Fabián

Él no es un mal hombre y además es el hombre de mi vida. Sé que actúa así porque quiere lo mejor para mí que siempre he estado como una loca deseando cosas que no puedo, ni voy alcanzar.

Sí, es verdad, él me pega mucho. Yo se lo he dicho, también mis vecinos se han dado cuenta. Mi mamá está cansada de decírmelo y hasta la maestra de la escuela de Danielito me lo dijo el otro día cuando fui a la reunión con los brazos marcados y con lentes oscuros. Lo que pasa es que no lo entienden, todos se equivocan, es su manera de quererme y de hacerme entender sus puntos de vista. No lo juzguen… es por mi bien.

Yo lo conozco, lo conocí hace 13 años cuando saliendo de la escuela él se desvivía por acompañarme y hacerme atenciones, por decirme lo bella que estaba y que si me había perfumado así para él, que eso lo tenía enamorado de mí. Yo al principio le hacía poco caso, pero él siempre se acercaba, me buscaba en la escuela, me traía heladitos, dulces y otras golosinas para cortejarme. Todo un caballero y eso me enamoró perdidamente de él.

Cuando un año más tarde le dije a mamá que dejaría el bachillerato porque Fabián me lo había pedido, que él iba a trabajar para mantenerme, casi le da un infarto y se molestó mucho. Vociferó en mi cara que eso no era posible, que yo era una niña, que si estaba loca, que eso no funcionaría y que si se me ocurría salir de la escuela para vivir con ese mal viviente, me botaba de la casa. Y cumplió su palabra.

Yo me fui muy molesta con mamá en aquel entonces, les dije a todos en casa que esa era mi vida y que Fabián era el hombre que yo había escogido para ser feliz. Que era un hombre bueno, serio en sus cosas y que tenía muchos planes para nosotros y nuestro futuro. Hasta estaba pensando en comprarse un bus para cargar pasajeros para alimentarme a mí y a sus hijos, que para qué iba estudiar. Mamá estaba envidiosa que papá no había hecho lo mismo por ella y me fui muy dolida. Hace tres años fui a su casa porque estaba muriendo y la perdoné.

Al mes de haberme ido de casa quedé embarazada y mi Fabián me llevó a la suya. Mi suegra nunca me quiso y desde ese día quiso hacerme la vida cuadros mal poniéndome con él y diciéndole cosas que no eran ciertas. Durante aquel primer embarazo y por culpa de la bruja de mi suegra, que fue a llenarle la cabeza de historias falsas sobre mí y un vecino cercano, Fabián me dio dos cachetadas para aleccionarme. Ese día me dijo que yo era sólo para él y que nunca volteara ni siquiera a ver a otro hombre.

Eso me pareció súper caballero, nunca un hombre me había amado de esa forma y me sentí segura a su lado. ¡Me quería sólo para él! ¡Qué lindo! Mis novios anteriores eran desatentos y ni se molestaban en decirme nada galante. Le pedí perdón y le dije que nunca jamás vería a más nadie que no fuera él. Yo lo amaba y lo amo con toda la fuerza de mi alma y sería capaz de cualquier cosa por estar con él.

Pero yo de bruta e inexperta seguía sin entender su forma de ver y hacer las cosas. Cuando el bebé nació y estábamos en la fiesta de celebración, el pidió escoger a los compadres y me quedaba a mí escoger a las comadres. Pues yo se lo discutí y le dije que el padrino de mi hijo sería mi primo Andrés con quien siempre tuve buena comunicación y que vivía al lado de casa de mamá. Él se molestó mucho y como había tomado se le olvidó que estaba en recuperación del parto y me dio varios golpes. Me golpeó duro en la cara y me tumbó contra el piso. Menos mal que se detuvo con la primera patada, porque comencé a sangrar y fue cuando reaccionó.

El pobre estuvo arrepentido toda esa semana. No pude alimentar a nuestro hijo porque el brazo no lo aguantaba y tuvo que salir a buscar ayuda para que me alimentaran al muchacho. Su mamá esa vez hasta me recogió del piso y me llevó al ambulatorio de allí cerca. Gracias a Dios no fue nada grave. Sólo estuve hinchada por dos semanas.

