Sofía (I Parte)

Tengo 19 años. Mamá dice que toda la vida he sido muy susceptible de contraer alguna enfermedad o alergia. Es por eso que los antihistamínicos, los antialérgicos, las pomadas para los dolores musculares, las pastillas para cualquier cosa, los jabones antibacteriales, las bombonas de oxígeno, los inhaladores, el algodón, las gasas, así como los multivitamínicos han sido parte de mi vida desde que tengo uso de razón.

Siempre recuerdo a mamá, quien tiene ya 60, muy dedicada a mi cuidado. Se lo agradezco. Todo esto comenzó muy temprano. Es de las que se dedicó enteramente a amamantarme porque según todos los estudios que había encontrado, la leche de la madre contiene muchos más nutrientes que ninguna otra leche. Tengo entendido que la misma debe ser realizada sólo los primeros seis meses de manera exclusiva. Ella lo hizo por mis primeros diez y luego alternó algunos otros alimentos hasta los tres, cuando finalmente me “destetó” porque ya no producía más. Era obvio, tenía cuarenta y cuatro.

Para tener contacto conmigo, cualquier persona que se acercaba a casa debía pasar por una minuciosa rutina de “desinfección”. Todos debían dejar los zapatos en la entrada y lavarse las manos con jabón y alcohol (ya más recientemente el tan práctico jabón antibacterial (que demás está mencionar, compraba por galones). Mis recuerdos de aquella infancia se reducen al olor a alcohol y a pino con que desinfectaba religiosamente los pisos, paredes y baños de toda la casa a diario.

Cuando me inscribió en la escuela, ella recuerda casi con terror que ese primer día llegué a casa con las manos “renegridas” de tanta mugre en las uñas, por lo que me sometió a un intenso baño por espacio de dos horas, durante las cuales se armó con un cepillo pequeño y una esponja de fregar para eliminar cualquier rastro de aquella suciedad, aparte del shock que le causó el hecho de que, revisando mi cabello liso y perfectamente cuidado se encontró con una liendre.

Aquello fue el detonante para lo que vino después. Ella se volvió una bestia salvaje para defenderme de aquella invasión (por lo de la liendre en mi cabeza) y de aquel descuido inhumano del que fui víctima en mi primer día de clases. Era pre-escolar. Tenía 3 años y medio.

Mamá me ha dado todo lo que necesito en la vida, es verdad, mis vacaciones en Walt Disney, Orlando, mis clases privadas de idiomas (inglés, francés, latín y alemán), mis clases de Piano con la profesora Bracchi, a través de la cual conocí la novena sinfonía de Beethoven y aprendí a tocar la “Ballade pour Adeline” de Richard Clayderman, sin mencionar que conozco de principio a fin la biografía de Mozart, Bach, Chopin y Tchaikovski con todas sus obras maestras (por cierto, mis preferidas son El Lago de los Cisnes y El Cascanueces, de éste último)

También me dio siempre todo el amor que una madre puede dispensar a una hija, al punto de acompañarme a cada una de mis actividades escolares (era la única madre que siempre estaba presente en todo momento). Incluso, después de mi nacimiento, renunció a la empresa de asesoría en la que ejercía su profesión de abogado en la que estuvo trabajando desde hacía diecinueve años, sólo para dedicarse enteramente a mí. Recuerdo que en más de una oportunidad discutió con alguna profesora por la manera en que impartía sus clases. Entraba en cualquier momento a la escuela y se agazapaba detrás de las puertas a espiar a las maestras y profesoras. Se dedicaba a escrutar con extrema minuciosidad los métodos de enseñanza de aquellas, a quienes en más de una oportunidad trató con desdén. También logró que muchas fueran despedidas.

Evidentemente estudié en un Colegio de formación católica desde muy temprano. Incluso pensé que terminaría siendo una monja. Después de la graduación en un colegio como aquel, en el que nunca compartimos con varones, mis únicas oportunidades eran hacer los votos o enamorarme de una de mis compañeras (como sucedía a menudo). No fue mi caso ninguno de los dos, afortunadamente.

