Corriendo


Él estaba corriendo.

Gabriel tenía la sensación de que, a pesar de estar haciendo un intento con todas sus fuerzas, no se movía, no iba a ninguna parte. Sin embargo sentía como un gélido sudor le recorría la espalda (¿estaba sin camisa?, no estaba seguro), sus pensamientos estaban divididos, confusos y mientras corría a toda velocidad para llegar a su destino (¿cuál?, tampoco estaba seguro), trataba de recordar cómo había llegado hasta allí. Giró la cabeza desesperadamente de lado a lado, pero no vio a nadie. Estaba sólo en ese camino desconocido, tratando de llegar a algún lugar...

Y seguía corriendo.
Vino a su mente su más reciente relación amorosa y recordó amargamente cómo ésta había terminado: Él decía estar enamorado y dispuesto a todo, soñaba con un matrimonio feliz, una casa grande con piscina y jardín, hijos obedientes y exitosos y hasta con un Galgo Afgano gris de hermoso pelaje para pasear por el parque vecino, pero Marcela no. Recordó con tristeza cuando ella le dijo que "necesitaba tiempo para tomar una decisión de vida como aquella, también que "todo era muy apresurado", que ella "tenía otras prioridades", que "cada cosa a su tiempo". Gabriel estaba apurado, lo quería todo y lo quería ya. No estaba dispuesto a perder tiempo, así que con un dolor que desgarró su corazón, se separó de Marcela. Afirmó con su orgullo herido que esperaría alguien que quisiera "ir a su ritmo"...

Y seguía corriendo.
Hervían los pensamientos dispersos y enredados mientras seguía en aquella carrera insana. Ahora acudieron a su mente otros temores. Él siempre un buen trabajador, entusiasta, líder, creativo, bien dedicado y detallista a la hora de ejecutar sus tareas, no se sentía conforme con lo que había alcanzado: el respeto de sus compañeros y la confianza de sus jefes. Quería más. Fantaseaba con su independencia y estabilidad personal, espiritual y sobretodo económica, a través de una "vida propia" con la que cumplir sus sueños de un hogar feliz, viajes por el mundo, lujos de todo tipo y una vida plástica y superficial como muchos de sus amigos. El mundo donde se encontraba era muy pequeño para él. Continuaba alimentando aquellas fantasías sin asidero y sin rumbo cierto, siempre pensando que "en otro lugar sería mejor"...

Y seguía corriendo.
Sus piernas le dolían, sus músculos estaban tensos y no respondían a sus órdenes. Su cuerpo todo no quería responder a su llamado de ALTO, parecía tener vida propia. Aquella carrera frenética sin sentido hacia un lugar desconocido lo desconcertaba, pero a su vez lo hacían sentirse con más vigor. Era amante de la aventura, de lugares nuevos, de amistades nuevas, de caminos nuevos, de comidas nuevas. Le llenaba de adrenalina la sorpresa, incluso el peligro inminente que pudiera esperarlo al doblar la próxima esquina o en aquel camino nunca antes recorrido...

Y seguía corriendo.
El siguiente pensamiento lo perturbó. Recordó una conversación con una amiga que lo aconsejaba. Ella le decía con voz de autoridad que las metas y objetivos que él estaba persiguiendo en su vida eran factibles, sí, pero que sólo podría alcanzar con un elemento que él desconocía totalmente y que ella le aconsejaba cultivar como una gran virtud: la Paciencia.
Aquella palabra taladraba su cabeza sin cesar. Paciencia, paciencia, paciencia. Una parte de sí quería hacer caso y lo conminaba a detenerse ya y la otra parte luchaba del lado contrario, llevándolo a toda velocidad por aquel sendero sin ninguna lógica aparente, descontrolado y sin frenos...

Y seguía corriendo.
Pensó, confuso, que estaba siendo víctima de un ataque esquizoide (¿se detenía o seguía corriendo?) Sin saber qué hacer y con una parte de su cerebro secuestrada por esa extraña sensación, sintió pánico. Quizá alguna posesión demoníaca o una entidad (con certeza maligna) había tomado control de su cuerpo y una parte de su mente estaba desesperada para reconectarlo nuevamente. Sudaba, no sólo por el esfuerzo físico, sino de nerviosismo. Sentía las gotas de sudor correr libremente por todo su cuerpo poseso, que parecía haber abierto todos sus poros para que el mismo saliera compulsivamente por todo él (¿estaba sin ropa?, no estaba seguro)...

Y seguía corriendo.
Entonces elevó sus pensamientos por encima de aquello que le ocurría y se dijo que debía detenerse. Un paralelismo con su propia vida se hizo muy claro: por ir corriendo todo el tiempo, se había perdido parte del paisaje maravilloso por el que siempre pasó. Nunca se detuvo para detallar las flores minúsculas del camino, ni las furtivas mariposas de colores que las rodeaban, ni el vuelo de los colibríes. Corría tan violentamente que se sentía ya sin fuerzas y a punto del colapso. Deseó detener aquella carrera que lo llevaba a ningún lugar, pero sus piernas no respondían a pesar de estar casi sin aliento. El sudor entraba por sus ojos, y le ardía más y más...

Y seguía corriendo.
Determinado a acabar con aquello, cerró los ojos con fuerza para dejar de ver el sendero por donde se desplazaba, por lo que tropezó y cayó pesadamente al piso. Rodó por lo que pensó era una pequeña ladera aunque le extrañó no sentir la tierra pegada al cuerpo. Pero sí sentía el sudor, incluso en los pies (¿estaba descalzo también? No estaba seguro). Estaba todo mojado, podía sentirlo, pero no abrió sus ojos.

