36 Días

¿Cómo comenzar una historia que no deseas terminar jamás? ¿Cómo decodificar cada sensación y cada emoción en palabras para hacerlas públicas en un blog? ¿Cómo no escribir con añoranza sabiendo que cada minuto vivido en esa otra latitud dejó una huella única en cada uno de tus sentidos y que llevarás contigo por siempre? ¿Cómo plasmar la experiencia de 36 días en un texto de varios párrafos cortos? Muchas preguntas que nos llevan a una sola conclusión y a una sola respuesta: Hay que volver.

Cuando planificas algo con tanto tiempo, confiando en la Ley de la Atracción la tarea de hacértelo realidad, nunca imaginas que todo puede sencillamente superar con creces cualquier expectativa que se genere en el camino. Muchas veces recorrí aquella tierra gracias a las experiencias ajenas, a las fotos de sus fans, gracias la tecnología, la misma tecnología que me permite ahora compartir estas líneas, pero estaba muy lejos de pensar que la experiencia en vivo fuera realmente tan abrumadora e impactante.

Cada vez que llegaba a un lugar que ya había visto desde el espacio virtual, sentía una conexión energética tan fuerte que mis ojos se llenaban de lágrimas. Unas lágrimas bondadosas de agradecimiento que me permitían compartir al menos con mis pensamientos el profundo agradecimiento que sentía por tener la oportunidad de haberme lanzado a esa aventura inolvidable y solitaria. Pero solitaria sólo en lo físico, porque cuando me emocionaba me reía o lloraba, miraba al cielo para compartir con el Universo la inmensa dicha de haber estado allá. Solitaria pero sin saber que en la distancia, más de doce mil kilómetros hacia el poniente, mucha gente estaba allí también conmigo, caminando a mi lado en aquella búsqueda de mis raíces y mis orígenes que me había llevado allí.

Sentí en carne propia que el profundo respeto a Dios, al mismo al que acá en Occidente le rezamos, hacía de esa tierra maravillosa un verdadero Paraíso. Compartí con gente que vive con una premisa básica en sus vidas: El respeto y la abnegación religiosa. Los de allá ven la vida desde otra perspectiva, desde una óptica más tradicionalista. Se entregan a las sagradas escrituras del Corán, rinden un culto incansable a un solo y único Dios (Allah) y a su profeta Mohamed. Y aquello se contagia.

Pensar que en todo el mundo las distintas religiones han dividido a su gente, se han colocado fronteras absurdas y límites inexistentes naturalmente que sólo nos separan cada vez más. Pero a pesar de todo, a pesar de que en teoría los occidentales y los del Medio Oriente no puedan llegar a acuerdos y que vivan en una eterna batalla por hacer valer sus puntos de vista, existe la posibilidad de que todos converjan y de que compartan sus conocimientos filosóficos y religiosos hasta llegar a entenderlos y, más aún, existe un lugar en el planeta donde incluso pueden compartir una misma mesa sin agredirse y sin prometerse los unos a los otros matarse por ello: Dubai.

Caminar por sus calles y respirar su aire salado (por la cercanía del Golfo Pérsico), dulce a la vez (por la inmensa cantidad de lirios sembrados en el desierto) y picante (por la gastronomía tan condimentada a la que están acostumbrados) FUE SENCILLAMENTE FANTÁSTICO. Entiendes que el Mundo es como diría el escritor Peruano Ciro Alegría: Ancho y Ajeno… que cabemos todos en él y que es posible llegar a convivir pacíficamente no importando cual sea el Dios al cual le rindas culto, llámese Alá, Yavé, Ganesh, Shiva, Krishna o cualquier otro.

Si el sistema de gobierno te ayuda, invierte en educación, en infraestructuras, se abre al mundo y permite que puedas ver todo lo que éste contiene, se puede lograr. Todo bajo una premisa básica: EL RESPETO. En Dubai puedes ser testigo de todo esto, puedes respirar en las calles el progreso, el auge, los adelantos tecnológicos, el dinero bien invertido y también la tradición, las costumbres, la comida y el elemento más importante: La religión.

Los emiratíes viven todos sus días con TEMOR A DIOS. Pero un temor auténtico, no relajado como aquí en occidente ni tampoco extremo como en Afganistán, Arabia Saudí o Israel. Un temor real, puro y sano a la vez. Hablan contigo en las calles, te saludan, te agradecen que vayas a su país y son espléndidos con sus invitados. Te tratan como un príncipe y te explican su forma de adorar a Dios para que los entiendas. No te obligan a nada. Si quieres escuchar bien, si no, se cambia el tema o escuchan música… lo que tú quieras…

Evidentemente las construcciones, los grandes y fabulosos centros comerciales y las maravillas que han creado (como Palm Jumeirah, la Burj Khalifa, el Dubai Metro o el Burj Al Arab) son impactantes, el cuidado en los detalles de cada uno, lo cronometrado, la precisión métrica y lo opulento de los acabados dejan a más de uno sin aliento, pero más allá de eso, más allá de sus carros costosos, de que han prácticamente fabricado todas las playas con las que cuentan, de lo verde de sus jardines y lo inmenso de sus parques, hay un elemento que no falta en ninguna parte: DIOS.

