Indira... y mis otras mujeres

A todas las recuerdo, siempre las he recordado, pero con Indira es diferente, ella no está en mi cabeza como un recuerdo más. Ella no representa para mí una ilusión como lo fueron las demás, o un juguete como otras; no era parte de las sensaciones que muy bien conservo en mi piel o los sabores de aquellas que conservo en mi boca, no. Indira es el amor de mi vida. Ella y yo nos pertenecemos el uno a la otra indiscutiblemente para siempre, el único pequeño detalle es que ella aún no lo sabe.
Con las otras todo fue muy distinto, la lista es larga y casi todas se relacionaban conmigo por mis grandes atributos, por mi cuerpo siempre atlético y cuidado, por el color de mis ojos azules como el mar profundo, por mi nacionalidad, por mis atenciones a la hora de conquistarlas para obtener aquello que quería o porque habían salido de mi consulta encantadas después de haber sido evaluadas por mi espéculo mientras sin pudor alguno todas debían abrir sus piernas y su vulva para dejarme revisar la cavidad en la que muchos se habían divertido antes.
Mi profesión me ha dejado muchas de estas historias de “camas fugaces”. Todo comenzaba en mi consultorio. Cuando entraban en él, yo podía oler sus feromonas alborotadas y expectantes. Apenas veían mis ojos azules, mi cara limpia y bien cuidada además de mis manos obligatoriamente impecables por la profesión que ejercía, yo lo percibía. Querían ser descubiertas y exploradas por mí, ansiaban que yo les dijese en tono profesional que pasaran y se desvistieran para revisar concienzuda y delicadamente con la ayuda de mis aparatos y mis manos calientes su interior.
Ellas se desvivían por venir a consulta por cualquier motivo, recuerdo una en mi país que buscaba las excusas más inverosímiles para pedir una cita conmigo. Susan Heart (hasta su apellido ayudaba), vino a consulta un viernes por la tarde asegurando que algo ocurría allí dentro en sus profundidades que no la había dejado dormir en tres días y que ella pensaba que ese era el origen de su dolor de cabeza que no amainaba. Cuando abrió sus piernas y fijó la posición acostumbrada en la camilla lo supe de inmediato: descubrí con mi olfato y a simple vista que había estado dándose placer con algún objeto casero antes de venir, algún objeto rudimentario, no sofisticado o caro como los que yo usaba. Le dije: ya descubrí cual es el problema; ella contestó invadida por una súbita oleada de sangre que le hizo cambiar de color la cara y produjo que los poros de toda su piel se abrieran para dejar salir el calor interno que la estaba inundando: Dime George, ¿sabes lo que tengo? Deseaba Sexo y se lo di frenéticamente sobre aquella camilla.
Hubo muchas historias de estas. Básicas, como casi todas las mujeres por naturaleza. Están allí para sentirse poseídas más que amadas, usadas, más que deseadas, abusadas más que respetadas. En mi historia son todas así. Por eso decidí estudiar mi especialidad, mal llamada la “ciencia de las mujeres”. Discutible desde cualquier punto de vista. Nosotros no evaluamos más que esa cavidad en la mitad de su humanidad desde que son adolescentes hasta que mueren. Nos limitamos a ese hueco sin ser parte del embarazo ni sus consecuencias. Sólo nos interesa el funcionamiento correcto de esa máquina de placer. Incluso cuando estamos descartando males mayores, al realizar la Prueba de Papanicolaou una vez al año. Siempre estamos hurgando allí, descubrimos por el olor, la temperatura, la forma, qué ha ocurrido como si fuera una escena del crimen, buscando pruebas incriminatorias para arrancar alguna confesión oculta o evidente.
Antes de conocer a Indira, que es diferente, estuve con muchas otras mujeres que buscaban placer sin complicaciones. Mujeres casadas y cansadas a su vez de sus vidas monótonas sexualmente, de la misma posición dos veces a la semana o de ninguna en varias semanas. Todas son iguales, sólo quieren placer, placer y más placer. Aunque algunas veces nos topamos con otras algo más idealistas, que quieren mejorar su raza con uno y buscan quedar en estado para retenernos a su lado. Pobre gente. Es el caso de una de mis aventuras. Recién llegado a este país nos conocimos. Yo había sido por fin validado para ejercer mi profesión y ella entró a mi consulta.
Era alta, esbelta, de cuello largo, blanca como la nieve y con mucha personalidad, arrogante. Con aquellos lentes negros que ocultaban sus ojos solitarios detrás y que le servía para mirar sin tapujos aquello que deseaba sin ser descubierta, apareció una mañana a primera hora para una revisión de rutina.
Noté de inmediato cuando entró que era una de esas que busca algo más que una simple revisión. Lo olí. Mi olfato nunca falla, las conozco tan bien que no pueden engañarme, soy especialista, no solo en arreglar las cosas allí dentro cuando no están funcionando, sino de entender cuando están sedientas de placer carnal y desean ardientemente una buena dosis de él.
