el éxito de un esfuerzo de reforestación, cosa que es importantísima en vista de lo costoso que es llevar a cabo estas iniciativas.
Las reforestaciones en Parques Nacionales deben ser permisadas por Inparques, pues es una manera de asegurar un mínimo de coherencia. Estos permisos se suelen dar a organizaciones bien establecidas y con un aval científico. Casos famosos de reforestaciones mal hechas se han dado con especies como el eucalipto (seca y mata el suelo), el mango (crece mal en cerros secos), el pino (acidifica el suelo y promueve los incendios) y el bambú (invade y no permite el crecimiento de las especies autóctonas).
En casos de incendios fuertes, por ejemplo, quienes reforestan requieren una mayor cantidad de árboles jóvenes, los cuales se transportan de las guarderías que se encuentren disponibles.
Cómo colaborar
La mejor manera de ayudar a la recuperación de ambientes degradados (o a la conservación de la naturaleza en general) es convirtiéndose en un agente de prevención y colaborando con las organizaciones que trabajan para ello.

1) Colabore con organizaciones como Sadarbol, Vitalis y Provita. Busque qué organizaciones en su área tienen una trayectoria y un aval en su trabajo conservacionista, ya que seguramente tendrán la capacidad de canalizar los esfuerzos de manera eficiente. Este tipo de ONGs siempre necesitan ayuda, sin embargo, no todas la piden bajo el mismo esquema. Algunas requieren financiamiento, otras requieren voluntarios en momentos particulares.
Lo mejor es mantenerse informado a través de sus páginas web, grupos de Facebook y Twitter, por donde suelen hacer las convocatorias.

2) Recoja semillas. Los invernaderos-guardería dependen de un flujo de semillas y recogerlas es un trabajo constante. No todas las especies son aptas para reforestar. La lista de especies permitidas por Inparques puede ser consultada en la página del Proyecto Ávila, uno de los más grandes programas que desde hace diez años trabaja activamente en la recuperación de los espacios naturales del parque.
Es importante decir que las semillas no se deben extraer de áreas protegidas, pues, aparte de estar prohibido por la ley, ellas deben cumplir una función ecológica en sus bosques originales. Pero estas especies autóctonas se consiguen hasta dentro de las ciudades.
Las semillas se pueden llevar al invernadero de Vitalis en la Universidad Metropolitana, al de Sadárbol en la Universidad Simón Bolívar o en los puntos que se establezcan para ello por la nueva Misión Árbol, aún por publicarse.

3) Cree guarderías. Las guarderías de árboles son proyectos ideales de extensión en colegios y comunidades. Son fáciles de hacer y mantener y requieren de un trabajo que perfectamente pueden llevar a cabo niños y adolescentes. Contacte a Inparques o a ONGs que le puedan proporcionar información al respecto.
Los árboles crecidos se pueden donar en los momentos que se organicen jornadas de reforestación, o simplemente pueden ser utilizados para reforestar áreas no protegidas que también se encuentren degradadas en ciudades o sus alrededores (recuerde que en áreas protegidas, los permisos deben ser dados por Inparques)

4) Conviértase en difusor de los derechos ambientales. Venezuela necesita particularmente dejar atrás la cultura de las quemas de vegetación.
Es muy importante educar a los niños en este sentido, inculcarles respeto y comprensión hacia la naturaleza, especialmente hacia la vegetación. Llevarlos a acampar en lugares naturales (sin reggaetón y otros distractores), sembrar árboles para que los vean crecer, son maneras simples de lograrlo.

Carlos Peláez (@capelaez)
Código Venezuela

Lea más acerca del Proyecto Ávila en el siguiente link:
http://www.vitalis.net/Proyecto%20Avila.htm

