¿MALA SUERTE O QUÉ?

No entiendo cómo ni por qué, pero todo me sale mal.

Recuerdo cuando era niña que mi madre siempre me dijo: “Tú eres grande, debes estar entre los grandes”. En efecto, lo era, mis 1,79mt me hicieron destacarme desde temprana edad entre todos mis compañeros. Sin contar con mi cuello largo y mi estampa delgada a tal punto que todos mis profesores siempre me empujaron a estudiar modelaje, lo que, a la final, terminé haciendo.

No sé si fue la mejor elección, pero al poco tiempo de aquella batalla encarnizada con mis compañeras por lograr la posición ideal y “ser la mejor”, la más esbelta, la más elegante, comencé a ver los defectos de todas mis compañeras, todas eran envidiosas, algunas eran bajitas, otras gorditas, otras desgarbadas o desproporcionadas, realmente todas muy feas. Nunca entendí qué hacían allí, ninguna era competencia para mí, así que, como mis profesores no me valoraban por lo que yo les representaba, me obligaron a irme.

En la Universidad, que al principio alternaba con mis clases de modelaje era todo muy parecido a lo anterior, mis profesores eran poco preparados, no estaban realmente comprometidos y cuando le contaba a mi mamá se enfurecía y echaba sapos y culebras por esa boca. Se presentaba glamorosa como siempre allá y hacía unos escándalos espectaculares hasta que sacaban al profesor o la profesora. Con el tiempo aprendí hacerlo yo misma y terminé con varios yo sola. Los expulsados fueron 12 en total durante mi carrera.

Evidentemente la preparación que allí me dieron era básica, pero de algo me servía a la hora de decir “yo estudié tal cosa en tal universidad”. Siempre me cultivé y leí mucho para sentirme realmente preparada, fue muy sacrificado el hecho de tener que pasar cinco años en una universidad y saber que a la final mis esfuerzos externos eran los que me iban a dar las herramientas necesarias para enfrentar la vida fuera de las aulas.

Al salir finalmente de aquel suplicio de cinco largos años, me tocaba ahora irme a la realidad. Mi título era muy rimbombante a la hora de mencionarlo: “Licenciada en letras”, pero me cerraba todas las puertas. Claro, ¿qué compañía deseaba tener a una LICENCIADA EN LETRAS en su nómina? A menos que fuera en el medio artístico… pero allí hay mucha gente y mucha rosca. Ni pensarlo.

Yo tengo mi apellido europeo (por mi abuelo paterno), pero igualito tuve que irme amoldando a las pocas oportunidades que me brindaba el árido campo laboral. Trabajé en una tienda por departamentos, en un restaurant, en una pizzería, en un hotel de recreadora, pinté caritas con unas amigas de la facultad, hasta que descubrí que sólo me usaban para enriquecerse ellas, mientras yo trabajaba durísimo los fines de semana. De allí me fui y no las traté más.

Pasaron así los años, mi título se iba envejeciendo en la pared de casa de mamá. Pero ese era de ella; siempre se llenaba la boca con sus amigas diciendo: “Mi hija es una LETRADA graduada”, como si de eso se pudiera vivir en este país, ¡qué riñones!

Luego apareció Oscar, con él viví momentos sublimes, estaba establecida lejos de mi madre hacía algún tiempo y vivía de algunos trabajos que hacía aquí y allá. Oscar y yo realmente nos amamos, nuestra vida de novios era muy intensa. Yo conocía a su familia (aunque ellos no me soportaban porque según la mamá yo era muy CREIDA), el llegó a conocer a mi mami, quien estuvo totalmente de acuerdo en que con aquél me casara y me reprodujera. Hicimos muchos planes futuros, hablamos de nuestra casita juntos, de nuestros hijos, de nuestras propiedades, de nuestras familias, de todo… pero nada se dio.

Un día me dijo: “No crees que vamos muy rápido mi amor, ¿por qué no le bajamos dos?”. Hasta ahí llegó aquello. Cómo iba ser posible que aquel ser a quien YO le había entregado mi alma me dijera semejante infamia. ¡Bajarle dos! ¡Lo mandé a freír monos!

Luego me olvidé de Oscar. Me costó sacar de mi vida ocho años de noviazgo, pero decidí rehacer mi vida con otro rumbo y me fui de su lado, me mudé incluso de estado para no verlo más. Un año más tarde supe que se casó con otra.

En este otro estado tuve que comenzar de nuevo, ya no pude encontrar la luz con mi carrera y decidí hacer cualquier cosa (decente) para sobrevivir. Trabajé como vendedora incansablemente por dos años hasta que compré mi carro, con el que pude, como siempre, seguir adelante y destacarme por encima de mis compañeros, quienes me veían con envidia. No me importaba, yo estaba allí para ver los resultados de mi esfuerzo, no para hacer amigos.

