Blanca

Tres meses y un día habían transcurrido desde mi último cumpleaños. Ya las celebraciones por un nuevo año de vida hacía tiempo que no tenían la importancia del pasado. A pesar de ello, llegaron las felicitaciones, demostraciones de afecto y de ese gran amor que toda mi familia siempre me demostró y que llevaré conmigo siempre. Porque así es el amor verdadero, cala hasta los huesos, se vive cada día a plenitud, se disfruta, se celebra, se siente tan adentro que puede llegar a doler cuando se rompe. No hablo del amor de la pareja, no. Ése es ajeno, extraño, efímero e inestable. Hablo del amor de familia, que es auténtico y puro. Al menos así me lo demostraron siempre todos los maravillosos seres que me rodearon.
Por eso me atrevo a comunicarme hoy, porque siento que han quedado algunos cabos sueltos y mucho dolor por mi partida. Sí, fue inesperada, lo sé. Debo confesar que a mí también me tomó por sorpresa. No estaba preparada y sentía que mi partida repentina iba dejar algunos lazos emocionales rotos, algunas lágrimas y mucho qué decir. Por eso luché con toda mi fuerza para no abandonarlos, no quería que pensaran que ese viaje sorpresivo había sido una decisión arbitraria de mi parte y que simplemente los dejaría como si nada.
En ese momento recordaba los momentos felices que vivimos juntos, las miles de oportunidades en que la alegría de la vida se apoderaba de nosotros y lo disfrutábamos intensamente. Todos juntos. Recordé también las oportunidades en las que los muchachos comenzaron a crecer y un buen día se fueron del hogar en el que se criaron, con sueños y muchas ganas de vivir intensamente sus propias vidas, de progresar y de aprender los avatares de esta existencia por sus propios medios, con sacrificios propios, con lágrimas y golpes propios. Ya volverían alguna vez por la puerta grande, ya aprendidos, a compartir eso que habían experimentado por fuera con nosotros. Así fue.
Fui feliz cuando jugábamos, cuando íbamos a la playa, cuando nos mudamos una y otra vez. Siempre me adapté a las vueltas que daba la vida. Estaba consciente de que así debían ser las cosas y estaba bien.
También en aquel momento recordé las veces en las que vivíamos errantes, cambiando de lugar como nómadas, sin acostumbrarnos bien a un lugar cuando, por circunstancias ajenas a nuestra voluntad debíamos partir nuevamente.
Mi hermana mayor lo sabe mejor que yo, ella vivió muchas más situaciones extremas. Digamos que por ser la última me consintieron más. Además, fui la hija de una aventura que nació tan rápido como se acabó.
Era tan importante para mí decir estas cosas que no podía permitirme simplemente desaparecer sin dejar rastro. Era imperativo para mí expresarles mi eterno agradecimiento por las muchas veces en las que enfermé, que sentía como las fuerzas me abandonaban y ustedes siempre estuvieron allí, a mi lado, solidarios, acompañándome y cuidándome cada día. Espero haber sido lo suficientemente solidaria con ustedes en sus momentos de agonía. Nunca dije nada, pero allí, escondida y sin dejarme ver, los acompañaba en su pesar, en sus momentos difíciles, en sus enfermedades, incluso cuando sentía que la economía se balanceaba, que las reservas de alimentos estaban escasas, que tenían alguna baja emocional, estaba allí; traté muchas veces de alegrarles el día con un simple gesto o con un ademán. Algunas veces funcionaba, otras no. Estaban tan ocupados resolviendo sus cosas que no reparaban en mí. No los reprocho.
Algunas veces, cuando fue avanzando mi edad y la de ustedes, quise quedarme otro rato jugando, quise caminar por el parque otro rato, pero sus urgencias diarias y sus terribles quehaceres no se los permitía. Tampoco eso lo reprocho.
De hecho, no reprocho nada. Sé que siempre me quisieron y que en todo momento estuvieron velando por mi salud, por mi alimentación, por mi vida. Gracias de todo corazón.
Quería dejarlo claro. Les agradezco que hicieran los esfuerzos gigantes por aquella operación que requería. Que si bien no notaron a tiempo, tampoco me sentía yo tan mal como para quejarme. Cuando comencé a dejar de alimentarme debimos sospecharlo, pero ya estaba yo muy vieja para reparar en esos achaques. Ya se me pasaría. A lo mejor con un cambio de ambiente mejoraría todo. Resultó ser muy grave. ¿Cómo saberlo antes?
Agradezco de corazón a las manos benditas del médico que me operó. Me trató como debía ser. Una reina. También agradezco la gentileza de ustedes que me cuidaron tan bien esos días después de la operación, que me acercaron la comida, el agua, que soportaron limpiarme cuando no controlaba mis esfínteres. ¡Qué pena con el doctor cuando me vio así!
Les agradezco que me regalaran todo su cariño, sus atenciones, su vida.
Ese día estaba esperando yo que se desarrollara con normalidad pero no fue así. La invitación llegó de repente, como un relámpago, me asusté mucho, lo confieso hoy. No quería irme sin despedirme, sin decirles estas cosas que son tan importantes para ustedes como para mí misma. Por eso, sorprendida y presa del dolor por la insistencia de aquella invitación obligada a viajar, los esperé.
Quiero que sepan que cuando me encontraron allí en el piso con aquella mueca espantosa de dolor e impotencia, los estaba esperando; quería aferrarme desesperadamente a esos sentimientos que me mantuvieron firme toda mi vida. No quería iniciar aquella travesía que era desconocida y que siempre luchamos por que jamás se presente, pero había llegado la hora.
Los vi… fueron a mi rescate, les dolió verme así y lo sentí. Quise que lo supieran cuando moví la cola en señal de reconocimiento, primero a ti que fuiste como mi madre durante toda mi vida. Luego esperé a que todos estuvieran a mi lado para hacer lo mismo. Pensaba que así podría luchar, que podía quedarme, que iba rechazar la invitación que me había llegado. También pensé que con esa señal entenderían que les agradecía su amor, su cariño, su comprensión, su cuidado por todos esos años. Si no fue así en ese momento entiéndanlo ahora. No quiero que piensen que no comprendí su cariño, que no sabía que era parte importante de su vida. Siempre lo supe y sobretodo, dondequiera que vaya ahora, siempre lo tendré presente.
Adiós.
(Descansa en Paz Blanquita, siempre te quisimos y siempre te querremos. Ve tranquila)
Zadir Correa