Ella pasó varias veces esa semana. Las cosas estaban marchando perfectamente. Nos habíamos visto fuera de la consulta por invitación de ella hasta que me comenzó aburrir. Siempre le dije que estaba dispuesto a darle placer, pero que me aburría siempre el mismo menú. Total, esa es una necesidad obligada en el ser humano y me encantaba variar los sabores. A todas ellas siempre les gustó. Alababan mis dotes en la cama, mi creatividad a la hora de hacer cosas extrañas, las enseñé muchas veces a darle usos a esa cavidad que nunca habían imaginado. Adoro los juguetes y el placer que da usarlos para hacerlas volar. Todas se fueron acostumbrando, llegaban a pedirme que los usara, cosa que hacía de muy buena gana para divertirme.
Esta quería otras cosas, alardeaba de su apellido europeo y de las muchas cosas que había hecho para estar donde estaba. Cosa que nunca me importó. No estaba pensando anclarme aquí, simplemente quise diversión fácil, pero ella no entendió y quiso cambiarlo todo. Pronto trató de apoderarse de mi vida y una tarde, luego de dos meses de disfrute total como me gustaba, llegó a mi consulta emocionada y muy contenta a decirme que estaba embarazada.
Le dije que no lo tuviera, que lo sacara, que eso lo podía hacer yo mismo para evitarnos traumas futuros. Total, lo nuestro era solo diversión, además, ella ya no estaba en edad de tener bebés. Se le había pasado su tiempo. Ella no aceptó mi propuesta y hasta se ofendió. Dijo que ella lo tendría sola y un buen día desapareció del mapa. Jamás supe de ella. Ignoro si tuvo o no ese bebé.
Indira en cambio es diferente. Indira me ama, lo he sabido desde que la conocí y yo la amo a ella. Nunca he amado antes a nadie como a esa mujer. Es inteligente, me hace sentir cálido, despierta en mi interior una locura indescriptible. No quiero dejar de verla, quiero protegerla día y noche, deseo lo mejor para ella y disfruto llenándola de atenciones y de regalos, cosa que nadie haría jamás.
Tiene muchas amistades que no le convienen, que viven dándole consejo de lo qué hacer con su vida. La han confundido, ella ahora está dudando de su amor desenfrenado por mí. Lo noto cuando la voy a buscar en la Universidad o en las reuniones de sus grupos de amigos, ella se acalora (me ama), cuando me ve su piel huele diferente, percibo sus ganas de abrazarme, pero se cohíbe. Se le humedecen las manos. Tiene miedo de enfrentar eso que pasa allí en su corazón y que no ha sabido decodificar.
La voy ayudar, lo necesita. Sus amigos sólo quieren alejarla de mí, tienen envidia de que se haya encontrado un verdadero hombre que la ame y le dé lo que ella quiere. Ella lo va entender en algún momento. Yo se lo haré ver. Es que yo la conozco toda, por dentro y por fuera, conozco el olor de su aliento, el olor de su sexo, sé que adora que use mis juguetes para darle placer.
Indira sólo se deja, sin intervenir ni opinar, no como las otras que siempre hablaban demasiado o se quejaban por mis prácticas poco ortodoxas. Las otras son unas pervertidas que les encanta mi manera de tratarlas, al final después de quejarse se dejan, porque las conozco, son mis objetos de diversión. Objetos que llegué a conocer muy bien por dentro. No hacía falta más.
Indira es diferente, no sólo quiere mi sexo, no, ella quiere que esté a su lado toda la vida, está a simple vista. La última foto que nos tomamos fue en una oportunidad que le di una sorpresa al presentarme al lugar donde había ido a cenar. La había seguido al salir de su trabajo. La llamé ese día y se negó a verme. Enseguida lo entendí: Quería jugar. Me dijo que no quería verme esa noche, imagino para probar mi entereza y la fuerza de mi amor por ella; era simple. La amo por eso. A hurtadillas entré poco después de ella en el lugar y la sorprendí por detrás. Ella abrió sus ojos de forma exagerada y su boca trémula no pudo articular palabra. No se lo esperaba. Yo lo supe más fuertemente allí. Su amor estaba a flor de piel, pero no se atrevió a aceptarlo. Me senté a su lado y cenamos románticamente. En medio de la velada le pedí al mesero que nos fotografiara.
En la FOTO se aprecia a una mujer que desborda amor, sus ojos lo dicen, lo dice su expresión corporal, su sonrisa auténtica de felicidad, ese abrazo tímido con el que me rodeó y la inclinación de su cuerpo hacia el mío para inmortalizarnos en aquella imagen. Indira es el gran amor de mi vida. Se lo he hecho saber.
Ella no es lo suficiente madura para entenderlo todavía. Cada vez que hacemos el amor y ella, allí sumisa se deja, me permite hacerle ver cuáles son sus puntos de placer, me demuestra su incondicionalidad. No me importa cuánto tiempo tarde en hacérselo ver, pero le voy a demostrar que soy el único hombre a quien ella necesita a su lado, que le va dar amor, felicidad y si quiere, una familia. No importa cuánto tiempo me tome ni los recursos que tenga que interponer para hacerla caer en cuenta de esa realidad, pero invertiré lo que me resta de vida para hacerla aceptar de una vez por todas que sí me ama y que no está dispuesta a vivir un día más sin mi compañía. Yo ya lo sé perfectamente, sólo falta que Indira lo entienda. Estaremos juntos más allá de la muerte.
Zadir Correa

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