Indira... y mis otras mujeres

A todas las recuerdo, siempre las he recordado, pero con Indira es diferente, ella no está en mi cabeza como un recuerdo más. Ella no representa para mí una ilusión como lo fueron las demás, o un juguete como otras; no era parte de las sensaciones que muy bien conservo en mi piel o los sabores de aquellas que conservo en mi boca, no. Indira es el amor de mi vida. Ella y yo nos pertenecemos el uno a la otra indiscutiblemente para siempre, el único pequeño detalle es que ella aún no lo sabe.
Con las otras todo fue muy distinto, la lista es larga y casi todas se relacionaban conmigo por mis grandes atributos, por mi cuerpo siempre atlético y cuidado, por el color de mis ojos azules como el mar profundo, por mi nacionalidad, por mis atenciones a la hora de conquistarlas para obtener aquello que quería o porque habían salido de mi consulta encantadas después de haber sido evaluadas por mi espéculo mientras sin pudor alguno todas debían abrir sus piernas y su vulva para dejarme revisar la cavidad en la que muchos se habían divertido antes.
Mi profesión me ha dejado muchas de estas historias de “camas fugaces”. Todo comenzaba en mi consultorio. Cuando entraban en él, yo podía oler sus feromonas alborotadas y expectantes. Apenas veían mis ojos azules, mi cara limpia y bien cuidada además de mis manos obligatoriamente impecables por la profesión que ejercía, yo lo percibía. Querían ser descubiertas y exploradas por mí, ansiaban que yo les dijese en tono profesional que pasaran y se desvistieran para revisar concienzuda y delicadamente con la ayuda de mis aparatos y mis manos calientes su interior.
Ellas se desvivían por venir a consulta por cualquier motivo, recuerdo una en mi país que buscaba las excusas más inverosímiles para pedir una cita conmigo. Susan Heart (hasta su apellido ayudaba), vino a consulta un viernes por la tarde asegurando que algo ocurría allí dentro en sus profundidades que no la había dejado dormir en tres días y que ella pensaba que ese era el origen de su dolor de cabeza que no amainaba. Cuando abrió sus piernas y fijó la posición acostumbrada en la camilla lo supe de inmediato: descubrí con mi olfato y a simple vista que había estado dándose placer con algún objeto casero antes de venir, algún objeto rudimentario, no sofisticado o caro como los que yo usaba. Le dije: ya descubrí cual es el problema; ella contestó invadida por una súbita oleada de sangre que le hizo cambiar de color la cara y produjo que los poros de toda su piel se abrieran para dejar salir el calor interno que la estaba inundando: Dime George, ¿sabes lo que tengo? Deseaba Sexo y se lo di frenéticamente sobre aquella camilla.
Hubo muchas historias de estas. Básicas, como casi todas las mujeres por naturaleza. Están allí para sentirse poseídas más que amadas, usadas, más que deseadas, abusadas más que respetadas. En mi historia son todas así. Por eso decidí estudiar mi especialidad, mal llamada la “ciencia de las mujeres”. Discutible desde cualquier punto de vista. Nosotros no evaluamos más que esa cavidad en la mitad de su humanidad desde que son adolescentes hasta que mueren. Nos limitamos a ese hueco sin ser parte del embarazo ni sus consecuencias. Sólo nos interesa el funcionamiento correcto de esa máquina de placer. Incluso cuando estamos descartando males mayores, al realizar la Prueba de Papanicolaou una vez al año. Siempre estamos hurgando allí, descubrimos por el olor, la temperatura, la forma, qué ha ocurrido como si fuera una escena del crimen, buscando pruebas incriminatorias para arrancar alguna confesión oculta o evidente.
Antes de conocer a Indira, que es diferente, estuve con muchas otras mujeres que buscaban placer sin complicaciones. Mujeres casadas y cansadas a su vez de sus vidas monótonas sexualmente, de la misma posición dos veces a la semana o de ninguna en varias semanas. Todas son iguales, sólo quieren placer, placer y más placer. Aunque algunas veces nos topamos con otras algo más idealistas, que quieren mejorar su raza con uno y buscan quedar en estado para retenernos a su lado. Pobre gente. Es el caso de una de mis aventuras. Recién llegado a este país nos conocimos. Yo había sido por fin validado para ejercer mi profesión y ella entró a mi consulta.
Era alta, esbelta, de cuello largo, blanca como la nieve y con mucha personalidad, arrogante. Con aquellos lentes negros que ocultaban sus ojos solitarios detrás y que le servía para mirar sin tapujos aquello que deseaba sin ser descubierta, apareció una mañana a primera hora para una revisión de rutina.
Noté de inmediato cuando entró que era una de esas que busca algo más que una simple revisión. Lo olí. Mi olfato nunca falla, las conozco tan bien que no pueden engañarme, soy especialista, no solo en arreglar las cosas allí dentro cuando no están funcionando, sino de entender cuando están sedientas de placer carnal y desean ardientemente una buena dosis de él.