Durante esos días Fabián se desvivió en atenciones, me llevó flores, cambiaba los pañales de Daniel, me hizo la comida. Estaba arrepentido y me reafirmó su amor. Me amaba tanto que no aguantaba que con mi estupidez y mi falta de experiencia fuera yo arruinar el plan de vida que él tenía para ambos. Me pidió que dejara esas cosas en sus manos y que yo sólo debía ocuparme de atenderlo al llegar a casa y de criar a nuestros hijos, él sabía lo que era conveniente para nosotros, además, él estuvo casado antes y tenía mucha experiencia. Yo tenía apenas 18 años recién cumplidos, él ya había cumplido los 21 y tenía un divorcio encima. Siempre ha sido mi maestro.

Él sabe lo que quiere y yo sigo siendo una niña sin seso que afortunadamente lo tiene a él para avanzar. Yo le dije que quería otro hijo cuando Daniel tenía un año y el me dijo que no. Que eso no era conveniente y que las cosas había que planificarlas, pero yo me fui de estúpida a tenderle una trampa. Una noche de esas que vino bien borracho busqué la manera y lo convencí para que me hiciera el amor como siempre, pero no le dije que no me estaba protegiendo y quedé embarazada esa misma noche.

Dos semanas más tarde, fui a la farmacia a buscar un test de embarazo y lo comprobé. Como siempre de inmadura e imprudente me dispuse a esperarlo hasta que regresara de estar con sus amigos para darle la “buena noticia”. Cuando llegó a la cama, antes de que se acostara le sonreí y le lancé la prueba de embarazo, lo que lo ofendió sobremanera. Cómo se me ocurría a mí irme a quedar embarazada sin decirle nada y sin planificar ese nacimiento. Yo no trabajaba y la única entrada era la que él proveía, yo tenía 19 años y nada de experiencia en ningún trabajo. ¡Qué estúpida fui! Y me gané mi paliza…

Me dio golpes por todas partes para castigarme por aquella bajeza que yo había cometido, me pateó, me tumbó al piso varias veces y me dijo que ese muchacho no lo tendría y que lo iba sacar como fuera de allí dentro. Qué inconsciente había sido yo al tratar de traer un niño al mundo sin su consentimiento, sin su autorización, sin que él, que era el hombre de la casa lo quisiera. Hasta allí llegó ese embarazo. Aquella posibilidad quedó allí tirada en el piso cuando comencé a sangrar. Lo noté cuando pude reaccionar en la mañana. Ahí caí en cuenta de la ridiculez y la aberración que estuve a punto de cometer. Fabián me lo explicó: era lo mejor para los dos. Que no volviera ocurrir, que si eso sucedía su amor por mí se iba esfumar y que se largaría de la casa. Cualquier cosa antes de perderlo.

Todavía hoy sigo esperando a que él me indique cuando dejaré de cuidarme para quedar embarazada. Daniel ya tiene 12 y es una carga tremenda. Mi hijo es un niño que ha crecido rápido y aprende rápido. Pronto se hará un hombre grande y hará su vida. Le pido al señor que me lo lleve por buen camino, que sea un hombre de bien, que me le dé mucha salud y que sea un esposo sabio, trabajador y amoroso como su padre.

La bruta sigo siendo yo: a pesar de todos estos años, sigo tratando de involucrarme con terceros en la calle, de hablar con los vecinos que no saben cómo vivo, de andar de visita en casa ajena, de estar metiéndome en cosas que no me competen. Hasta cuando me va decir que la comida debe estar caliente, que su café lleva poca azúcar en la mañana, que los huevos los quiere duros y que detesta el suavizante en las camisas. Por eso sigo ganándome mis golpes con Fabián.

Pero yo voy aprender. Cumplí 30 este año y la gente va madurando, ¿verdad? Espero no seguir dándole dolores de cabeza a mi esposo que se mata trabajando toda la semana de un lado a otro en su bus (todavía lo tiene y con él ha sacado adelante esta pequeña familia), que se toma unos traguitos merecidos los fines de semana con sus compadres, los padrinos de nuestro hijo que él escogió, para relajarse después de una semana llena de stress. Claro, cuando él llega a casa quiere tener comida lista, ropa limpia y una mujer que le dé lo suyo y le pido al señor que nunca le falle.

