¡17 Años!

Ese día 3 de septiembre de 1.993, estábamos agotando la última semana de vacaciones con los amigos de la cuadra, Juan entraba ese año en tercer año de bachillerato y yo en quinto. Yo había conseguido un empleo por las tardes en una muy poco agraciada y escandalosa venta de pollos fritos “Tipo Broaster” que era la sensación de la zona y que tenía el nada elegante nombre de “Deliciosos Pio Pio” (que por cierto era mi primer empleo formal en el que ganaba diez mil bolívares mensuales). Las radios sonaban el tema del momento: “Por estas calles”, interpretado por Yordano que daba vida a la más reciente telenovela de RCTV homónima en la que una Eva Marina asustada (Marialejandra Martín, cuyo nombre real en la novela era Eurídice Briceño) huía del famoso “Hombre de la Etiqueta” interpretado por Carlos Villamizar y en la que un Eudomar Santos (Franklin Virgüez) colocaba en boca de todos los venezolanos el tan recordado “Como vaya viniendo, vamos viendo”. Fue una tarde tranquila hasta que los lamentos de tu madre, que ya tenía 59 días de gestación, te trajo al mundo junto con tus cuatro hermanos en medio de un alboroto que ponía a toda la familia alerta por cuarta vez en sus 3 años de vida.

Te recuerdo pequeña, delicada, pataleando con fuerza e insistencia por chupar la leche de tu madre en esa pelea natural con tus hermanitos de parto. Todos estábamos fascinados. Cuando por fin ya estaban limpios y tu madre los dejaba solos, íbamos corriendo a contemplarte. Eras la única marrón claro y fuiste la última en salir del vientre. Tus hermanos crecían rápido y parecían mejor alimentados. Tu eras diferente, por ello nos quedamos contigo, tu pelo era la cosa más suave que uno pudiera tocar en la vida (eso te dio el nombre: Pelusa) y a pesar que tu dentadura inferior sobresalía un poco de la superior, eras el ser más hermoso que podíamos tener entre nuestros brazos y a nuestro lado en la cama.

Siempre fuiste una bendición. Te recuerdo cuando jugabas con nosotros, persiguiéndonos para mordernos, siempre desesperada y acelerada. También desde tu primer día odiabas estar patas arriba, por lo que luchabas con todas tus fuerzas para zafarte y volver al piso. Otra lucha contigo era a la hora de bañarte. Nunca pudimos hacerlo sin quedar totalmente mojados, por eso la hora de tu baño siempre fue un evento escandaloso y esperado. Por aquel entonces había dejado guardado en el baúl de los recuerdos lo que creía sería mi “primera novela”. Los manuscritos aún los conservo lejos del polvo del olvido.

Así fueron pasando los años, tú creciste y fuiste testigo presencial del nacimiento de tus nuevos hermanos en otros dos nuevos alumbramientos que trajeron consigo a la que te acompañaría por muchos años: Blanca, que fue producto del último embarazo de tu madre. Ambas recibieron de ella todo el amor que solo una madre puede dispensar: las limpiaba diariamente, aseándoles las orejas, las patas y sus hocicos, velaba porque amanecieran bien, las olfateaba para determinar a través de este amable gesto qué les acontecía y jugó muchos años con las dos, retozando juntas en el sol, persiguiendo pajaritos y gatos en el jardín y ladrando hasta altas horas de la noche porque una lagartija atrevida había irrumpido en su casa y no hallaban como sacarla.

Debe ser por eso que cuando su madre murió ambas se acurrucaban juntas como recordando sus gestos de amor, como protegiéndose la una a la otra, lamiéndose entre ustedes y dispensándose todo ese cariño tan puro y sincero que sólo ustedes son capaces de sentir. También a nosotros nos hizo mucha falta. La vieja de la casa se había ido y quedaban ustedes, tú de once y Blanca de ocho.

Sabes que siempre fueron las consentidas, en sus años mozos mordieron cuanto zapato se atravesó, cuando mueble adornó la sala, rompieron bolsas de basura y se cansaron de desenrollar el papel del baño para esparcirlo por toda la casa. Mamá nunca les reprochó nada y siempre las dejó hacer: Ustedes eran sus niñas consentidas, las quería como a las hijas que nunca pudo dar a luz y desde el primer día de su nacimiento veló por cada una de ustedes. Se desveló cuando les dio fiebre, se despertó de noche para acurrucarlas y aceptaba de buena manera que saltaran alegremente sobre ella en su cama haciendo que se desvelara para quedarse a disfrutar de su calor corporal y dormir cómodas.

Eran sus compañeras inseparables, sobretodo tú, que toda la vida había estado a su lado. Por eso cuando aquel fatídico 13 de Julio de 2006 aquel desconocido te secuestró en el parque cuando paseábamos bajo mi responsabilidad, me sentí morir. Te busqué incansablemente por varias horas con Blanca en mis brazos con un indeseable sentimiento de culpa que me anegaba los ojos acusándome por mi torpeza y por mi inegligencia. Ya tenías trece años y siempre habías sido curiosa, incansable, insistente y sobretodo terca. No me di cuenta de que te habías alejado demasiado y te perdí. No tenía cara para presentarle a mamá, di vueltas y grité tu nombre por todo el parque hasta que cansado regresé atribulado a casa. Apenas entré mamá preguntó por ti. Con mi cara escondida y nublada por la desesperación, en lo que fue apenas un hilo de voz dije torpemente: “No encuentro a Pelusa”.