Proyecto Ávila: El Proceso de Reforestación

Instituciones como Inparques y ONGs como Vitalis cuentan con viveros que funcionan como una guardería de árboles. En ellos, todos los años, se plantan semillas que crecen en condiciones benignas hasta alcanzar una cierta altura, de modo que estén listas para ser transplantadas en las zonas a reforestar al comienzo de la temporada de lluvias.
La reforestación debe ser llevada a cabo con criterio científico. ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Qué especies? ¿A qué densidad? ¿Se va a enmendar el terreno o no? Son preguntas claves para el éxito de un esfuerzo de reforestación, cosa que es importantísima en vista de lo costoso que es llevar a cabo estas iniciativas.
Las reforestaciones en Parques Nacionales deben ser permisadas por Inparques, pues es una manera de asegurar un mínimo de coherencia. Estos permisos se suelen dar a organizaciones bien establecidas y con un aval científico. Casos famosos de reforestaciones mal hechas se han dado con especies como el eucalipto (seca y mata el suelo), el mango (crece mal en cerros secos), el pino (acidifica el suelo y promueve los incendios) y el bambú (invade y no permite el crecimiento de las especies autóctonas).
En casos de incendios fuertes, por ejemplo, quienes reforestan requieren una mayor cantidad de árboles jóvenes, los cuales se transportan de las guarderías que se encuentren disponibles.
Cómo colaborar
La mejor manera de ayudar a la recuperación de ambientes degradados (o a la conservación de la naturaleza en general) es convirtiéndose en un agente de prevención y colaborando con las organizaciones que trabajan para ello.

1) Colabore con organizaciones como Sadarbol, Vitalis y Provita. Busque qué organizaciones en su área tienen una trayectoria y un aval en su trabajo conservacionista, ya que seguramente tendrán la capacidad de canalizar los esfuerzos de manera eficiente. Este tipo de ONGs siempre necesitan ayuda, sin embargo, no todas la piden bajo el mismo esquema. Algunas requieren financiamiento, otras requieren voluntarios en momentos particulares.
Lo mejor es mantenerse informado a través de sus páginas web, grupos de Facebook y Twitter, por donde suelen hacer las convocatorias.

2) Recoja semillas. Los invernaderos-guardería dependen de un flujo de semillas y recogerlas es un trabajo constante. No todas las especies son aptas para reforestar. La lista de especies permitidas por Inparques puede ser consultada en la página del Proyecto Ávila, uno de los más grandes programas que desde hace diez años trabaja activamente en la recuperación de los espacios naturales del parque.
Es importante decir que las semillas no se deben extraer de áreas protegidas, pues, aparte de estar prohibido por la ley, ellas deben cumplir una función ecológica en sus bosques originales. Pero estas especies autóctonas se consiguen hasta dentro de las ciudades.
Las semillas se pueden llevar al invernadero de Vitalis en la Universidad Metropolitana, al de Sadárbol en la Universidad Simón Bolívar o en los puntos que se establezcan para ello por la nueva Misión Árbol, aún por publicarse.