Él se molesta ahora porque dice que no me arreglo y tendré que aprender hacerlo, total, nunca salgo de mi casa, ahora soy sólo para él. Sigo llevándome mis golpes mientras voy amoldándome, pero es que vinimos a este mundo a ser obedientes y sumisos (creo que eso dice la Biblia en alguna parte) y mientras tenga que aprender, lo haré con mucha hidalguía. Fabián es el hombre que más he amado en mi vida y sé que yo soy su única mujer. Tengo que hacerlo sentir bien como sea. Es mío y no lo voy a perder.

A veces pienso cómo sería la vida sin Fabián, sin todas esas lecciones que me ha dado y que he aprendido en estos años. Creo que estuviese perdida en un abismo sin fondo, sin moral, sin mi hijo o a lo mejor llena de muchachos y sobre todo sin este hombre maravilloso que me ama como nadie en esta vida lo ha hecho. Le pido a Dios que no me deje caer en tentación y que nunca me separe de él.

Zadir Correa

Un café inolvidable

Todavía la amo. A pesar de su demostración de cobardía y de su engaño vil y cruel a estas alturas de mi vida, todavía la amo. Ella despertó en todo mi ser, no ahora, sino hace más de diez años algo que había permanecido oculto y agazapado todo este tiempo taladrándome a diario y condenándome a vivir una pena inmerecida, un luto que se extendió todo ese tiempo, que me confinó a esperar, cual Penélope en su eterna vigilia, tejiendo ilusiones de día y destejiéndolas de noche para tratar de aliviar un dolor que yo mismo había elegido en el pasado, víctima del pánico al compromiso y por no abandonar en aquel momento de inexperiencia y novatada, una comodidad absurda y segura que al poco tiempo igual se esfumó y me lanzó al ruedo de la vida y sus trajines diarios.

Pero no la culpo, definitivamente no está en ella. Cuando en aquel momento de mi vida elegí ser cobarde y huir tras la seguridad de una familia débil que me cobijaba más por compromiso adquirido que por amor propio, ella afirmó con sus ojos anegados en lágrimas y con un dolor que parecía auténtico, que mi actitud la estaba matando y que sin mi amor a su lado ella no sería capaz de sobrevivir un día más. Eso no fue realmente así. Una semana bastó para que con la novedad de la carne fresca de un cercano y después de un compañero de trabajo, ella sacara de su piel el olor a mí que juró tenía como huella indeleble grabado en la de ella.

Pero yo cargué con la culpa. Por eso cuando ella reapareció, más madura, más experimentada, más segura de lo que quería en la vida (al menos eso pensé), yo no dudé en darle mi voto de confianza y en entregarle mi corazón con los ojos cerrados. Sus caricias desde aquel recomienzo parecían auténticas. Cuando mi cuerpo y mi piel sentían sus manos, su aliento, su olor, su sudor desde aquel reencuentro, algo indescriptible se desataba en mi interior, una llamarada de fuego invadía mi ser, mis sentidos se bloqueaban, mi visión perdía la periferia y sólo había un punto en el que quería concentrarme: ella. Mi cuerpo no respondía a la razón ni a las órdenes que surgían de mi cerebro, se generaba una estampida de emociones que viajaban por todo mi cuerpo hasta el delirio… hasta la locura.

Sus promesas de amor eterno habían resurgido del fondo de un baúl que yo no creía que existiera más. Me dijo que me amaba, que su experiencia en el pasado había sido real y auténtica, que se había enamorado de otro, pero que aquello que sentía por mí era induplicable, que ese amor que emanaba desde el fondo de su corazón era único y estaba dedicado a mí en exclusiva, que había estado guardado allí, esperando mi retorno hacía muchos años. Yo tenía mis dudas cuando nos reencontramos, pero tres días más tarde de aquel primer flechazo, ella me llamó para decirme: Te amo. Y eso me condenó para siempre.

Creí en su promesa de amor, creí en los planes que hicimos juntos para construir un hogar, creí en todo aquello que íbamos a edificar juntos, creí que íbamos a crecer y a batallar contra quienquiera que viniese a destruir nuestra felicidad tan soñada desde hacía años. No iba a importarle nada ni nadie, batallaría contra sus cercanos, contra sus miedos, contra sus debilidades, contra sus pretendientes, contra el mundo entero para estar junto a mí, para tenerme a su lado, para dedicarme su vida, para dedicarme sus amaneceres y sus atardeceres, sus noches de insomnio, sus vicios, sus temores, su vida… pero no fue así.