Salimos a buscarte los dos, gritamos tu nombre, caminamos sin descanso por un parque que de pronto fue invadido por un manto oscuro que se avalanzó sobre nosotros, sin ningún resultado. Coloqué avisos por toda la zona para que me ayudaran a buscarte y aparecieron varias personas que apostaban haberte visto o que te tenían. Falsas alarmas. Mi culpa crecía con cada nueva falsa alarma… Un día encendí una vela por ti y coloqué tu foto detrás de ella rogando que aparecieras y lo único que sucedió fue que la foto cayó sobre la vela y casi se desvanece. La salvamos a tiempo: Solo quedó tu cara. Pensamos que fue un mensaje y lloramos tu muerte esa vez.

Nunca pensaba yo que aquel 11 de Junio de 2.007 cuando habían pasado once meses y 28 días de tu desaparición, iba a recibir aquella noticia. Mamá pasaba por una calle y se asomó a un patio. Preguntó por esa perrita triste que veía acurrucada en un rincón y le contestaron que la misma había aparecido en esos días, que ellos no eran los dueños. ¡Eras tú!

Te trajo a casa pero estabas cambiada, cumplirías catorce años el próximo mes de septiembre. Estabas como envejecida, con la mirada lacónica y triste, te faltaba la punta de tu cola frondosa. A mamá le dolió mucho que no la reconocieras, pero con todo su amor te trajo de vuelta para reencontrarte con tu hermanita Blanca quien te recibió de muy buena gana consintiéndote y permitiendo que recuperaras tu espacio. Pensábamos que habías regresado solo para “morir en tu casa”. No fue así, al menos no en ese momento.

Cuando tuvimos que operarte también fue duro. Estabas muy avanzada en edad y según el Doctor Orlando “había que operarte a todo riesgo”. Pero saliste airosa. Siempre intempestiva como siempre, cuando apenas despertaste de la anestesia comenzaste a correr torpemente por la casa desesperada por recuperar tu vida. Con los días volviste a ser la misma de joven, tu pelo recuperó el brillo de tus años mozos, corrías de un lado a otro, te resistías al baño y cuando terminaba de enjuagarte salías corriendo a retozar por todas partes mojando todo. No importaba. Eso nos llenaba de vida, nos reíamos, inyectabas adrenalina a nuestras vidas monótonas y aburridas, hacías que los silencios no fueran tan largos, que las mañanas tuvieran una razón de ser y que la llegada a casa después de una larga jornada de trabajo quedara olvidada con el vaivén cada vez más torpe de tu cola aún frondosa.

Luego se fue Blanca. Tú estuviste también allí con ella. Siempre fue la niña débil de la camada y la más pequeña. Sabemos que su partida aceleró tu envejecimiento. Ya no tenías rastros de tu pequeño pasado contigo, empezaste a ponerte exigente con la comida y ahora dormías menos y caminabas más. Pero a pesar de todo seguías allí, dura y terca. Siempre con un gesto de amor, un movimiento torpe de tu colita era un motivo de celebración y algo que yo agradecía en el alma. No imaginas cuanto. Tu silente compañía era lo más hermoso que podía ocurrirme. Tomé para mí el adagio popular que reza: “mientras más conozco a las personas, más quiero a mi perro”

Por eso te extrañaré siempre, por eso serás la parte inolvidable de nuestra vida. Gracias por acompañarnos en todo momento, en la enfermedad, en la alegría, en las navidades, en los años nuevos. Quiero agradecerte que me acompañaras y me regalaras tu amor desinteresadamente, deseo agradecerte que cuando aquella Neumonía amenazó con llevarme consigo hace un año, estuvieras conmigo allí, que cuando pasaba las noches en vela programando mi viaje o leyendo un libro, te acostaras a mi lado para hacerme compañía o para vigilar mis noches de insomnio, también quiero agradecerte y jamás olvidaré el último año nuevo que pasamos juntos en casa. Yo no quise dejarte sola y tú fuiste la mejor compañía. La pasamos los dos solitos, juntos. Gracias por darme ese cariño, quiero confesarte que te adoro y que adonde quiera que vaya siempre irás conmigo.

Los últimos momentos fueron muy duros y sabemos que necesitabas alivio. Hubiese sigo egoísta de nuestra parte pedirte que te quedaras cuando hacerlo te producía tanto dolor. Ahora descansas tranquila. Ve acompañar a Blanca, a Muñeca, a Polita y a Canito. Ustedes serán siempre referencia obligada cuando tengamos que tomar mano de algún recuerdo bonito o curioso de nuestro pasado. Todos los que cobijo celosamente en mi mente tienen algo que ver con ustedes. Ahora les toca vigilarnos desde su cielo. Quiero agradecerte sobretodo a ti mi Pelusa, por ser parte de nuestras vidas y por llenarnos de satisfacciones, alegrías, regocijos y lágrimas estos últimos 17 años.



Pelusa
3 Septiembre de 1.993 – 22 de Mayo de 2.011
Descansa en Paz

Zadir Correa