3) Cree guarderías. Las guarderías de árboles son proyectos ideales de extensión en colegios y comunidades. Son fáciles de hacer y mantener y requieren de un trabajo que perfectamente pueden llevar a cabo niños y adolescentes. Contacte a Inparques o a ONGs que le puedan proporcionar información al respecto.
Los árboles crecidos se pueden donar en los momentos que se organicen jornadas de reforestación, o simplemente pueden ser utilizados para reforestar áreas no protegidas que también se encuentren degradadas en ciudades o sus alrededores (recuerde que en áreas protegidas, los permisos deben ser dados por Inparques)

4) Conviértase en difusor de los derechos ambientales. Venezuela necesita particularmente dejar atrás la cultura de las quemas de vegetación.
Es muy importante educar a los niños en este sentido, inculcarles respeto y comprensión hacia la naturaleza, especialmente hacia la vegetación. Llevarlos a acampar en lugares naturales (sin reggaetón y otros distractores), sembrar árboles para que los vean crecer, son maneras simples de lograrlo.

Carlos Peláez (@capelaez)
Código Venezuela

Lea más acerca del Proyecto Ávila en el siguiente link:
http://www.vitalis.net/Proyecto%20Avila.htm

Indira... y mis otras mujeres

A todas las recuerdo, siempre las he recordado, pero con Indira es diferente, ella no está en mi cabeza como un recuerdo más. Ella no representa para mí una ilusión como lo fueron las demás, o un juguete como otras; no era parte de las sensaciones que muy bien conservo en mi piel o los sabores de aquellas que conservo en mi boca, no. Indira es el amor de mi vida. Ella y yo nos pertenecemos el uno a la otra indiscutiblemente para siempre, el único pequeño detalle es que ella aún no lo sabe.
Con las otras todo fue muy distinto, la lista es larga y casi todas se relacionaban conmigo por mis grandes atributos, por mi cuerpo siempre atlético y cuidado, por el color de mis ojos azules como el mar profundo, por mi nacionalidad, por mis atenciones a la hora de conquistarlas para obtener aquello que quería o porque habían salido de mi consulta encantadas después de haber sido evaluadas por mi espéculo mientras sin pudor alguno todas debían abrir sus piernas y su vulva para dejarme revisar la cavidad en la que muchos se habían divertido antes.
Mi profesión me ha dejado muchas de estas historias de “camas fugaces”. Todo comenzaba en mi consultorio. Cuando entraban en él, yo podía oler sus feromonas alborotadas y expectantes. Apenas veían mis ojos azules, mi cara limpia y bien cuidada además de mis manos obligatoriamente impecables por la profesión que ejercía, yo lo percibía. Querían ser descubiertas y exploradas por mí, ansiaban que yo les dijese en tono profesional que pasaran y se desvistieran para revisar concienzuda y delicadamente con la ayuda de mis aparatos y mis manos calientes su interior.
Ellas se desvivían por venir a consulta por cualquier motivo, recuerdo una en mi país que buscaba las excusas más inverosímiles para pedir una cita conmigo. Susan Heart (hasta su apellido ayudaba), vino a consulta un viernes por la tarde asegurando que algo ocurría allí dentro en sus profundidades que no la había dejado dormir en tres días y que ella pensaba que ese era el origen de su dolor de cabeza que no amainaba. Cuando abrió sus piernas y fijó la posición acostumbrada en la camilla lo supe de inmediato: descubrí con mi olfato y a simple vista que había estado dándose placer con algún objeto casero antes de venir, algún objeto rudimentario, no sofisticado o caro como los que yo usaba. Le dije: ya descubrí cual es el problema; ella contestó invadida por una súbita oleada de sangre que le hizo cambiar de color la cara y produjo que los poros de toda su piel se abrieran para dejar salir el calor interno que la estaba inundando: Dime George, ¿sabes lo que tengo? Deseaba Sexo y se lo di frenéticamente sobre aquella camilla.
Hubo muchas historias de estas. Básicas, como casi todas las mujeres por naturaleza. Están allí para sentirse poseídas más que amadas, usadas, más que deseadas, abusadas más que respetadas. En mi historia son todas así. Por eso decidí estudiar mi especialidad, mal llamada la “ciencia de las mujeres”. Discutible desde cualquier punto de vista. Nosotros no evaluamos más que esa cavidad en la mitad de su humanidad desde que son adolescentes hasta que mueren. Nos limitamos a ese hueco sin ser parte del embarazo ni sus consecuencias. Sólo nos interesa el funcionamiento correcto de esa máquina de placer. Incluso cuando estamos descartando males mayores, al realizar la Prueba de Papanicolaou una vez al año. Siempre estamos hurgando allí, descubrimos por el olor, la temperatura, la forma, qué ha ocurrido como si fuera una escena del crimen, buscando pruebas incriminatorias para arrancar alguna confesión oculta o evidente.
Antes de conocer a Indira, que es diferente, estuve con muchas otras mujeres que buscaban placer sin complicaciones. Mujeres casadas y cansadas a su vez de sus vidas monótonas sexualmente, de la misma posición dos veces a la semana o de ninguna en varias semanas. Todas son iguales, sólo quieren placer, placer y más placer. Aunque algunas veces nos topamos con otras algo más idealistas, que quieren mejorar su raza con uno y buscan quedar en estado para retenernos a su lado. Pobre gente. Es el caso de una de mis aventuras. Recién llegado a este país nos conocimos. Yo había sido por fin validado para ejercer mi profesión y ella entró a mi consulta.
Era alta, esbelta, de cuello largo, blanca como la nieve y con mucha personalidad, arrogante. Con aquellos lentes negros que ocultaban sus ojos solitarios detrás y que le servía para mirar sin tapujos aquello que deseaba sin ser descubierta, apareció una mañana a primera hora para una revisión de rutina.