Todo aquel amor no llegó a nada. Un buen día, ella “entendió” que algo dentro de sí no estaba bien, que su amor tan gigante y verdadero ya no era el mismo, que se había esfumado y que la persona más importante en su vida ya no era yo, que sus planes ya no estaban a mi lado y que su vida definitivamente no estaba junto a mí. Su amor había esperado tanto tiempo para estar conmigo, que apenas nos comenzamos a fusionar y a entregar el uno a la otra, se había escapado a alguna parte que ella desconocía. Eso es aceptable, incluso lógico. Nadie es capaz de amar eternamente a otra persona. Mucha gente se ilusiona y se crea falsas expectativas por un tiempo y cuando por fin despierta o pasa la química de la piel, reacciona y recula. Pero hubo un solo detalle: ella nunca me lo dijo.

Yo seguía alimentando la esperanza de ver crecer nuestras vidas juntas, de ver crecer nuestra familia, de ver crecer nuestro amor. Hice planes, se los conté, compartí con ella mis deseos de superación, de viajar y conocer el mundo, de desarrollarnos económicamente, de ver a nuestros hijos y nuestras mascotas envejecer a nuestro lado, de plantar un jardín, de llenar nuestras vidas de una dicha y de un gozo que nadie fuese capaz de igualar, le dije que estaba dispuesto a luchar contra quienquiera que se atreviese atravesarse en nuestro camino para destruir nuestra armonía y nuestra paz… y ella no me detuvo. Dejó que navegara sólo por un camino de ilusiones falsas, por un sendero por el cual ella no estaba dispuesta a avanzar y cuando ya no tenía marcha atrás, cuando mi compromiso me tenía ciego y estaba en lo que yo consideraba la cúspide de nuestra felicidad, ella me lo soltó sin medirse y con la mayor crueldad que pudo: “Mi amor ya no es el mismo, parece que se esfumo”

La última vez que me demostró su “amor”, fue en mi casa. Ella se había quedado a visitarme. Esa mañana se levantó antes del alba, buscó en la cocina, preparó un delicioso desayuno, exprimió jugo para ella e hizo café con leche para mí (no toma café en las mañanas porque le cae mal). Me invitó a la mesa y me acompañó durante el desayuno. Charlamos mientras desayunábamos y luego ella se fue a trabajar. No volvió jamás. Huyó de mí hasta que la encaré y me confesó que hacía ya tiempo no sentía “lo mismo” por mí. Que desde hacía tiempo había notado que su corazón ya no le latía con fuerza cuando estaba conmigo. Que iba necesitar un tiempo para pensar… y para olvidarse de aquello.

Muriendo yo de amor por ella, la dejé ir. Realmente nunca creí en su versión del “amor esfumado”. Entiendo que por lástima o por algún extraño sentimiento distinto, ella fue incapaz de confesarme su verdad: alguien había aparecido en su vida y a lo mejor esa sí era su gran oportunidad de ser feliz.

Sólo le pedí a Dios que le diera sabiduría y madurez en su vida para que en el momento de volver a decir “te amo”, ese sentimiento fuese auténtico y le saliera del alma, que no fuera hacer daño de esta manera a nadie más, que ojalá fuera yo el último. Se hace mucho daño cuando se dice alegremente y sin responsabilidad esa frase. Ella simplemente se fue y no volvió a buscarme. Yo, ilusionado y herido a la vez sigo esperando a que un día aparezca en el umbral de mi puerta y me diga que era una broma, que estaba probando mi resistencia, que sí me ama y que está dispuesta a devorarse el mundo conmigo… La amo, pero mi amor puede transformarse en odio por tanto dolor innecesario…

Todavía tengo el sabor de aquel último café mañanero en mi boca, no deseo que se evapore ni que se lave, porque si había algo auténtico en aquello que ella afirmó siempre, si algo de verdad emanó de su ser con aquellas palabras, prefiero pensar que aún lo conservo en mis pupilas, que está allí, fusionado con aquel desayuno, como un hermoso recuerdo, que todo ese amor se quedó encerrado en aquella taza de café.

Zadir Correa