Con el tiempo apareció George, el gringo. Un hombre blanco de ojos azules como el cielo, rubio como el sol y cariñoso como nadie a quien le encantaban los atardeceres, los amaneceres, las flores, los bombones, las cursilerías más tontas… Con él sabía yo que mi vida tomaría otro rumbo. Era soltero, estaba residenciado en estas latitudes por trabajo y era médico. ¿Qué más pedir?

Con George repasamos todas las fotos de mi familia, le presenté a través del papel impreso a mi mamá, mis primas, mi familia de México, mis hermanas, mis tíos, todos. Iba todo viento en popa hasta que llegó la noticia.

Ya habían pasado dos meses que habían sido eternos y en los que nos prometimos muchas cosas, pero aquella noticia lo hizo temblar, reflexionar y dudar acerca de su amor por mí: Yo estaba embarazada.

No lo aceptó. Me pidió incluso que interrumpiera su nacimiento, pero yo me dije que no, que a mi edad, con lo que yo me había esforzado durante toda mi vida hasta hoy no iba a permitirme semejante arbitrariedad. Quería a mi hijo, con o sin él. Cuando se puso intenso y me dijo aquellas palabras tan dolorosas para mí, decidí correr de su lado para proteger a mi bebé. Me fui con todas mis cosas donde mamá. Un buen día aparecí allá con mis peroles, mi carro, mi cara bien lavada y mi barriga bien montada.

Mamá me reprochó mi actitud, que como era posible que iba a dejar todo por ese tipo, que como haría ahora sin trabajo y con un bebé en camino para mal vivir con su escasa pensión, que dónde iba a vivir. Pero a pesar de todo eso me recibió y allí nos apretujamos para soportar los meses que vinieron luego con el nacimiento de mi nena. Es una nena, preciosa. Le puse nombre de reina: ISABEL.

El suplicio creció. Ahora encerrada con mamá (que ya tiene sus achaques), la bebé recién nacida, las penurias de su corta pensión. Me vi en la necesidad de buscar qué hacer nuevamente y lo encontré: Un restaurant me dio la oportunidad. Pasé el primer año de Isabel rodando con ella por todas las cocinas donde trabajé.

No era la clase de vida que quería para mí ni para mi nena, así que resolví volver a la capital a ver qué hacer. Mamá estaba insufrible con sus achaques y tuve que pedir auxilio. Un amigo me tendió la mano y me dijo que me quedara en su casa con su familia por un tiempo mientras conseguía yo donde irme.

Esa fue otra tragedia. La familia de mi amigo comenzó hacerme la guerra, no me aceptaban, me hacían caras cuando estaba, no compartían sus cosas conmigo, la niña comenzó a molestar y yo también. Prontamente este “amigo” de quien me quedan serias dudas me recomendó para un trabajo mediocre en el que me pagaban poco y me hacían trabajar mucho, hasta que conseguí por mis propios medios coordinar el cuido de la nena con una señora que sí me dio la mano en su casa. Me trataban como a una hija y mi bebé como a su nieta. Pronto con mi carisma y mis ganas de hacer las cosas bien fue ganando terreno y la señora me dijo que me quedara allí, que mi hija no molestaba, ni yo tampoco.

Poco tiempo después la familia se volvió siniestra y comenzó a sacar sus garras. No me dejaban tener llaves de la casa y comenzaban a exigirme más trabajo doméstico como si me pagaran, cuando era yo la que lo hacía y además no tenía un cuarto propio.

Gracias a mis ganas de triunfar conseguí otro lugar con una compañera de mi nuevo trabajo, quien me puso todo a la orden en su casa y todo marchaba bien hasta que un día me hartó. Su marginalidad y su falta de cultura eran insoportables así que un día tuve que decírselo. Me botó de la casa en plena madrugada con mi nena.

Tuve que correr y resolver nuevamente. Así que en medio de la noche llamé a unos familiares a quienes no había acudido para no molestar y me dijeron que podía vivir un tiempo con ellos hasta solventar mi problema. Como ven estoy rodeada de ángeles que siempre me rescatan de los grandes problemas que me aquejan. Sólo espero que, como siempre me ha pasado, no se transformen en monstruos y no saquen sus garras como los otros.

He tratado de acomodar los hechos cronológicamente en mi vida para entender desde cuando me persigue esa mala suerte que me arropa en todo momento, que es como una nube negra que está siempre acechándome. No puedo entender por qué las cosas que tuve, las que tengo y a lo mejor las que tendré no se quedan conmigo o se van tan de prisa de mi vida.

¿Vendrá conmigo desde que nací?

Yo creo que es culpa de mi mamá.
Zadir Correa

1 comentario:

Unknown dijo...

Muy buena reflexión para aquellas personas que no asumen sus responsabilidades y le echan la culpa a los demas...
Se debe tener en cuenta que todos somos co-creadores de nuestro futuro, por ende, somos respnsables de todas y cada una de las acciones/situaciones que ocurren en nuestras vidas el día a día.
Un gran abrazo y felicidades nuevamente :-)