Noté de inmediato cuando entró que era una de esas que busca algo más que una simple revisión. Lo olí. Mi olfato nunca falla, las conozco tan bien que no pueden engañarme, soy especialista, no solo en arreglar las cosas allí dentro cuando no están funcionando, sino de entender cuando están sedientas de placer carnal y desean ardientemente una buena dosis de él.
Ella pasó varias veces esa semana. Las cosas estaban marchando perfectamente. Nos habíamos visto fuera de la consulta por invitación de ella hasta que me comenzó aburrir. Siempre le dije que estaba dispuesto a darle placer, pero que me aburría siempre el mismo menú. Total, esa es una necesidad obligada en el ser humano y me encantaba variar los sabores. A todas ellas siempre les gustó. Alababan mis dotes en la cama, mi creatividad a la hora de hacer cosas extrañas, las enseñé muchas veces a darle usos a esa cavidad que nunca habían imaginado. Adoro los juguetes y el placer que da usarlos para hacerlas volar. Todas se fueron acostumbrando, llegaban a pedirme que los usara, cosa que hacía de muy buena gana para divertirme.
Esta quería otras cosas, alardeaba de su apellido europeo y de las muchas cosas que había hecho para estar donde estaba. Cosa que nunca me importó. No estaba pensando anclarme aquí, simplemente quise diversión fácil, pero ella no entendió y quiso cambiarlo todo. Pronto trató de apoderarse de mi vida y una tarde, luego de dos meses de disfrute total como me gustaba, llegó a mi consulta emocionada y muy contenta a decirme que estaba embarazada.
Le dije que no lo tuviera, que lo sacara, que eso lo podía hacer yo mismo para evitarnos traumas futuros. Total, lo nuestro era solo diversión, además, ella ya no estaba en edad de tener bebés. Se le había pasado su tiempo. Ella no aceptó mi propuesta y hasta se ofendió. Dijo que ella lo tendría sola y un buen día desapareció del mapa. Jamás supe de ella. Ignoro si tuvo o no ese bebé.
Indira en cambio es diferente. Indira me ama, lo he sabido desde que la conocí y yo la amo a ella. Nunca he amado antes a nadie como a esa mujer. Es inteligente, me hace sentir cálido, despierta en mi interior una locura indescriptible. No quiero dejar de verla, quiero protegerla día y noche, deseo lo mejor para ella y disfruto llenándola de atenciones y de regalos, cosa que nadie haría jamás.
Tiene muchas amistades que no le convienen, que viven dándole consejo de lo qué hacer con su vida. La han confundido, ella ahora está dudando de su amor desenfrenado por mí. Lo noto cuando la voy a buscar en la Universidad o en las reuniones de sus grupos de amigos, ella se acalora (me ama), cuando me ve su piel huele diferente, percibo sus ganas de abrazarme, pero se cohíbe. Se le humedecen las manos. Tiene miedo de enfrentar eso que pasa allí en su corazón y que no ha sabido decodificar.
La voy ayudar, lo necesita. Sus amigos sólo quieren alejarla de mí, tienen envidia de que se haya encontrado un verdadero hombre que la ame y le dé lo que ella quiere. Ella lo va entender en algún momento. Yo se lo haré ver. Es que yo la conozco toda, por dentro y por fuera, conozco el olor de su aliento, el olor de su sexo, sé que adora que use mis juguetes para darle placer.
Indira sólo se deja, sin intervenir ni opinar, no como las otras que siempre hablaban demasiado o se quejaban por mis prácticas poco ortodoxas. Las otras son unas pervertidas que les encanta mi manera de tratarlas, al final después de quejarse se dejan, porque las conozco, son mis objetos de diversión. Objetos que llegué a conocer muy bien por dentro. No hacía falta más.
Indira es diferente, no sólo quiere mi sexo, no, ella quiere que esté a su lado toda la vida, está a simple vista. La última foto que nos tomamos fue en una oportunidad que le di una sorpresa al presentarme al lugar donde había ido a cenar. La había seguido al salir de su trabajo. La llamé ese día y se negó a verme. Enseguida lo entendí: Quería jugar. Me dijo que no quería verme esa noche, imagino para probar mi entereza y la fuerza de mi amor por ella; era simple. La amo por eso. A hurtadillas entré poco después de ella en el lugar y la sorprendí por detrás. Ella abrió sus ojos de forma exagerada y su boca trémula no pudo articular palabra. No se lo esperaba. Yo lo supe más fuertemente allí. Su amor estaba a flor de piel, pero no se atrevió a aceptarlo. Me senté a su lado y cenamos románticamente. En medio de la velada le pedí al mesero que nos fotografiara.
En la FOTO se aprecia a una mujer que desborda amor, sus ojos lo dicen, lo dice su expresión corporal, su sonrisa auténtica de felicidad, ese abrazo tímido con el que me rodeó y la inclinación de su cuerpo hacia el mío para inmortalizarnos en aquella imagen. Indira es el gran amor de mi vida. Se lo he hecho saber.
Ella no es lo suficiente madura para entenderlo todavía. Cada vez que hacemos el amor y ella, allí sumisa se deja, me permite hacerle ver cuáles son sus puntos de placer, me demuestra su incondicionalidad. No me importa cuánto tiempo tarde en hacérselo ver, pero le voy a demostrar que soy el único hombre a quien ella necesita a su lado, que le va dar amor, felicidad y si quiere, una familia. No importa cuánto tiempo me tome ni los recursos que tenga que interponer para hacerla caer en cuenta de esa realidad, pero invertiré lo que me resta de vida para hacerla aceptar de una vez por todas que sí me ama y que no está dispuesta a vivir un día más sin mi compañía. Yo ya lo sé perfectamente, sólo falta que Indira lo entienda. Estaremos juntos más allá de la muerte.
Zadir Correa