Es eso lo que los hace diferentes, es eso lo que los hace inigualables, es eso lo que los hace ser amados por unos y odiados por otros, es eso lo que les permite dejarse tocar el alma, es eso que hace que te enamores a la primera, es por eso que cuando vas no quieres volver. Fueron sólo 36 días que definitivamente transformaron mi vida para siempre.

Y mi experiencia tocó su parte más alta cuando visité la Sheikh Zayed Big Mosque en Abu Dhabi. Es la segunda mezquita más grande del mundo (La primera es la Meca, en Arabia Saudita). Una mezquita que puede ser fácilmente divisada desde el espacio exterior. Está construida en su totalidad en un impecable mármol blanco, los detalles de colores grabados en el patio central y en las paredes de la sala previa al salón de oración son en mármol también. Cuenta con 57 cúpulas todas ellas acabadas con la famosa media luna que identifica la religión elaborada en Oro puro. Aparte de eso, toda la serie de columnas internas que también están construidas en mármol y que emulan plantas de palma acaban en su parte superior también en unas hojas de oro 24 quilates. En la parte externa tiene 16 columnas que rodean toda la estructura que durante la noche encienden su luz y dan a la mezquita un color azul que eriza la piel.

Pero si toda la parte externa te produce estupefacción por lo elaborado y opulento de sus detalles, sólo debes esperar hasta entrar al salón principal. El mismo es un sitio donde no está permitido entrar calzado. Cuenta con una alfombra que cubre todo el espacio y todos los detalles son perfectamente cuidados, los labrados de las paredes, de las cúpulas, de las lámparas y algo que jamás he sentido en ninguna parte donde he entrado: Una profunda paz que te conecta con tu yo interno, en ese momento abandonas tu ego y eres tú. Tú con Dios.

Una vez sentado frente a la pared que tiene el nombre de Allah sientes que estás en una dimensión paralela, que el tiempo se ha detenido y que algo EXTREMAMENTE superior está allí a tu lado, cubriéndote, protegiéndote. Entiendes que si no visitabas este reciento el viaje estaría perdido en su totalidad, que la única señal de que esa tierra te acepta realmente la ibas a sentir sólo allí. Así fue. Supongo que lo mismo debes sentir cuando visitas la Capilla Sixtina en el Vaticano, recuerden que estamos hablando del mismo Dios.

El catolicismo, el Judaísmo y muchas otras vertientes religiosas que tienen como Supremo al mismo ser celestial hoy están en guerra y ninguno de ellos sabe bien cómo explicar el por qué. Es así y punto. Así fuimos enseñados en casa. Los del norte no quieren a los del sur, los del extremo este no quieren a los del oeste y así vamos. El mundo nuestro está lleno de eso: Un odio irracional que solo nos hace daño.

Si tan solo aceptáramos al otro, si tan solo escucháramos al otro, si tan solo pudiéramos ponernos en sus zapatos y entender su forma de ser felices, otra sería la historia del mundo. Simplemente nos nutriríamos de las distintas culturas del planeta, entenderíamos por qué los hindúes tienen tantos dioses, por qué comen tan picante, por qué usan las mujeres el sari y por qué los Sijs se dejan crecer el cabello y la barba hasta morir. Entenderíamos por qué los árabes consideran “Haram” tomar alcohol y por qué sus mujeres son sólo para la casa. Entenderíamos por qué en su momento todos han tratado de adueñarse del mundo (Romanos, Moros, Bizantinos, Hitler) y el por qué de las caídas de esos grandes Imperios. Entenderíamos también por qué los Judíos con su Torá tienen tanto armamento nuclear y por qué hay tantos terremotos en Japón. Seguro entenderíamos también que aún hay imperios vivos que desean apoderarse del mundo entero y de por qué muchos intentos de revelarse a ello fracasan en su lucha. Entenderíamos por qué el Papa oculta a sus obispos corruptos y a lo mejor entenderíamos también el misterio que encierran las Pirámides de Egipto (Keops, Kefrén y Micerinos), las de México, La fortaleza de Sacsahuamán, El Machu Pichu, Stonehenge y las líneas de Nazca.

Zadir Correa