Mamá me ha acompañado en cada paso que he dado en este mundo en mis 19 años. Sus cuidados extremos tenían justificación (al menos eso creo), si no, ¿como se explica que cada vez que salía de casa, volvía resfriada o con un ataque de asma? Mis tías y mis primos me veían con lástima siempre porque era la más débil de todos, delgada y sin fuerzas. Mi tía Cecilia solía decir de mí: “no tiene carne ni para una empanada”. Nunca salía de casa a relacionarme con nadie, no fui a fiestas nunca porque el olor a polvo y el contacto con él me daban alergia, no podía jugar en el patio, no tuve mascotas ni peluches y en navidad nada de pólvora o fuegos artificiales (mamá los detestaba, ella también es alérgica).

Además no permitía que manipulara nada que no fuese previamente desinfectado o esterilizado, mi piel ha sido la más limpia de todas y su color es de un pálido fantasmal porque mamá no me dejaba asolearme, según ella eso también me hacía daño. El mar lo he acariciado muy pocas veces porque cuando tenía siete me zambullí atropelladamente apenas llegamos al balneario, lo que produjo que tragara agua. El viaje se terminó sin siquiera comenzar. Me llevó a una clínica a que me lavaran el estómago y durante los próximos ocho años no la volví a pisar. Cuando lo hice después de tanto tiempo, la arena, el sol y el contacto con el agua me produjeron ampollas en todo el cuerpo y ahora le tengo cierta aversión.

En mi juventud siempre fui limitada a todo. Mamá no me permitía comer dulces, atragantarme de cotufas o saborear un delicioso helado de chocolate. Si no me hacía daño o me producía alergia, entonces me engordaba. Todo era malo.

Fui muy mimada, todos mis trabajos escolares merecían una premio: un vestido nuevo, un juguete que estuviera de moda o un viaje fuera del país en mis próximas vacaciones. Mis notas en la escuela y en los distintos cursos siempre fueron altísimas, pero mi vida privada siempre ha sido triste. No he podido hasta ahora disfrutar de una “piscinada” con mis amigos contemporáneos (de hecho no conservo ninguno), jamás fui a una excursión lejos de casa, no me permitieron jugar con los otros niños del edificio en las áreas sociales del conjunto donde vivo (según mamá todo era muy sucio, estaba contaminado y me haría daño), jamás pude darme un verdadero baño de playa, me bañé muchas veces, pero en una piscina siempre bajo el ojo justiciero de mamá, que no me dejaba adentrarme más de dos metros porque “era peligroso”.

Mamá controlaba todo. Mi forma de vestir, mi calzado, mis carteras, mis cuadernos y hasta mi forma de peinarme. Nunca olvidaré aquel día en que me dijo, “vamos a la peluquería, que te tengo una sorpresa”. Yo cumplía 16 años y la sorpresa es que se había confabulado con la peluquera para hacerme el corte de “Amelie” y para colmo se llevó su cámara fotográfica. Tengo un álbum en casa con cincuenta fotos que retratan todo el proceso. ¡Cosa más ridícula!

Mamá ahora está enferma, ya casi no ve por la avanzada catarata que la aqueja hace años y escucha con dificultad. A pesar de mi corta edad, me aterra salir de mi “vida bonita” y enfrentarme a la de verdad, esa que no va a cuidarme de infectarme con alguna bacteria o con el polvo de la calle o con los rayos UV… Una vida real en la que la gente se enferma, en la que hay gente pobre pidiendo dinero en las esquinas, en la que hay niños durmiendo en la calle y que no me tendrá consideración ni me resguardará de la lluvia, ni del sufrimiento, ni de las decepciones o los fracasos… o del amor.

En la universidad me siento sola a pesar de toda la gente que hay allá. Me hace falta mi mami espiando por las ventanas, defendiéndome si algún profesor me trata mal o ayudándome a realizar mis trabajos. Vivo enferma, a veces me falta el aire y me siento débil. Hasta el “smog” me produce mareos. Mi bolso está lleno de medicinas de todo tipo porque mamá siempre lo quiso así. “Porsia”, me decía. Hace poco conocí a Gabriel, él me hace sentir cosas que nunca antes sentí, pero tengo miedo de experimentar esas cosas desconocidas para mí. Quiero enamorarme, tener una familia propia, hacer mi vida… pero es muy cuesta arriba. Ojalá él quiera ayudarme…

Continúa…

Zadir Correa

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