El sueño de Isabel

Desperté esta mañana de un sueño muy extraño. Era confuso, no sé si me pertenecía o si estaba yo en el sueño de alguien más, de hecho, no sé si era sueño o pesadilla. No entendí de qué se trataba. Fue como mágico, sutil, enigmático, cándido y lúgubre a la vez. No quería despertarme al final, pero de pronto, después de aquella travesía y como por arte de magia estaba yo en mi cama, en mi casa, sola como siempre, llorando.
En el sueño me veía yo misma, a lo mejor un poco más joven, quizás más vieja, no lo sé. Estaba de frente a una puerta que se abría en el cielo, pero no un cielo cualquiera, un cielo a ratos gris, a ratos rojizo, nunca azul… pero era el cielo, de eso estoy segura.
De pronto, de la puerta emergió una potente luz que me encegueció por un momento que me pareció eterno, impedía que yo pudiera siquiera abrir los ojos… era desesperante. Luché por despertarme, pero no pude, algo me lo impedía, era como si ese algo me quisiera mantener en ese lugar, frente a esa puerta para mostrarme lo que a continuación vi.
Súbitamente mis ojos fueron obligados a ver, sentía como “algo” batallaba conmigo en medio de aquella pesadilla y me dirigía con fuerza la cabeza en dirección de la puerta en el cielo. En ese momento la vi.
Era una imagen que no asustaba, aunque a pesar de ello mi corazón latía desesperadamente, yo podía sentirlo en mi pecho, desbocado, enloquecido, airado hasta que escuché mi nombre. “Isabel, no temas… soy yo”.
Su voz me sonó familiar, suave, pausada, sutil, pero la figura no era nadie que yo reconociera. La recubría un aura blanca intensa, era como una mujer sabia, cabellos blancos, largos, delicadamente peinados y caían con suavidad sobre sus hombros descubiertos. Mi lucha en ese momento fue intensa, estaba como ahogada y quería despertarme de aquella pesadilla horrenda, pero no podía.
“Isabel, no temas”
Cuando me lo dijo por segunda vez me calmé. No sé cómo, pero fui trasladada inmediatamente a un campo clarísimo, había mucho verde, arboles, frutas, animales… todo apacible. Creo que era como debería ser el Paraíso, la figura estaba a mi lado, caminábamos hacia un lugar no definido, a cada paso iba emergiendo… hermoso, con el cielo ahora sí, azul. Allí inició el diálogo:
-¿Quién eres?- pregunté secamente y sin verle a la cara
-Alguien que te quiere demasiado y que ya no recuerdas… Salí de tu memoria hace mucho ya!
-Pero no reconozco tu figura. Nunca te he visto antes. ¿Qué quieres de mí? – le espeté de mala gana
-Sólo quiero decirte que siempre te quisimos mucho, cuando viniste al mundo sabíamos que ibas a ser especial.
-¿Especial yo?, ¿qué le ves de especial a esta vida mía? Tengo 43, mi primer esposo apareció en mi vida a los 36 y murió cuando yo tenía 40. No tuve hijos. Mamá siempre me quiso “casta y pura” y con ese cuento casi me quedo a vestir santos. Estudié lo que ella quiso hasta que le colgué el título en la pared de su casa (que era alquilada, por cierto). Nunca quise estudiar danza ni arte en ninguna de sus expresiones, pero mamá siempre dominó la situación. Todavía dice que mis ojos azules son de alguien importante, grande, famoso…
-Ella te quiso mucho, no sabes cuánto… - me interrumpió.
-Ella solo me usó para que yo lograra las cosas que ella no pudo lograr… y sin éxito… - dije con amargura
-No fue así, su cariño era genuino, me consta. Cuando naciste, tarde ya en su vida, producto de aquel padre que jamás conociste, el gringo, ella lo dio todo. Eras la luz de sus ojos, por ti, ella dejó me dejó sola, abandonó a sus familiares, abandonó su carrera, su vida social, sus amistades y perdió mucho en el camino mientras luchaba por que tú fueras alguien en la vida.
-¿Y sirvió de algo? ¿Tú quien eres? Un ángel, un demonio… ¿quién te mandó?