Cuando dejó de moverse comenzó a temblar descontroladamente, una corriente de frío muy extraño lo recorrió todo, tanto que lo hizo acurrucarse. Allí en el suelo pensó, reflexionó, caviló y analizó en aquello que estaba sucediendo pero con los ojos fuertemente apretados. Se prometió en lo sucesivo ir con menos velocidad. Decidió que caminaría en lugar de correr, que pensaría antes de actuar, que disfrutaría de cada etapa del camino a la vez, observando los detalles del trayecto: las flores y sus diversos colores, el volar acompasado de las aves, los laboriosos caminitos de las hormigas cargando sus pequeñas hojas.

No había motivo para correr, pensó. El camino bien recorrido lo iba llevar a su destino tanto si corría, como si iba caminando lentamente. Además se ilusionó con la posibilidad de encontrar alguien que lo acompañase por un buen tramo. Se prometió que disfrutaría de la compañía. Si en lo sucesivo había que parar para tomar agua o para retomar el aliento, lo haría también. Con paciencia iba ser mejor y podría llegar más lejos.

Entonces, con el corazón más calmado y sereno, abrió los ojos, observó todo muy bien a su alrededor, se levantó del piso y sonrió para sí mismo. Con determinación caminó hasta la ventana, la cerró, estiró el cobertor, se acostó de nuevo en su cama y volvió a dormir.

Zadir Correa Vergara
Junio 2014

GATO TRAVIESO



Los gatos de la vieja del seis me tienen loca. Todos los días hacen caer cosas al área de la piscina. Creo que el negro es el culpable. La semana pasada fue una olla con caraotas que se estrelló en el piso y se regó toda en la piscina. Yo tuve que recogerlo todo. Otro día fue un plato de vidrio con frutas. Menos mal no había nadie allí. Hace una semana tiraron unos zapatos de la vieja y ayer el teléfono inalámbrico con la base. Le he dicho que no deje sus cosas en el borde del balcón, pero no me hace caso. Las pone allí y sale. Como el gato se siente solo, supongo que por rebeldía comienza empujar las cosas por el balcón. ¡Me tiene harta!

La vieja se va caminando a la iglesia para la misa de las diez todos los días, como tarda tanto porque está encorvada se va temprano. El cura de esa parroquia trabaja mucho, bueno, de eso vive. Al parecer la feligresía es buena… y el diezmo también. 

Otra que no me cae es la vieja del doce. Esa no saluda nunca, trata mal a su hijo y al marido. Anda todo el día con la bemba pintada de rojo. Parece que fue modelo hace aaaaaaños y se cree la última Pepsi Cola del desierto (¿estará llena de gases? Digo por lo de la Pepsi Cola).

Esa no hace nada en todo el día. Flaca escurrida, despacha al tipo y al muchacho y se va a la piscina empatucada con cremas antiarrugas. Se queja de que los gatos de la vieja del seis viven botando de todo por el balcón. Vive como amargada y amenazando que va redactar cartas para sacar a los gatos.  Me cae mal, me dan ganas de ahogarla en la piscina.

He pensado en varias cosas, pero no me atrevo. El otro día pensé en dejar caer un cable de electricidad en la piscina cuando se estaba bañando para que se achicharrara, pero después pensé que me iba tocar limpiarlo a mí misma y me dio asco.

Como siempre anda en tacones (¡baja a la piscina entaconada la vieja ridícula esa!) pensé en pasar un buen coleto con cera en el lobby que tiene el piso liso, para que se “esmadre” (así decía mi abuela), pero la junta de condominio ya no me compra esas cosas. No hay presupuesto.

Entonces pensé en algo genial. Fui al área de la piscina, aislé “por mantenimiento” una parte y coloqué las sillas amontonadas al final y sólo una en un lugar estratégico. Me fui al vivero de la esquina y compré un matero grande y pesado con unas hortensias preciosas (estaban carísimas, pero valía la pena la inversión).

Esperé en el lobby que la vieja “modelo” despachara a los suyos, me le acerqué por detrás y le solté: “Mi señora, disculpe que se lo diga, pero usté está como pálida. ¿No la he visto más tomando el sol? ¿Se siente bien?

A lo que la vieja respondió, no sin antes abrir los ojos como huevos, dejando que sus cejas tatuadas dibujasen una silueta amorfa de dos arcos malhechos: ¡No me pasa nada! Voy a buscar mi traje de baño de hecho, pienso pasar toda la mañana en la piscina. Me miró de arriba abajo y se dio la vuelta bruscamente sacudiendo su cabello feo como paja, marchito por tanto secador.

En ese momento fui al apartamento, busqué el matero y subí donde la vieja del seis. Al abrir la puerta, dos de los gatos chillaron al fondo y uno salió a mi encuentro, era el negro. La vieja preguntó sorprendida: “¿Eso es para mí mija?”

Sí mi señora, me lo dejaron allá abajo y pensé en usté. Se lo regalo. ¿Quiere que la ayude a colocarlo? Sí, dijo. Entré y lo coloqué en la orilla del balcón. Cuando iba saliendo, el gato negro parado al lado de la puerta me esperaba moviendo ágilmente su rabo. Al pasar a su lado, le piqué el ojo y él hizo lo propio, en lo que yo entendí como un gesto de complicidad. El plan estaba listo y rodando.

Estaba en la planta baja cuando minutos más tarde se abrió el ascensor. Las dos viejas venían en él. La entaconada directo a su silla en la piscina y la encorvada a su misa de las diez. Sólo esperaba que el gato negro hiciera su travesura y en un acto de justicia gatuna, empujara el matero a la piscina.


ZADIR CORREA VERGARA