Los gatos de la vieja del seis me
tienen loca. Todos los días hacen caer cosas al área de la piscina. Creo que el
negro es el culpable. La semana pasada fue una olla con caraotas que se
estrelló en el piso y se regó toda en la piscina. Yo tuve que recogerlo todo.
Otro día fue un plato de vidrio con frutas. Menos mal no había nadie allí. Hace
una semana tiraron unos zapatos de la vieja y ayer el teléfono inalámbrico con
la base. Le he dicho que no deje sus cosas en el borde del balcón, pero no me
hace caso. Las pone allí y sale. Como el gato se siente solo, supongo que por
rebeldía comienza empujar las cosas por el balcón. ¡Me tiene harta!
La vieja se va caminando a la
iglesia para la misa de las diez todos los días, como tarda tanto porque está
encorvada se va temprano. El cura de esa parroquia trabaja mucho, bueno, de eso
vive. Al parecer la feligresía es buena… y el diezmo también.
Otra que no me cae es la vieja
del doce. Esa no saluda nunca, trata mal a su hijo y al marido. Anda todo el
día con la bemba pintada de rojo. Parece que fue modelo hace aaaaaaños y se
cree la última Pepsi Cola del desierto (¿estará llena de gases? Digo por lo de la
Pepsi Cola).
Esa no hace nada en todo el día.
Flaca escurrida, despacha al tipo y al muchacho y se va a la piscina empatucada
con cremas antiarrugas. Se queja de que los gatos de la vieja del seis viven
botando de todo por el balcón. Vive como amargada y amenazando que va redactar
cartas para sacar a los gatos. Me cae
mal, me dan ganas de ahogarla en la piscina.
He pensado en varias cosas, pero
no me atrevo. El otro día pensé en dejar caer un cable de electricidad en la
piscina cuando se estaba bañando para que se achicharrara, pero después pensé
que me iba tocar limpiarlo a mí misma y me dio asco.
Como siempre anda en tacones
(¡baja a la piscina entaconada la vieja ridícula esa!) pensé en pasar un buen
coleto con cera en el lobby que tiene el piso liso, para que se “esmadre” (así
decía mi abuela), pero la junta de condominio ya no me compra esas cosas. No
hay presupuesto.
Entonces pensé en algo genial.
Fui al área de la piscina, aislé “por mantenimiento” una parte y coloqué las sillas
amontonadas al final y sólo una en un lugar estratégico. Me fui al vivero de la
esquina y compré un matero grande y pesado con unas hortensias preciosas
(estaban carísimas, pero valía la pena la inversión).
Esperé en el lobby que la vieja
“modelo” despachara a los suyos, me le acerqué por detrás y le solté: “Mi
señora, disculpe que se lo diga, pero usté está como pálida. ¿No la he visto
más tomando el sol? ¿Se siente bien?
A lo que la vieja respondió, no
sin antes abrir los ojos como huevos, dejando que sus cejas tatuadas dibujasen
una silueta amorfa de dos arcos malhechos: ¡No me pasa nada! Voy a buscar mi
traje de baño de hecho, pienso pasar toda la mañana en la piscina. Me miró de
arriba abajo y se dio la vuelta bruscamente sacudiendo su cabello feo como
paja, marchito por tanto secador.
En ese momento fui al
apartamento, busqué el matero y subí donde la vieja del seis. Al abrir la
puerta, dos de los gatos chillaron al fondo y uno salió a mi encuentro, era el
negro. La vieja preguntó sorprendida: “¿Eso es para mí mija?”
Sí mi señora, me lo dejaron allá
abajo y pensé en usté. Se lo regalo. ¿Quiere que la ayude a colocarlo? Sí,
dijo. Entré y lo coloqué en la orilla del balcón. Cuando iba saliendo, el gato
negro parado al lado de la puerta me esperaba moviendo ágilmente su rabo. Al
pasar a su lado, le piqué el ojo y él hizo lo propio, en lo que yo entendí como
un gesto de complicidad. El plan estaba listo y rodando.
Estaba en la planta baja cuando minutos
más tarde se abrió el ascensor. Las dos viejas venían en él. La entaconada
directo a su silla en la piscina y la encorvada a su misa de las diez. Sólo
esperaba que el gato negro hiciera su travesura y en un acto de justicia gatuna,
empujara el matero a la piscina.
ZADIR CORREA VERGARA
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