-No importa quién o qué soy, importa que me gustaría decirte que para que puedas seguir creciendo y desarrollándote como persona, en tus otros roles sociales, e incluso, para que tu carga karmática sea menor en tu próxima vida, es importante que dejes de ver el pasado como una excusa para no ser feliz en el presente.
-¿Qué sabes tú de mi pasado? La única persona que tuve en la vida todo el tiempo fue mamá, ella no me dejó ser feliz, me perseguía, no me dejaba ser. Cuando aparecía alguien en mi vida lo veía con su actitud defensiva y sus ojos escrutadores y sentenciaba: “Ese muchacho no me gusta para ti”… ¿Acaso ella era la que viviría con él?.. Cómo ella no fue feliz, no quiere que yo lo sea… - dije con rabia
-Compréndela ahora, tu madre tuvo muchos errores, no supo encuadrar su vida a tiempo y mucho de éste se le fue de las manos. No quería que pasaras por las mismas cosas que ella pasó.
-¡No tenía derecho a meterse en mi vida! – grité exaltada tratando de zafarme de aquello que me tenía como retenida en contra de mi voluntad en aquel lugar desconocido para mí. No pude
-¡A lo mejor no, pero su intención no fue acabar con tus sueños, más bien quiso que los cumplieras todos, como ella nunca pudo!
-¿Tu quién eres, su abogada acaso? – seguía inmóvil, como sostenida por una fuerza sobrenatural que no me dejaba moverme
-No… fui su madre… por eso lo sé. La perdoné ya estando en este mundo. En vida le recriminé nunca haber hecho nada por mí, le recriminé que sólo se acercara a casa cuando tenía problemas, cuando ya no podía vivir con sus trabajos mediocres y yo la asistía con mi también mediocre pensión de vejez. Fue muy malagradecida siempre. No valoraba las amistades que tenía, perdió el amor de los hombres que se le acercaron y el de sus amigos, el de sus compañeros de clase, todo por tener ese bendito apellido europeo que tanto se regodeaba de tener.
-Si te hizo eso a ti, por qué me pides que la perdone – le dije más calmada – Sabes que se cree más que los demás, piensa que hay que rendirle pleitesías y es muy inconforme. Se queja de todo, nada le agrada. Para ella todo está mal diseñado siempre. Dice que la persigue la mala suerte y te echa la culpa a ti.
-Lo sé – me dijo con un tono tan angelical que me hizo brotar lágrimas – Pero después de irse se arrepintió. Necesita que tú la perdones para seguir su camino de ascenso y evolución.
-¿Perdonarla yo? No tengo esa potestad…
-Sí que la tienes… de hecho, eres la única que la tiene.
-No entiendo cuando dices que “después de irse, se arrepintió” – dije confundida
-Hoy me pidió que te trajera a este campo para que vieras el inmenso amor que siempre sintió por ti y que a lo mejor no supo hacértelo ver en vida – Cuando me dijo eso, sentí como esa fuerza que me tenía rígida en mi cama cedía y me asusté
-¿Qué fue eso? – dije con una desesperación creciente, pero no hubo más palabras. Caminamos hasta ese punto. La imagen se fue alejando como por un túnel oscuro. El paisaje cambió rápidamente y fue allí que luché por no despertarme, luché para quedarme más tiempo, para que me dijera más cosas y fue justo en ese momento cuando sentí como el calor de las lágrimas que regaban mis mejillas me sobresaltó y me hizo despertar de inmediato.
Hace tiempo que no hablo con mamá. Nos alejamos mucho estos años. Su posesividad y su forma tan particular de ver el mundo me hicieron irla olvidando. Somos como dos desconocidas. Desde que me mudé aquí, sola, hace tres años cuando murió mi esposo, no supe más de ella. Después de este sueño o pesadilla tan extraña de anoche a lo mejor la llamo para saber qué es de su vida. ¿Qué locura no? Soñar con mi abuela que no recordaba para que me dijera esas cosas. Creo que ese sueño no me pertenecía.
En todo caso, si hay que perdonar algo, yo te perdono mamá.
En ese momento Isabel sintió como un calor que reconoció de inmediato como la mano de su madre le tocó el hombro, giró bruscamente y no vio nada.
Había muerto esa madrugada. Sólo pasó a despedirse.
Zadir Correa

¿MALA SUERTE O QUÉ?