Ella pasó varias veces esa semana. Las cosas estaban marchando perfectamente. Nos habíamos visto fuera de la consulta por invitación de ella hasta que me comenzó aburrir. Siempre le dije que estaba dispuesto a darle placer, pero que me aburría siempre el mismo menú. Total, esa es una necesidad obligada en el ser humano y me encantaba variar los sabores. A todas ellas siempre les gustó. Alababan mis dotes en la cama, mi creatividad a la hora de hacer cosas extrañas, las enseñé muchas veces a darle usos a esa cavidad que nunca habían imaginado. Adoro los juguetes y el placer que da usarlos para hacerlas volar. Todas se fueron acostumbrando, llegaban a pedirme que los usara, cosa que hacía de muy buena gana para divertirme.
Esta quería otras cosas, alardeaba de su apellido europeo y de las muchas cosas que había hecho para estar donde estaba. Cosa que nunca me importó. No estaba pensando anclarme aquí, simplemente quise diversión fácil, pero ella no entendió y quiso cambiarlo todo. Pronto trató de apoderarse de mi vida y una tarde, luego de dos meses de disfrute total como me gustaba, llegó a mi consulta emocionada y muy contenta a decirme que estaba embarazada.
Le dije que no lo tuviera, que lo sacara, que eso lo podía hacer yo mismo para evitarnos traumas futuros. Total, lo nuestro era solo diversión, además, ella ya no estaba en edad de tener bebés. Se le había pasado su tiempo. Ella no aceptó mi propuesta y hasta se ofendió. Dijo que ella lo tendría sola y un buen día desapareció del mapa. Jamás supe de ella. Ignoro si tuvo o no ese bebé.
Indira en cambio es diferente. Indira me ama, lo he sabido desde que la conocí y yo la amo a ella. Nunca he amado antes a nadie como a esa mujer. Es inteligente, me hace sentir cálido, despierta en mi interior una locura indescriptible. No quiero dejar de verla, quiero protegerla día y noche, deseo lo mejor para ella y disfruto llenándola de atenciones y de regalos, cosa que nadie haría jamás.
Tiene muchas amistades que no le convienen, que viven dándole consejo de lo qué hacer con su vida. La han confundido, ella ahora está dudando de su amor desenfrenado por mí. Lo noto cuando la voy a buscar en la Universidad o en las reuniones de sus grupos de amigos, ella se acalora (me ama), cuando me ve su piel huele diferente, percibo sus ganas de abrazarme, pero se cohíbe. Se le humedecen las manos. Tiene miedo de enfrentar eso que pasa allí en su corazón y que no ha sabido decodificar.
La voy ayudar, lo necesita. Sus amigos sólo quieren alejarla de mí, tienen envidia de que se haya encontrado un verdadero hombre que la ame y le dé lo que ella quiere. Ella lo va entender en algún momento. Yo se lo haré ver. Es que yo la conozco toda, por dentro y por fuera, conozco el olor de su aliento, el olor de su sexo, sé que adora que use mis juguetes para darle placer.
Indira sólo se deja, sin intervenir ni opinar, no como las otras que siempre hablaban demasiado o se quejaban por mis prácticas poco ortodoxas. Las otras son unas pervertidas que les encanta mi manera de tratarlas, al final después de quejarse se dejan, porque las conozco, son mis objetos de diversión. Objetos que llegué a conocer muy bien por dentro. No hacía falta más.
Indira es diferente, no sólo quiere mi sexo, no, ella quiere que esté a su lado toda la vida, está a simple vista. La última foto que nos tomamos fue en una oportunidad que le di una sorpresa al presentarme al lugar donde había ido a cenar. La había seguido al salir de su trabajo. La llamé ese día y se negó a verme. Enseguida lo entendí: Quería jugar. Me dijo que no quería verme esa noche, imagino para probar mi entereza y la fuerza de mi amor por ella; era simple. La amo por eso. A hurtadillas entré poco después de ella en el lugar y la sorprendí por detrás. Ella abrió sus ojos de forma exagerada y su boca trémula no pudo articular palabra. No se lo esperaba. Yo lo supe más fuertemente allí. Su amor estaba a flor de piel, pero no se atrevió a aceptarlo. Me senté a su lado y cenamos románticamente. En medio de la velada le pedí al mesero que nos fotografiara.
En la FOTO se aprecia a una mujer que desborda amor, sus ojos lo dicen, lo dice su expresión corporal, su sonrisa auténtica de felicidad, ese abrazo tímido con el que me rodeó y la inclinación de su cuerpo hacia el mío para inmortalizarnos en aquella imagen. Indira es el gran amor de mi vida. Se lo he hecho saber.
Ella no es lo suficiente madura para entenderlo todavía. Cada vez que hacemos el amor y ella, allí sumisa se deja, me permite hacerle ver cuáles son sus puntos de placer, me demuestra su incondicionalidad. No me importa cuánto tiempo tarde en hacérselo ver, pero le voy a demostrar que soy el único hombre a quien ella necesita a su lado, que le va dar amor, felicidad y si quiere, una familia. No importa cuánto tiempo me tome ni los recursos que tenga que interponer para hacerla caer en cuenta de esa realidad, pero invertiré lo que me resta de vida para hacerla aceptar de una vez por todas que sí me ama y que no está dispuesta a vivir un día más sin mi compañía. Yo ya lo sé perfectamente, sólo falta que Indira lo entienda. Estaremos juntos más allá de la muerte.
Zadir Correa