Blanca

Tres meses y un día habían transcurrido desde mi último cumpleaños. Ya las celebraciones por un nuevo año de vida hacía tiempo que no tenían la importancia del pasado. A pesar de ello, llegaron las felicitaciones, demostraciones de afecto y de ese gran amor que toda mi familia siempre me demostró y que llevaré conmigo siempre. Porque así es el amor verdadero, cala hasta los huesos, se vive cada día a plenitud, se disfruta, se celebra, se siente tan adentro que puede llegar a doler cuando se rompe. No hablo del amor de la pareja, no. Ése es ajeno, extraño, efímero e inestable. Hablo del amor de familia, que es auténtico y puro. Al menos así me lo demostraron siempre todos los maravillosos seres que me rodearon.
Por eso me atrevo a comunicarme hoy, porque siento que han quedado algunos cabos sueltos y mucho dolor por mi partida. Sí, fue inesperada, lo sé. Debo confesar que a mí también me tomó por sorpresa. No estaba preparada y sentía que mi partida repentina iba dejar algunos lazos emocionales rotos, algunas lágrimas y mucho qué decir. Por eso luché con toda mi fuerza para no abandonarlos, no quería que pensaran que ese viaje sorpresivo había sido una decisión arbitraria de mi parte y que simplemente los dejaría como si nada.
En ese momento recordaba los momentos felices que vivimos juntos, las miles de oportunidades en que la alegría de la vida se apoderaba de nosotros y lo disfrutábamos intensamente. Todos juntos. Recordé también las oportunidades en las que los muchachos comenzaron a crecer y un buen día se fueron del hogar en el que se criaron, con sueños y muchas ganas de vivir intensamente sus propias vidas, de progresar y de aprender los avatares de esta existencia por sus propios medios, con sacrificios propios, con lágrimas y golpes propios. Ya volverían alguna vez por la puerta grande, ya aprendidos, a compartir eso que habían experimentado por fuera con nosotros. Así fue.
Fui feliz cuando jugábamos, cuando íbamos a la playa, cuando nos mudamos una y otra vez. Siempre me adapté a las vueltas que daba la vida. Estaba consciente de que así debían ser las cosas y estaba bien.
También en aquel momento recordé las veces en las que vivíamos errantes, cambiando de lugar como nómadas, sin acostumbrarnos bien a un lugar cuando, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad debíamos partir nuevamente.
Mi hermana mayor lo sabe mejor que yo, ella vivió muchas más situaciones extremas. Digamos que por ser la última me consintieron más. Además, fui la hija de una aventura que nació tan rápido como se acabó.
Era tan importante para mí decir estas cosas que no podía permitirme simplemente desaparecer sin dejar rastro. Era imperativo para mí expresarles mi eterno agradecimiento por las muchas veces en las que enfermé, que sentía como las fuerzas me abandonaban y ustedes siempre estuvieron allí, a mi lado, solidarios, acompañándome y cuidándome cada día. Espero haber sido lo suficientemente solidaria con ustedes en sus momentos de agonía. Nunca dije nada, pero allí, escondida y sin dejarme ver, los acompañaba en su pesar, en sus momentos difíciles, en sus enfermedades, incluso cuando sentía que la economía se balanceaba, que las reservas de alimentos estaban escasas, que tenían alguna baja emocional, estaba allí; traté muchas veces de alegrarles el día con un simple gesto o con un ademán. Algunas veces funcionaba, otras no. Estaban tan ocupados resolviendo sus cosas que no reparaban en mí. No los reprocho.
Algunas veces, cuando fue avanzando mi edad y la de ustedes, quise quedarme otro rato jugando, quise caminar por el parque otro rato, pero sus urgencias diarias y sus terribles quehaceres no se los permitía. Tampoco eso lo reprocho.
De hecho, no reprocho nada. Sé que siempre me quisieron y que en todo momento estuvieron velando por mi salud, por mi alimentación, por mi vida. Gracias de todo corazón.
Quería dejarlo claro. Les agradezco que hicieran los esfuerzos gigantes por aquella operación que requería. Que si bien no notaron a tiempo, tampoco me sentía yo tan mal como para quejarme. Cuando comencé a dejar de alimentarme debimos sospecharlo, pero ya estaba yo muy vieja para reparar en esos achaques. Ya se me pasaría. A lo mejor con un cambio de ambiente mejoraría todo. Resultó ser muy grave. ¿Cómo saberlo antes?
Agradezco de corazón a las manos benditas del médico que me operó. Me trató como debía ser. Una reina. También agradezco la gentileza de ustedes que me cuidaron tan bien esos días después de la operación, que me acercaron la comida, el agua, que soportaron limpiarme cuando no controlaba mis esfínteres. ¡Qué pena con el doctor cuando me vio así!
Les agradezco que me regalaran todo su cariño, sus atenciones, su vida.
Ese día estaba esperando yo que se desarrollara con normalidad pero no fue así. La invitación llegó de repente, como un relámpago, me asusté mucho, lo confieso hoy. No quería irme sin despedirme, sin decirles estas cosas que son tan importantes para ustedes como para mí misma. Por eso, sorprendida y presa del dolor por la insistencia de aquella invitación obligada a viajar, los esperé.
Quiero que sepan que cuando me encontraron allí en el piso con aquella mueca espantosa de dolor e impotencia, los estaba esperando; quería aferrarme desesperadamente a esos sentimientos que me mantuvieron firme toda mi vida. No quería iniciar aquella travesía que era desconocida y que siempre luchamos por que jamás se presente, pero había llegado la hora.
Los vi… fueron a mi rescate, les dolió verme así y lo sentí. Quise que lo supieran cuando moví la cola en señal de reconocimiento, primero a ti que fuiste como mi madre durante toda mi vida. Luego esperé a que todos estuvieran a mi lado para hacer lo mismo. Pensaba que así podría luchar, que podía quedarme, que iba rechazar la invitación que me había llegado. También pensé que con esa señal entenderían que les agradecía su amor, su cariño, su comprensión, su cuidado por todos esos años. Si no fue así en ese momento entiéndanlo ahora. No quiero que piensen que no comprendí su cariño, que no sabía que era parte importante de su vida. Siempre lo supe y sobretodo, dondequiera que vaya ahora, siempre lo tendré presente.
Adiós.
(Descansa en Paz Blanquita, siempre te quisimos y siempre te querremos. Ve tranquila)
Zadir Correa

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