No entiendo cómo ni por qué, pero todo me sale mal.

Recuerdo cuando era niña que mi madre siempre me dijo: “Tú eres grande, debes estar entre los grandes”. En efecto, lo era, mis 1,79mt me hicieron destacarme desde temprana edad entre todos mis compañeros. Sin contar con mi cuello largo y mi estampa delgada a tal punto que todos mis profesores siempre me empujaron a estudiar modelaje, lo que, a la final, terminé haciendo.

No sé si fue la mejor elección, pero al poco tiempo de aquella batalla encarnizada con mis compañeras por lograr la posición ideal y “ser la mejor”, la más esbelta, la más elegante, comencé a ver los defectos de todas mis compañeras, todas eran envidiosas, algunas eran bajitas, otras gorditas, otras desgarbadas o desproporcionadas, realmente todas muy feas. Nunca entendí qué hacían allí, ninguna era competencia para mí, así que, como mis profesores no me valoraban por lo que yo les representaba, me obligaron a irme.

En la Universidad, que al principio alternaba con mis clases de modelaje era todo muy parecido a lo anterior, mis profesores eran poco preparados, no estaban realmente comprometidos y cuando le contaba a mi mamá se enfurecía y echaba sapos y culebras por esa boca. Se presentaba glamorosa como siempre allá y hacía unos escándalos espectaculares hasta que sacaban al profesor o la profesora. Con el tiempo aprendí hacerlo yo misma y terminé con varios yo sola. Los expulsados fueron 12 en total durante mi carrera.

Evidentemente la preparación que allí me dieron era básica, pero de algo me servía a la hora de decir “yo estudié tal cosa en tal universidad”. Siempre me cultivé y leí mucho para sentirme realmente preparada, fue muy sacrificado el hecho de tener que pasar cinco años en una universidad y saber que a la final mis esfuerzos externos eran los que me iban a dar las herramientas necesarias para enfrentar la vida fuera de las aulas.

Al salir finalmente de aquel suplicio de cinco largos años, me tocaba ahora irme a la realidad. Mi título era muy rimbombante a la hora de mencionarlo: “Licenciada en letras”, pero me cerraba todas las puertas. Claro, ¿qué compañía deseaba tener a una LICENCIADA EN LETRAS en su nómina? A menos que fuera en el medio artístico… pero allí hay mucha gente y mucha rosca. Ni pensarlo.

Yo tengo mi apellido europeo (por mi abuelo paterno), pero igualito tuve que irme amoldando a las pocas oportunidades que me brindaba el árido campo laboral. Trabajé en una tienda por departamentos, en un restaurant, en una pizzería, en un hotel de recreadora, pinté caritas con unas amigas de la facultad, hasta que descubrí que sólo me usaban para enriquecerse ellas, mientras yo trabajaba durísimo los fines de semana. De allí me fui y no las traté más.

Pasaron así los años, mi título se iba envejeciendo en la pared de casa de mamá. Pero ese era de ella; siempre se llenaba la boca con sus amigas diciendo: “Mi hija es una LETRADA graduada”, como si de eso se pudiera vivir en este país, ¡qué riñones!

Luego apareció Oscar, con él viví momentos sublimes, estaba establecida lejos de mi madre hacía algún tiempo y vivía de algunos trabajos que hacía aquí y allá. Oscar y yo realmente nos amamos, nuestra vida de novios era muy intensa. Yo conocía a su familia (aunque ellos no me soportaban porque según la mamá yo era muy CREIDA), el llegó a conocer a mi mami, quien estuvo totalmente de acuerdo en que con aquél me casara y me reprodujera. Hicimos muchos planes futuros, hablamos de nuestra casita juntos, de nuestros hijos, de nuestras propiedades, de nuestras familias, de todo… pero nada se dio.

Un día me dijo: “No crees que vamos muy rápido mi amor, ¿por qué no le bajamos dos?”. Hasta ahí llegó aquello. Cómo iba ser posible que aquel ser a quien YO le había entregado mi alma me dijera semejante infamia. ¡Bajarle dos! ¡Lo mandé a freír monos!

Luego me olvidé de Oscar. Me costó sacar de mi vida ocho años de noviazgo, pero decidí rehacer mi vida con otro rumbo y me fui de su lado, me mudé incluso de estado para no verlo más. Un año más tarde supe que se casó con otra.

