El Guamito

Llegar allí fue desde el primer momento, una bendición. El universo se había confabulado perfectamente para que sólo aquellos que debían acudir estuviésemos ahí. La bienvenida que la naturaleza casi virgen del lugar nos brindó fue algo sensacional, las hojas verdes ondeaban sigilosamente al ritmo acompasado del viento quien a su vez soplaba suavemente una brisa cálida sobre nuestros rostros, certificando con ello su aprobación y dándonos a su vez el permiso para invadir terrenos que ninguno de nosotros había pisado y que desde ya nos advertía acerca de la maravillosa experiencia que estaba a punto de desarrollarse ante nuestras almas contaminadas y nuestros ojos atónitos.

Era satisfactorio ver como las caras de los pobladores se llenaban de luz al recibirnos y notar el brillo exagerado de la vegetación, los animales y la tierra misma cuando descendimos de nuestro transporte al destino escogido. Sabíamos en nuestro fuero interior que aquella sería una experiencia que jamás olvidaríamos. Estoy seguro que no fui el único que así lo sintió.

Nuestra intención desde el primer momento era pasar un fin de semana fuera de la rutina y la vorágine de una ciudad abrasiva, cruel y despiadada, aliviando nuestras cargas negativas y permitiendo que ese contacto con la naturaleza viva nos devolviese la calma y tranquilidad que nuestro espíritu pide a gritos cuando estamos sumergidos en esta locura que nosotros los hombres creamos para “vivir mejor”.

La tarea primera era escribir para posteriormente quemar aquello que nos aquejaba y que no nos dejaba desarrollarnos y crecer como seres individuales y por supuesto en sociedad. Fuimos testigos durante aquella quema de falsedades, de energías negativas, de problemas de salud, de vecinos insidiosos, de enemigos abiertamente declarados y también de aquellos ocultos, como algunas de esas energías luchaban por quedarse con su dueño, como se resistían a despegarse de aquellos a quienes pertenecía, para luego ver como luchaba contra aquel fuego abrazador hasta fenecer y transformarse en cenizas… cenizas que con el viento fueron esparcidas, ya sin fuerzas, por aquel campo desnudo para servir como abono esperanzador para nuevas formas de vida. Todo bajo la vigilia permanente de una luna llena que no perdía detalle y que nos asistió en complicidad con las estrellas, alumbrando el camino de retorno una vez extinto el fuego.

Las llamas inclementes habían hecho su labor y tocaba ahora limpiar con agua el sucio externo y el interno. Esa fue la siguiente tarea. La naturaleza bondadosa nos permitió cobijarnos en su interior, refugiarnos bajo sus sombras vírgenes para finalmente concedernos la bendición de limpiarnos dentro de sus inmaculadas y puras aguas. Hacer aquello con el permiso y la vigilia en este caso del sol terminó de quitarnos de encima las cargas negativas que llevábamos como sacos a cuestas. Tanto con el fuego como con el agua nos tocaba solicitar al universo aquello que deseábamos profunda y fervientemente, desprendiéndonos de esos elementos innecesarios en nuestras vidas para atraer en armonía perfecta para nosotros, nuestros más ansiados anhelos. Así hicimos.

El contacto con la tierra también lo experimentamos, esa sensación real de desconexión con lo material y de profunda conexión con lo misterioso y enigmático del universo. Entender que cada uno de nosotros estaba allí por una razón era fundamental. Cada uno aportaría al otro un pedacito de lección que deberá ser analizada por cada quien internamente. El asunto requiere un análisis más intrínseco, más personal que superficial. Es justo y necesario.

La luna fue testigo también de nuestra invocación profunda al amor y de la activación de aquellos campos planetarios que más nos impactan en la vida. Bajo su manto y detallando al conejo que la misma cobija nos conectamos con nuestro amor verdadero, con el amor a nuestros seres queridos, el amor a nuestra familia, a nuestros vecinos, a nuestra pareja. Le pedimos que nos acercara a situaciones amorosas reales, duraderas y dibujamos entre las constelaciones de Orión y Escorpión nuestro mapa de la felicidad personal escoltados por una corte de arcángeles quienes vigilaban de cerca y otorgaban el ejecútese a cada solicitud. Fue un momento sublime, íntimo y mágico. Las nubes decidieron dejarnos a solas con nuestro satélite natural para que tuviésemos una conversación diáfana y directa. Fue realmente DIVINO.

Después de aquella limpieza de alma y de sentir nuestro campo áurico brillar a nuestro alrededor, tocaba nuevamente pedir permiso, pero ahora para partir. Dejábamos en aquel campo noble, que ha sido hogar de tantos seres vivos a lo largo de su existencia, que ha sido testigo callado de la reproducción de sus especies animales, de amores furtivos escondidos entre sus matorrales, de las lluvias cariñosas que los bañaban, de la interrupción del ciclo evolutivo natural, del afán de unos por estar encima de otros, nuestras miserias humanas, aquellas que en nuestro camino fuimos recogiendo sin responsabilidad y que ahora eran abandonadas en ese aliviadero que las purificaría y transmutaría en energías positivas, sabiamente recicladas y reaprovechadas en esa tierra santa.

Abandonar aquel espacio sagrado y dejar en él todo ese desperdicio energético me produjo particularmente un vacío repentino que me hizo brotar lágrimas. Lágrimas de alegría, porque estaba consiente que ahora llegaría cambiado a mi ciudad, que tenía un peso menos encima y que muchas de las situaciones que en su momento me produjeron miedo o desasosiego ya no estaban dentro de mí, formaban parte de un pasado cercano, pero cada minuto más lejano que ya no necesitaba y que permitiría que mis anhelos más profundos y mis sueños más descabellados se hicieran realidad. Las lágrimas eran también de agradecimiento, a esta tierra, a esa oportunidad única e irrepetible, a la naturaleza bondadosa que nos dio cobijo, a las estrellas que furtivamente nos espiaban, a la luna cómplice de todo, a los participantes todos, a Almike y Eva que permitieron mi presencia allí, a María Elsa por su dulzura, a Betzaida y a Luis Enrique quienes nos trataron como reyes, a Dios y a nuestro UNIVERSO que es infinito, perfecto y que todo lo contiene. Muchísimas gracias.

Zadir Correa