En este otro estado tuve que comenzar de nuevo, ya no pude encontrar la luz con mi carrera y decidí hacer cualquier cosa (decente) para sobrevivir. Trabajé como vendedora incansablemente por dos años hasta que compré mi carro, con el que pude, como siempre, seguir adelante y destacarme por encima de mis compañeros, quienes me veían con envidia. No me importaba, yo estaba allí para ver los resultados de mi esfuerzo, no para hacer amigos.

Con el tiempo apareció George, el gringo. Un hombre blanco de ojos azules como el cielo, rubio como el sol y cariñoso como nadie a quien le encantaban los atardeceres, los amaneceres, las flores, los bombones, las cursilerías más tontas… Con él sabía yo que mi vida tomaría otro rumbo. Era soltero, estaba residenciado en estas latitudes por trabajo y era médico. ¿Qué más pedir?

Con George repasamos todas las fotos de mi familia, le presenté a través del papel impreso a mi mamá, mis primas, mi familia de México, mis hermanas, mis tíos, todos. Iba todo viento en popa hasta que llegó la noticia.

Ya habían pasado dos meses que habían sido eternos y en los que nos prometimos muchas cosas, pero aquella noticia lo hizo temblar, reflexionar y dudar acerca de su amor por mí: Yo estaba embarazada.

No lo aceptó. Me pidió incluso que interrumpiera su nacimiento, pero yo me dije que no, que a mi edad, con lo que yo me había esforzado durante toda mi vida hasta hoy no iba a permitirme semejante arbitrariedad. Quería a mi hijo, con o sin él. Cuando se puso intenso y me dijo aquellas palabras tan dolorosas para mí, decidí correr de su lado para proteger a mi bebé. Me fui con todas mis cosas donde mamá. Un buen día aparecí allá con mis peroles, mi carro, mi cara bien lavada y mi barriga bien montada.

Mamá me reprochó mi actitud, que como era posible que iba a dejar todo por ese tipo, que como haría ahora sin trabajo y con un bebé en camino para mal vivir con su escasa pensión, que dónde iba a vivir. Pero a pesar de todo eso me recibió y allí nos apretujamos para soportar los meses que vinieron luego con el nacimiento de mi nena. Es una nena, preciosa. Le puse nombre de reina: ISABEL.

El suplicio creció. Ahora encerrada con mamá (que ya tiene sus achaques), la bebé recién nacida, las penurias de su corta pensión. Me vi en la necesidad de buscar qué hacer nuevamente y lo encontré: Un restaurant me dio la oportunidad. Pasé el primer año de Isabel rodando con ella por todas las cocinas donde trabajé.

No era la clase de vida que quería para mí ni para mi nena, así que resolví volver a la capital a ver qué hacer. Mamá estaba insufrible con sus achaques y tuve que pedir auxilio. Un amigo me tendió la mano y me dijo que me quedara en su casa con su familia por un tiempo mientras conseguía yo donde irme.

Esa fue otra tragedia. La familia de mi amigo comenzó hacerme la guerra, no me aceptaban, me hacían caras cuando estaba, no compartían sus cosas conmigo, la niña comenzó a molestar y yo también. Prontamente este “amigo” de quien me quedan serias dudas me recomendó para un trabajo mediocre en el que me pagaban poco y me hacían trabajar mucho, hasta que conseguí por mis propios medios coordinar el cuido de la nena con una señora que sí me dio la mano en su casa. Me trataban como a una hija y mi bebé como a su nieta. Pronto con mi carisma y mis ganas de hacer las cosas bien fue ganando terreno y la señora me dijo que me quedara allí, que mi hija no molestaba, ni yo tampoco.

Poco tiempo después la familia se volvió siniestra y comenzó a sacar sus garras. No me dejaban tener llaves de la casa y comenzaban a exigirme más trabajo doméstico como si me pagaran, cuando era yo la que lo hacía y además no tenía un cuarto propio.

Gracias a mis ganas de triunfar conseguí otro lugar con una compañera de mi nuevo trabajo, quien me puso todo a la orden en su casa y todo marchaba bien hasta que un día me hartó. Su marginalidad y su falta de cultura eran insoportables así que un día tuve que decírselo. Me botó de la casa en plena madrugada con mi nena.

Tuve que correr y resolver nuevamente. Así que en medio de la noche llamé a unos familiares a quienes no había acudido para no molestar y me dijeron que podía vivir un tiempo con ellos hasta solventar mi problema. Como ven estoy rodeada de ángeles que siempre me rescatan de los grandes problemas que me aquejan. Sólo espero que, como siempre me ha pasado, no se transformen en monstruos y no saquen sus garras como los otros.

He tratado de acomodar los hechos cronológicamente en mi vida para entender desde cuando me persigue esa mala suerte que me arropa en todo momento, que es como una nube negra que está siempre acechándome. No puedo entender por qué las cosas que tuve, las que tengo y a lo mejor las que tendré no se quedan conmigo o se van tan de prisa de mi vida.

¿Vendrá conmigo desde que nací?

Yo creo que es culpa de mi mamá.
Zadir Correa